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¿Por qué soy sacerdote?: El grito silencioso de Dios

Pedrol Ignacio Pérez Gonzalo

La verdad es que perfectamente podría responder diciendo: me alegra que me hagas esa pregunta, pero no tengo ni idea. Supongo que no seré el único que responda diciendo que soy sacerdote, por pura misericordia de Dios, porque lo que se dice yo, no sé cuáles fueron los motivos que llevaron al Señor a regalarme este don de la vocación. Muchas veces me lo he preguntado ¿por qué a mí? Incluso, creo que alguna vez hasta se lo eché en cara, sobre todo cuando llegaba Febrero, Junio o Septiembre; pero lo cierto es que sin yo quererlo, sin que nunca me planteara la posibilidad, un lunes me levanté con una certeza: el Señor quería que fuera sacerdote. Jamás me lo había planteado pero tenía la certeza de que el Señor me estaba llamando.

Recuerdo que esa misma tarde se lo comenté a unos amigos de Cursillos de Cristian­dad y me dijeron que me lo pensara bien, supongo que en el fondo pensaban que me había caído de la cama y me había dado un golpe en la cabeza, pero lo cierto es que la llamada era real, tanto que al día siguiente fui al seminario a decir que creía que el Señor me había llamado, por la noche se lo dije a mis padres y el miércoles pedí la cuenta en Renault, que era la empresa donde estaba trabajando vendiendo coches.

Sé, que si me lo hubiera pensado habría encontrado, sin buscar demasiado, razones suficientes para borrar esta idea de mi cabeza. Yo siempre había pensado que lo mío era el matrimonio, formar una familia, vamos lo que todo el mundo piensa. Otra razón de gran importancia era que no había estudiado, lo único que había hecho era EGB y el pri­mer grado de FP en la escuela de especialistas del Ejército del Aire, con lo que empezar una carrera me parecía algo de locos, me sentía incapaz, aunque siempre había escu­chado que Dios no elige a los capaces sino que capacita a los que elige. Por último tenía un trabajo estupendo en un buen concesionario de Renault con un ambiente fabuloso de compañeros y en el que disfrutaba enormemente. ¿Por qué entonces complicarme la vida?

Pues la verdad es que no lo sé. De entrada creo que me la he descomplicado al no tener que seguir más que a un solo Señor. Antes estaba pendiente de demasiadas cosas creyendo que llenarían mi vida, demasiadas voces incluso yo mismo buscaba caminos por los que transitar sin que muchos me llevaran a algún sitio. Me veía ya con veinticinco años, mucho camino recorrido, pero también mucho por recorrer. No tenía claro lo que iba a ser de mi vida, pero sabía que Dios sí tenía un plan preparado para mí, aunque yo lo desconociera.

Aquella noche yo no sé lo que pasó, pero el grito silencioso del Señor no tengo la menor duda de que lo oí y así lo ha confirmado la Iglesia. Una vez más escuché sin oír la voz del Maestro que me repetía: Pedro, cuento contigo a lo que yo respondía, y yo con tu Gracia Señor.

Ya llevo doce años ordenado y aunque a muchos les parezca poco, a mi me parece in­creíble. Cuando vuelvo la mirada atrás y veo todos estos años de seminario y de ministe­rio, no puedo parar de dar gracias a Dios. No penséis que ha sido fácil, los años de estudio para mí fueron durísimos, muchas veces tuve la tentación de huir pero el Señor por medio de muchísimas mediaciones y la oración de la Iglesia no lo permitió. A lo largo de este tiempo y contemplando los milagros que el Señor me permite ver cada día, no tengo más remedio que seguir diciendo que merece la pena entregar la vida a Cristo.

¿Qué por qué soy sacerdote? Pues simplemente porque Dios lo ha querido y yo solo puedo decir como san Pablo: “Doy gracias a Cristo Jesús, Señor nuestro, que me hizo capaz, se fió de mi y me confirió este ministerio” (1 Tim 1, 12).