¿Por qué soy sacerdote?: ¿Y por qué no?

Esta ha sido una pregunta que me ha ido acompañando gran parte de mi vida. ¿Por qué no? Siempre he visto a sacerdotes celebrar misa, acompañar a familias en sus dificultades y en sus alegrías. He visto a sacerdotes entregar su vida por gente que no conocían o que acababan de conocer. Los sacerdotes que vi durante mi infancia me enseñaron a vivir. Yo iba a misa sobre todo porque en la homilía el sacerdote me daba consejos, pistas para ser mejor, ser feliz, vivir la vida con alegría. Siempre que me acercaba a un sacerdote era un momento de consuelo y esperanza. Mi vida no está perdida muy a pesar de mi gran pecado, debilidades y miserias. Es más, me animaban a compartir con ellos su ministerio, su vocación, su misión.
Soy sacerdote porque un día, en mi soledad y en medio de un vacio interior, tuve una experiencia de misiones en la cual Dios puso dentro de mí una gota fresca de su amor. Una gota que me alegró la vida, que me cambió y me transformó. Una gota que era una llamada a entregar TODO mi ser en anunciar a Cristo, a llevar a Jesucristo, a acompañar a todos los que sufren. Pero sobre todo a anunciar la Esperanza y el Consuelo a los que no lo tienen. En definitiva con todo lo que tengo, hacer presente a Dios. Ser puente entre la tierra y el cielo, entre Dios y los hombre.
Soy sacerdote porque un día cansado ya de mi vida vacía de Dios y llena de cosas finitas, respondí con miedo y torpeza a Dios. Le respondí dándole mi vida entera. Es más, deseando que mi vida sea instrumento de su amor y misericordia.
No aspiro a nada grande. Solo quiero ser santo haciendo la voluntad de Dios, llevando a Dios a todos los rincones de la tierra, dejándome transformar por Él. Porque, aunque parezca raro a mucha gente, yo siendo sacerdote sigo pecando y necesito cada día más de Él para que pueda ser un vaso trasparente y limpio que lleve el agua de Vida.
No soy un hombre que haga prodigios gigantes o que tenga infinitas metas. Solo quiero ser santo y ayudar a ser santos. Soy feliz y estoy alegre cada día porque mi vida tiene sentido. Y lo tiene porque además de muchas cosas que hay entre Dios y yo, también mi vida ayuda a otros a dar sentido a su vida.
Así como una manguera se calienta según pasa agua caliente por ella, así, del mismo modo experimento como la gracia de Dios me transforma y me hace testigo del cambio en mi entorno. Soy feliz porque en este camino, en esta vocación sacerdotal me voy despojando de tonterías, de cosas superfluas, de muchos e infinitos trastos. Quiero tener una vida feliz y solo con lo esencial. Pero lo más importante es que quiero ser eternamente dichoso. Por eso soy sacerdote. Porque en este camino Dios ha puesto todo lo necesario para que en la sencillez y por su amor y gracia llegue a obtener lo que mi corazón más anhela y desea.
Soy sacerdote “porque Él lo quiere y me quiere, y porque yo le quiero y quiero”.