50 Retazos sacerdotales : Agapito Domínguez Domínguez (Ordenado en 1977)
A continuación ofrecemos el testimonio de Agapito Domínguez Domínguez, Párroco en Santa Bárbara y Santa Elena. “Sé de quién me he fiado“ es el título de su testimonio, que se da a continuación y que está incluido en la página 41 del libro “Alzaré la copa de la salvación”. En este libro 50 sacerdotes de nuestra diócesis nos cuentan su vocación. Se encuentra a vuestra disposición en la Delegación de pastoral vocacional.
Testimonio
Me llamo Agapito Domínguez Domínguez, tengo 61 años. Me ordené el 23 de Septiembre del 1977, de lo que se deduce que llevo treinta y dos años de sacerdote. Realicé mis estudios en el Seminario Conciliar de Madrid. Actualmente estoy de Párroco en San Leopoldo, en el Barrio del Alto de Extremadura.
Experimento en mi vida que el ser sacerdote es una gracia, un don de Dios. Me pregunto más de una vez por qué el Señor se fijó en mí, me llamó y me confió este ministerio, yo que soy débil y frágil. Vienen a mi mente las palabras de San Pablo a los Corintios: “Este ministerio lo llevamos en vasija de barro, para que se vea que una fuerza tan extraordinaria viene de Dios”.
Cuando miro al pasado, uno se pregunta: ¿qué cosas me planteaba y qué poco he hecho? Pero sin dejar de mirar el pasado, miro el presente y el futuro con mucha esperanza y me digo a mí mismo: ¡vale la pena ser cura! ¡Gracias, Dios mío, por haberte fijado en mí de una forma tan especial!
A lo largo de estos treinta y dos años he sido enviado a varias parroquias a ejercer el ministerio, y puedo decir que aunque han sido muy distintos lugares, en todos he sido feliz y en cada sitio es como si hubiese ido dejando parte de mi vida. La cercanía y el trato con la gente te hace quererla de verdad y vivir sus alegrías y sus penas. Quiero destacar los ocho años que estuve de formador en el Seminario de Madrid. Estos años marcaron mi vida y fue un rejuvenecer el ministerio, pues el tener que acompañar a jóvenes en la formación para el sacerdocio, te hace plantear a fondo tu vida.
Siempre la vida de Párroco da mucho de sí. En mi vida, primero en Getafe, luego en Caño Roto y ahora en el Alto de Extremadura me doy cuenta que uno tiene que estar dispuesto siempre a dar la vida. El Párroco, además de ser el pastor de la comunidad, tiene que coordinar las distintas acciones pastorales, vivir y hacer vivir la comunión eclesial…
U n rasgo muy importante en mi vida y en la vida del sacerdote es la oración. Ponerme en presencia de Dios, abandonarme a Él… y es ahí donde uno descubre la voluntad de Dios, lo que Dios me va pidiendo en cada momento. En la oración uno recibe fuerzas para llevar a cabo la misión que el Señor te encomienda: “Los llamó para estar con Él y después enviarles a la misión” (Mc 3, 14). Sé que si no estoy con Él no puedo llevar a cabo la misión. Ahora bien, tengo que reconocer que más de una vez he confiado más en mí que en el Señor, olvidando lo que él nos dice: “Sin mí no podéis hacer nada” (Jn 15).
Si la oración es importante en mi vida, aún lo es más la Eucaristía. Es celebrando la Eucaristía cuando uno más se ve como sacerdote y cuando uno más se identifica con Cristo Sacerdote. Al celebrar la Eucaristía ofrezco toda mi persona. Si el ser sacerdote es un don de Dios, también el sacerdote está llamado a ser don para la Iglesia y para los demás. Esto intento vivirlo en cada Eucaristía, al mismo tiempo que pido al Señor la gracia de poder celebrar la Eucaristía todos los días. Si soy hombre de oración y la Eucaristía es el centro de mi vida, estoy seguro que voy a ser testigo de la misericordia y del amor del Padre.
Termino diciendo que en mi vida sacerdotal me encomiendo mucho a Santa Teresa de Jesús. Le pido que me siga ayudando a amar mucho a la Iglesia, a tener paciencia… y, sobre todo, a tener a Dios: “la paciencia todo lo alcanza y quien a Dios tiene nada le falta, sólo Dios basta “. Estando siempre dispuesto a afrontar lo que venga, pues como también nos dice la Santa: “… y venga lo que venga nada te espante”.
Especialmente, encomiendo muchísimo mi vida a la Santísima Virgen y con ella doy gracias a Dios. Y si ella canta: “ha mirado la humillación de su esclava… “, yo digo: se ha fijado en este pobre pecador y en este siervo inútil. Que Nuestra Señora de la Almudena me ayude siempre a decir SÍ, a decir HÁGASE y a que se cumpla siempre la voluntad de Dios en mí.