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¿Por qué soy sacerdote?: “Si me haces feliz te doy lo que me pidas”

Pablo Maldonado Juárez

Antes de responder a la pregunta, quisiera contar el paso anterior, pues yo, aunque había recibido una formación cristiana en una familia y colegio católico e iba a misa y demás, me faltaba conocer más de cerca a Jesucristo. Pues bien, a los 17 años la vida no me llenaba y, después de mucho buscar, le dije a Dios: “sí me haces feliz, te doy lo que me pidas”. Aquél día experi­menté la cercanía de Dios. Luego, durante dos años en Estados Unidos, co­mencé a descubrir la presencia real de Dios en la Historia; vamos, que es Él quien mueve los hilos.   Pablo Maldonado Juárez

Donde me empecé a plantear esto de ser sacerdote fue cerca de mi casa, ya con 20 años, cuando unos amigos me invitaron a una parroquia nueva con un sacerdote joven. Aquello me llamó mucho la atención. Lo que más me im­pactó fue… ¡que el cura era muy feliz! Pero yo, que precisamente ansiaba la felicidad y sentía envidia de aquel hombre, no quería ser sacerdote. Eso sí, empecé a ir a Misa entre semana, a confesarme con frecuencia, aira los gru­pos de jóvenes (aunque yo ya estaba confirmado) e incluso a dar catequesis. Reconozco que ya estaba mucho más contento y que tenía una alegría interior impresionante.

Con el paso del tiempo, mi relación con el sacerdote fue creciendo y ha­ciendo mella en mí casi sin darme cuenta: su modo de transmitir la fe, su alegría… pero sobre todo me enseñó a rezar y a descubrir que Dios estaba re­almente presente en mi vida y que me quería con locura tal como era. Em­pecé a tratar al Señor muy de cerca y pasó a ser la persona más importante de mi vida. Me venía muchas veces a la cabeza la posibilidad de ser cura.

Fue en unos ejercicios espirituales, recordando aquella vez que le dije a Dios que, si me hacía feliz, le daría lo que Él quisiera, cuando me planteé qué quería de mí en ese instante. Realmente me costaba creer que me lla­mara y las dudas eran muy fuertes, pero estaba claro que estaba interviniendo de una manera muy evidente en mi vida y que tenía que tomar una decisión cuanto antes: no podía seguir así. Le dije: “No tengo ni idea de lo que quieres de mí, pero a/go esto pasando. Voy a entrar en el Introductorio sin decírselo a nadie y si esto va a más, adelantel Y si es que no, me lo harás saber”.

Sorprendentemente, cuando le dije que sí y entré en el curso Introducto­rio del seminario, todo fue a más. La gente me decía que me veía más con­tento y realmente me levantaba cada día con una alegría muy grande. Al final de este año tuve que dejar la carrera y contarles a todos mi decisión.

Los siete años que pasé en el seminario de Madrid, pese a que la carrera de Teología me costó lo suyo, fueron de los mejores de mi vida y me ayudaron mucho a crecer humanamente y en la fe. El Señor iba cumpliendo Su palabra y yo, sencillamente, cada día era más feliz.

Y así llegó el gran día. Fue el 8 de mayo de 2004, cuando el cardenal Rouco Várela me ordenó presbítero en la catedral de La Almudena junto a otros 21 compañeros. Por cierto, aquel párroco que me ayudó a descubrir mi vocación fue el que me impuso la casulla. Mil veces que naciera, mil que vol­vería a ser sacerdote para que esta alegría tan grande de saberse amado por Jesucristo, con Su ayuda, pueda ser transmitida a los demás.