Blog

50 Retazos sacerdotales : Juan Jesús Moñivas Berlanas (Ordenado en 2009)

Captura de pantalla 2014-04-17 a la(s) 12.23.53A continuación ofrecemos el testimonio de Juan Jesús Moñivas, párroco de Jesús y María, en Aluche. “La mayor gracia que he tenido en mi vida es reconocer la vocación a la que he sido llamado” es el título de su testimonio, que se da a continuación y que está  incluido en la página 123 del libro “Alzaré la copa de la salvación”. En este libro 50 sacerdotes de nuestra diócesis nos cuentan su vocación. Se encuentra a vuestra disposición en la Delegación de pastoral vocacional.

Testimonio

La mayor gracia que he tenido en mi vida es reconocer la vocación a la que he sido llamado y aceptarla. Soy sacerdote, no por un proyecto personal, sino porque Dios me ha elegido para ello y aceptar esta elección ha supuesto el cumplimiento de mi vida.

Yo quería casarme, tener hijos y ser profesor. Pero todo cambió cuando fui a visitar un convento de monjas de clausura con unos amigos. Salí triste de allí porque veía en el rostro de esas monjas una felicidad que no podía alcanzar con los planes que tenía para mi vida y empecé a intuir que no estaba hecho para el matrimonio. Sin embargo, me resistía a aceptar la vocación sacerdotal. Tuve novia y trabajé como profesor, pero vi que eso no me daba la felicidad que ansiaba. Finalmente, decidí fiarme del Señor y entrar en el seminario, con la certeza de que el cumplimiento de mi vida pasaba por dar ese paso y, desde entonces, he tenido una gran paz.

Ser sacerdote ha supuesto, y supone, un gran bien para mi vida y también para todos los que me rodean. Para empezar, que yo sea sacerdote es la posibilidad para que amigos y familiares que me conocen desde siempre, y que se encuentran alejados de la fe, se replanteen su relación con Él. Para ellos, Cristo y la Iglesia ya no son algo tan lejano o abstracto como lo eran antes, pues ahora pueden asociar estas palabras con un nombre y un rostro concreto. Intento tenerles presente con la conciencia de que si estoy cerca de ellos, también el Señor lo está.

Además, mi sacerdocio me permite ser testigo privilegiado de la obra que Dios va realizando en la vida de personas que acompaño, y que me abren su corazón con el deseo de poder reconocer juntos lo que Dios quiere para su vida. También poder interceder por todo aquel que me confía sus preocupaciones, deseos y esperanzas para que los ponga en la oración ante Señor. En este tiempo he aprendido a ver el valor que mi oración tiene para los demás y el derecho que todos tienen a que un sacerdote rece por ellos.

Pero ser sacerdote me convierte, sobre todo, en alguien capaz de hacer presente la acción salvífica de Cristo en el mundo a través de los sacramentos, principalmente de la eucaristía. Todavía me conmuevo al arrodillarme en la consagración, cuando caigo en la cuenta de que Él se hace presente a través de mis manos, pero es algo que yo no he creado y que me sobrepasa. También me sobrecoge contemplar como la gente reza ante esa misma eucaristía o la necesidad que tantos tienen de comulgar de ella. Eso es algo que no puede venir de mí.

También es estremecedor contemplar el cambio en el rostro de una persona que, tras recibir la absolución en la confesión, se sabe perdonada por Dios, libre del pecado que le ataba. Nunca olvidaré la mirada agradecida de una mujer a la que le quedaban pocas horas de vida, después de recibir la unción y el perdón. En ese momento tomé conciencia de cómo, a través de mí, había llegado la salvación para ella.

Cada año celebro una misa de acción de gracias en el aniversario de mi ordenación sacerdotal y cada año me sorprendo más contento y con más razones para ser sacerdote que el día que fui ordenado. El mundo necesita de Dios y los sacerdotes estamos para hacerle presente, con nuestra vida y con los sacramentos.