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50 Retazos Sacerdotales: Félix González Álvarez (Ordenado en 1979)

Captura de pantalla 2013-09-08 a la(s) 13.32.48De Félix González Álvarez, Párroco de Cristo Sacerdote. “Era y es lo único que me hacía y me hace feliz” es el título de su testimonio, que se da a continuación y que está  incluido en la página 47 del libro “Alzaré la copa de la salvación”. En este libro 50 sacerdotes de nuestra diócesis nos cuentan su vocación. Se encuentra a vuestra disposición en la Delegación de pastoral vocacional.

Testimonio

Cuando tenía 11 años me hicieron esa misma pregunta, pero en futuro: ¿por qué quieres ser sacerdote? Supongo que mi respuesta sería de lo más peregrino (ya no recuerdo qué dije). Sólo tenía clara una cosa: quería ser sacerdote.

Unos ejercicios espirituales en el colegio donde estaba y, sobre todo, la influencia y el ánimo del sacerdote que entonces estaba en el pueblo donde vivía, Gargantilla del Lozoya, me llevó a pedir a mis padres que me dejaran entrar en el seminario. Ellos, a pesar de las complicaciones que esa decisión traía, acabaron cediendo a mis deseos. Y así empezó mi andadura con la ayuda de Dios y de muchas personas que fueron compartiendo mi camino. Alcalá de Henares y Madrid en el seminario menor, Madrid ya en teología. Años difíciles o, al menos, complicados por la situación sociopolítica que se vivía en España; también años complicados en los estudios y en la vida del seminario. Probablemente fueron muchos vaivenes y cambios, pero es lo que nos tocó vivir; en ello nos fue forjando el Señor acompañando, guiando, a veces empujando o frenando, con la ayuda, no siempre reconocida, de los quizá demasiados formadores y rectores que en esos años tuvieron que afrontar la tarea de formar a los seminaristas.

Así, el día 24 de junio de 1979, después de dos años de diaconado en la parroquia de la Virgen del Mar de Madrid, en el barrio de San Blas, en la misma parroquia, fuimos ordenados sacerdotes Ángel Fontcuberta y yo, junto con dos diáconos (Luis María y Suso) por el entonces arzobispo de Madrid el Cardenal D. Vicente Enrique y Tarancón.

Allí es donde empezó mi andadura sacerdotal y donde comenzó a responderse la pregunta “por qué soy sacerdote”: mi primer destino en Alcorcón, corto en el tiempo (tres años) pero intenso, lleno de descubrimientos, de experiencias, donde todo era nuevo; después Leganés, quince años de madurar, de crecer, de seguir respondiendo a la llamada del Señor, a veces con dificultades de todo tipo, pero años llenos de riqueza y de ilusión. Y ya, en estos últimos años, Madrid.

Nuevos retos, nuevas tareas. Comenzar una etapa de tu vida sin un compañero es difícil (ya el Señor les mandaba de dos en dos); menos mal que duró sólo un año. Después afrontar la construcción de una parroquia, labor para la que no me habían preparado para nada en el seminario. Menos mal que, a la vez que se iba alzando el edificio, se iba construyendo la otra iglesia, la de carne, la de piedras vivas, y ya sin la carga de la soledad, sino con la ayuda de los compañeros y de otras realidades que fueron formando parte de mi vida: los Equipos de Nuestra Señora y Cursillos de Cristiandad. Los que pertenecen a estos movimientos, los sacerdotes con los que he trabajado o compartido mi sacerdocio junto con tantas y tantas personas de las parroquias por las que he pasado, han sido y son el aliciente para seguir trabajando en la viña del Señor. Ellos son la gran riqueza que el Señor me ha ido dando en todos estos años.

En fin, muchos años de descubrir, de buscar, de encontrar, a veces de no ver con claridad lo que el señor quería de mí, pero siempre teniendo muy claro que el camino, el único camino era el sacerdocio. Era y es lo único que me hacía y me hace feliz. Por eso, aunque han pasado muchos años y ha cambiado todo mucho, desde la forma de vestir a la pastoral, desde los medios que ahora disponemos hasta la forma de entender la vida, espero que siempre permanezca viva en mí la pregunta “por qué soy sacerdote”.