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Para encontrar el norte (1/…). El Dios bueno y el mal

Para encontrar el norte (1/…). El Dios bueno y el mal

El hombre es un buscador, pero necesita una brújula para encontrar su norte.

Desde el principio se hace preguntas sobre cuestiones decisivas: sobre la vida y la muerte, el futuro y el destino, el sentido, y en el fondo sobre Dios. Y resulta que Él ha salido antes al paso y ofrece las respuestas-brújula. Buscamos muchos “cómo” y muchos “porqué”, aunque deberíamos preguntarnos más el “para qué”, es decir, el sentido y la finalidad de lo que nos ocurre.

En estas entregas las preguntas de la vida son formuladas por Barto, en recuerdo de aquel Bartolomé que preguntó al Señor ¿de qué me conoces?, alternando con Lidia aquella que recibió la luz de la fe escuchando a Pablo: la primera mujer cristiana de Europa que supo transmitir luego a su casa y a sus amistades. Las respuestas vienen de Pedro, que sabe dar razón de la esperanza cristiana como pedía a los primeros cristianos aquel pescador de Galilea.

Las respuestas no pretenden exponer todos los aspectos de la fe cristiana o de las paradojas humanas sino los más elementales, a fin de impulsar un comportamiento sensato y cristiano en una sociedad antropocéntrica que se olvida de Dios, de Jesucristo, y del Evangelio proclamado por la Iglesia. Comencemos pues a preguntar y a responder.

Jesús Ortiz

I. EL DIOS BUENO Y EL MAL

Barto: Muchas veces me preguntan y me pregunto ¿qué interés tiene Dios para ocuparse de nosotros?

Pedro:

– Tal como planteas tu pregunta sobre una cuestión fundamental: ¿Dios se ocupa de nosotros? Porque entre la multitud de los que creen a su manera en Dios algunos consideran que estará en su mundo sin relación con las pobres criaturas siempre enredadas en sus minúsculos problemas. Pero se equivocan, porque Dios sí se ocupa de nosotros, como un buen padre o madre siguen a su hijo, aunque se haya alejado de ellos. Estarás de acuerdo en que uno nunca deja de ser hijo, quieras

o no quieras, sea agradecido o ingrato, pues la realidad del origen de la propia

existencia se impone a la inteligencia como algo innegable.

¿Me puedes poner algún ejemplo?

-Mira, los salmos de la Biblia son un testimonio de la relación de Dios con los hombres y de estos con Dios que los protege y escucha, sobre todo en las necesidades. Los salmos recogen la profunda convicción de que Dios está con nosotros, y lo hacen utilizando un lenguaje propio de la época en tiempo de David, unos diez siglos antes de Jesucristo; un lenguaje a veces bélico y a veces poético, unas veces sereno y otras veces angustiado.

Los salmos ofrecen muchas respuestas: 

«El Señor es mi pastor, nada me falta (Salmo 23,1); Del Señor es la tierra y cuanto hay en ella (Salmo 24,1); Aléjate del mal y obra el bien, y tendrás una morada para siempre (Salmo 37,27); Dice el necio en su corazón: No hay Dios (Salmo 53,1); Dad gracias al Señor, porque es bueno, porque es eterna su misericordia (Salmo 107,1); Si el Señor no edifica la casa, en vano se afanan los constructores (Salmo 127,1); Sana a los contritos de corazón, venda sus heridas (Salmo 147,3)».

Sólo por eso merecen ser leídos con atención pues son un modo de rezar reconociendo, pidiendo y agradeciendo. Por ejemplo, el salmo 8 es un reconocimiento de la grandeza de Dios mostrada en la dignidad del hombre y resulta verdaderamente conmovedor. Dice así:

«¡Señor, nuestro Dios,

qué admirable es tu Nombre en toda la tierra!

Quiero adorar tu majestad sobre el cielo:

 con la alabanza de los niños

y de los más pequeños,

erigiste una fortaleza contra tus adversarios

para reprimir al enemigo y al rebelde.

Al ver el cielo, obra de tus manos,

la luna y las estrellas que has creado:

¿qué es el hombre para que pienses en él,

el ser humano para que lo cuides?

Lo hiciste poco inferior a los ángeles,

lo coronaste de gloria y esplendor;

le diste dominio sobre la obra de tus manos,

todo lo pusiste bajo sus pies:

todos los rebaños y ganados,

y hasta los animales salvajes;

las aves del cielo, los peces del mar

y cuanto surca los senderos de las aguas.

¡Señor, nuestro Dios,

qué admirable es tu Nombre en toda la tierra!».

Jesús Ortiz