50 Retazos sacerdotales: Gregorio Aboin Martín (Ordenado en 2000)
A continuación os ofrecemos el testimonio vocacional de Gregorio Aboin Martín, subdelegado de catequesis. “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad” es el título de su testimonio, que se da a continuación y que está incluido en la página 103 del libro “Alzaré la copa de la salvación”. En este libro 50 sacerdotes de nuestra diócesis nos cuentan su vocación. Se encuentra a vuestra disposición en la Delegación de pastoral vocacional.
Testimonio
El catecismo que estudiaron nuestros mayores comenzaba por una pregunta aparentemente simple aunque profunda: ¿soy cristiano?, a la que se respondía: «Sí, por la gracia de Dios». Pues bien; algo parecido es lo que, en síntesis, puedo responder cuando me preguntan sobre mi vocación: “soy sacerdote por la gracia de Dios”.
En efecto, cuando contemplo la historia de mi vocación, me doy cuenta de que los caminos de Dios no son nuestros caminos (cf. Is 55,8), sobre todo para una persona como yo, que prácticamente después de su primera comunión se había distanciado de la Iglesia hasta los dieciocho años y que tenía planificada toda su vida en una dirección muy distinta a la de Dios.
Pero el Señor me llamó y poco a poco fui escuchando su voz a través de las personas y los grupos que conocí en la parroquia donde recibía la catequesis para la Confirmación, sobre todo a través de un sacerdote joven de la parroquia, cuyo testimonio de vida me hacía preguntarme una y otra vez sobre el sentido que quería dar a mi propia vida.
Con enorme alegría puedo decir que en mí se hizo realidad aquello que dijo el Señor a sus discípulos: «Lo imposible para los hombres, es posible para Dios» (Lc 18,27). De hecho, el mismo que despertó en mí el deseo de entregarme a los demás y convertirme en cauce de su amor, fue el que me dio la valentía para responderle y, al mismo tiempo, la humildad para ponerme en manos de la Iglesia, del Seminario, y, de este modo, poder discernir con objetividad la voluntad de Dios.
Aunque pueda sonar a tópico, es cierto que ser sacerdote es lo mejor que ha sucedido en mi vida. Es más, en sintonía con lo que suele decirse vulgarmente: «todo empeora con el tiempo menos el vino», yo experimento cada día que el sacerdocio es como ese vino que cada día que pasa se paladea mejor y aunque en ocasiones pueden quedar posos en el fondo, éstos, sin embargo, no afectan al sabor de este dulce licor.
Esta es mi convicción más profunda: que después de la ordenación sacerdotal, el 18 de junio de 2000, el Señor me ha acompañado y que he podido experimentar su presencia en la vida de los hombres, mis hermanos.
Quizá la experiencia más gratificante como sacerdote es sentirme padre de todos y, al mismo tiempo, miembro de la gran familia de los hijos de Dios. Ser sacerdote es ser como el buen pastor que quiere lo mejor para sus ovejas y que no duda en dar la vida por ellas, solo por amor. En especial, el hecho de poder acompañar a distintas personas y ser testigo de la misericordia de Dios en el sacramento de la penitencia y de la reconciliación, es algo que me sobrecoge y que me invita a confiar cada día más en el amor inmenso e inmerecido de Dios, el cual es capaz de recrearnos como nada ni nadie puede hacerlo.
Es verdad que no todo siempre es fácil, de hecho en mi camino sacerdotal me he encontrado distintas dificultades exteriores y, lógicamente, también dentro de mí. Sin embargo, hay una realidad que siempre ha sostenido mi vida sacerdotal: la celebración de la Eucaristía. El hecho de poder repetir las mismas palabras del Señor en la última Cena y tratar de vivirlas con los mismos sentimientos de Cristo, contemplando, al mismo tiempo, a aquellos a los que el Señor me ha encomendado, me invita continuamente a alabar y adorar a Aquel que me ha amado y se ha entregado por mí (cf. Gál 2,20) y a entregarme de corazón a los demás.
Como lema sacerdotal escogí una frase del salmo 40 (39) en la que el salmista expresa su deseo de cumplir la voluntad de Dios; esa frase fue la que aplicó el autor de la carta a los Hebreos a Cristo en el misterio de su Encarnación y ésta es también la frase que tantas noches antes de dormir repito al Señor con la esperanza de que nunca me faltará su gracia para permanecer unido siempre a Él:
«¡Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad!» (cf. Heb 10,9)