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La alegría de ser varón o mujer

la-alwegria-de-sr-varon-o-mujer.jpgVarón y mujer los creó es el título que ha elegido la Universidad de Navarra para el simposio interdisciplinar sobre sexualidad humana, celebrado en Pamplona los días 8 y 9 de febrero.

Biología, sociología, teología, psicología, ciencias de la educación y Derecho se han dado cita para desentrañar una de las claves de la naturaleza humana.

Somos cuerpo. Desgraciadamente, en estos tiempos, ni verdades obvias como ésta están a salvo. Los extremos se tocan, y no es extraño que, casi en la misma frase, se afirme el dominio de la mente respecto al cuerpo (mi cuerpo es mío y hago con él lo que quiero) y el dominio del cuerpo frente a la mente (era la naturaleza, no podía evitarlo). Estos dos extremos ignoran que el cuerpo no es una posesión, sino la manifestación de la persona, el «engarce entre la libertad personal y el mundo», en palabras de la profesora Natalia López Moratalla, profesora de la Universidad de Navarra, una de las ponentes en el simposio Varón y mujer los creó, celebrado los pasados días 8 y 9 de febrero en dicha Universidad.
Y, como cuerpo, somos varón o mujer. Desde la primera célula fruto de la fecundación, ya somos no sólo cuerpo (ya dónde estará la cabeza, y qué será delante y detrás), sino cuerpo masculino o femenino. La primera reivindicación feminista está en los genes: como explicó López Moratalla, la feminidad no es sólo la ausencia de masculinidad, sino que tiene genes específicos y necesita los cromosomas XX, tanto como la masculinidad necesita los cromosomas XY.
Pero el sexo no deja impronta sólo en aquella parte del mapa genético que específicamente lo determina, sino en muchas otras. Toda una metáfora de cómo nuestra condición de seres sexuados no se queda en tener unos genitales u otros. La misma configuración del cerebro, y otros mecanismos fisiológicos, están definidos en gran parte por la identidad sexual genética, a través de las hormonas.

A lo largo del simposio, se debatió bastante acerca de las consecuencias psicológicas de la identidad sexual. Se desmintió de forma tajante que esto tenga ninguna influencia en el coeficiente intelectual, y, aunque se formularon varias listas de características masculinas (pensamiento sintético, mejor razonamiento matemático, planificación, manejo de situaciones abstractas y capacidad espacial; mayor independencia y competitividad) y femeninas (pensamiento más analítico y secuencial, mejor cálculo aritmético, más desenvoltura en situaciones concretas, búsqueda de vínculos sociales, sensibilidad y empatía), el profesor Miguel Lluch señaló que estas listas «nunca son verdad del todo». Se trata, por encima de todo, de rasgos humanos que, en mayor o menor medida, se dan en todos. Lluch quiso diferenciar entre la masculinidad y la feminidad a un nivel profundo, y sus formas de manifestación, que pueden cambiar.

El sexo, una vocación

El sexo importa; para el cuerpo y la mente, y también para el espíritu. No se trata sólo de que la relación con Dios, como todo, sea diferente en hombres y mujeres. Es que, además, el sexo es una vocación: somos llamados a la vida como varón o mujer, y, como personas sexuadas, descubrimos nuestra vocación al amor, sobre todo en la relación conyugal, como explicó el padre Wilfredo Marengo, del Instituto Juan Pablo II para el Estudio del Matrimonio y la Familia. Tanto el profesor Marengo como monseñor José María Yanguas, obispo de Cuenca, desarrollaron distintos aspectos del magisterio de Juan Pablo II y Benedicto XVI, sobre todo de la novedosa interpretación de la relación entre eros y agape realizada por este último en su encíclica Deus caritas est. De ella, destacaron cómo corrige «un cierto énfasis sobre la necesidad de una gratuidad absoluta» y la necesidad de combatir las concepciones erróneas del eros para llegar a otra, disciplinada y purificada, que llega a ser «participación humana genuina del ágape divino» y, por tanto, fecundo en la concepción de nueva vida, y de un nosotros más allá del tú y yo, en palabras del profesor Pedro Juan Viladrich, antiguo Director del Instituto de Ciencias de la Familia, de la Universidad de Navarra.

Esta vocación del hombre al amor, como toda vocación, no puede realizarse sin el consentimiento de la libertad, parte esencial de la persona sexuada. Fueron varios los ponentes que insistieron en la importancia de la libertad de la persona en relación con la sexualidad y el amor, pues es la que nos libera del determinismo animal; aunque todos ellos insistieron con igual fuerza en que se trata ésta de una libertad con consecuencias. Como explicó el profesor Lluch, la grandeza de la libertad implica un riesgo; y quienes, al tratar el tema de la sexualidad, prescinden del espíritu, como elemento que nos hace superiores a los animales, ignoran este riesgo y, por tanto, crean una mayor desprotección ante las consecuencias.
A medida que se iba desarrollando el simposio se fue haciendo patente, de forma más implícita que explícita, la enorme diferencia entre este modelo antropológico (naturaleza sexuada de la persona, destinada al amor exclusivo, para siempre y abierto a la vida) y la situación actual de la sociedad. Sin embargo, la nota predominante fue de un moderado optimismo ante la constatación de que, a pesar de todos los intentos por ocultarla, la naturaleza es tozuda y se empeña en manifestarse a través de las consecuencias de nuestros actos. Así, se puede partir de los hechos para defender la ley natural -estrategia propuesta por el profesor Carlos Martínez de Aguirre, de la Universidad de Zaragoza-: cada vez se ve más cómo el divorcio genera pobreza, problemas para los hijos y mayores gastos, y es evidente que la pareja heterosexual tiene muchas más posibilidades a la hora de tener hijos. En el campo de la Educación, según la profesora Aurora Bernal, de la Universidad de Navarra, es donde más se ve esto, pues «entre los terapeutas, educadores y maestros, hay casi unanimidad sobre qué familia funciona mejor».

Quizá por ello haya países de todo el mundo en los que se está produciendo un retorno del matrimonio, aunque de forma lenta y no siempre coherente, explicó el profesor Rafael Navarro Valls, de la Universidad Complutense de Madrid. Muestra de ello es la posibilidad en algunos Estados de Estados Unidos de hacer una declaración explícita de que se contrae matrimonio para siempre, o la defensa legal de la heterosexualidad en diversos países hispanoamericanos y anglosajones.

En muchas ocasiones, ha parecido que el siglo XX quería «pasar a la Historia como el que certificó la muerte de la familia», subrayó el profesor Pedro Juan Viladrich; pero ésta no se ha producido. En la situación actual hay sombras, sí, pero también luces, como la conciencia de la dignidad de la mujer y su integración en la sociedad, la aparición de las políticas familiares, la incorporación de nuevas fuerzas a la lucha por la vida y la familia, y el magisterio clave del Papa Juan Pablo II. Probablemente el mejor argumento a favor del matrimonio y la familia es que están inscritos en lo más profundo de lo humano y, por ello, nunca podrán desaparecer.

María Martínez López
Enviada especial, semanario Alfa y Omega.