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Lo que he visto en la JMJ

Desearía no olvidar lo que he visto estos días en Madrid, en la Jornada Mundial de la Juventud. Seguramente no difiere de lo que han visto los cientos de miles de personas que han estado estos días en la capital de España (y en gran parte también los que han seguido la JMJ por tv en cualquier otra ciudad), pero me vendrá bien a mi (y quizás al que lea estas líneas) resumirlo por escrito.

He visto una “marea humana” de cientos de miles de jóvenes (¿dos millones…?) de los cinco continentes. No han venido a hacer turismo ni a un evento musical o deportivo: han venido a ver a un venerable anciano de 84 años que con tono amable y bondadoso les ha planteado un modo de ser y de vivir que va contra modas y costumbres difundidas en muchos países, también en el nuestro. Y no se han extrañado, ni les ha parecido mal, sino que a juzgar por los aplausos y las expresiones de sincera y espontánea alegría estaban encantados de oír esas palabras.

Estos jóvenes no se conocían, pero se les notaba una cierta semejanza, aun siendo muy distintos en la lengua, el país, etc.: se apreciaba una sintonía considerable en lo espiritual: todos han reaccionado con igual aceptación y alegría a las palabras del venerable y entrañable anciano, el Papa. Para todos era el Padre común, que independientemente de su edad y su sabiduría humana era el sucesor de San Pedro, el Vicario de Cristo en la tierra. No es fácil encontrar otra persona en el mundo, si es que la hay, que suscite tanto cariño y tanto deseo de seguir sus enseñanzas.

Estos chicos, además de asistir a algunos actos culturales organizados por la JMJ, no se han dedicado en los tiempos libres a recorrer los grandes almacenes u otros divertimentos poco comprometedores: han llenado iglesias y oratorios diariamente, para escuchar la palabra de Dios en las catequesis con los obispos, para asistir a la Santa Misa, para acompañar al Señor en el sagrario… Estos chicos –y creo que esta es una explicación más de su contagiosa alegría- han acudido a miles a confesar sus pecados y recibir el perdón de Dios en el “confesionómetro” del Retiro (como alguien ha llamado a los 200 confesionarios allí instalados), o en alguna iglesia, o durante la noche de la Vigilia en Cuatro Vientos (hubo no pocos sacerdotes que no pararon de confesar en toda la noche). Estos jóvenes han demostrado también que saben cantar, reír, bailar… y igualmente saben adorar en un silencio intenso a Jesús Sacramentado, arrodillados sobre el duro suelo de tierra de Cuatro Vientos, lo que al parecer ha sido una de las cosas que más ha emocionado al Santo Padre.

No se han quejado del calor, del sueño, del hambre, de las incomodidades propias de dormir en el suelo, de comer un menú barato y de “batalla”, o de andar kilómetros de un lado a otro bajo temperaturas tórridas. Tampoco se han quejado de la lluvia de la noche en Cuatro Vientos o del viento que tiró alguna que otra tienda…: al revés, aplaudían más, para que el Papa no se preocupara. A la vez, vieron que el Santo Padre, que podía haberse retirado al comenzar la lluvia teniendo en cuenta su edad, quiso permanecer allí, para acompañar a los jóvenes en las posibles incomodidades que tuvieran que pasar. Alguien me contó que cuando se revistió para la Adoración al Santísimo tenía empapada la sotana, a pesar de los intentos del Maestro de ceremonias de protegerle con un paraguas.

Estos chicos han mostrado, sin que se lo hayan propuesto expresamente, que la Iglesia está muy viva, y es y será siempre joven: no solo porque siempre tendrá la juventud de Jesucristo, que es eterno, sino también porque millones de jóvenes de todo el mundo –también de Rusia, de China, es decir de países donde hasta hace nada no ha habido libertad religiosa, o no la hay aún en la práctica- tienen un gran deseo de seguir a Jesucristo, como el fundamento más sólido de sus vidas, como el único que puede llenar sus jóvenes corazones, como el que más les ama y mejor les enseñará a amar; a amar a todos, también a los que por ignorancia, por prejuicios, por conductas equivocadas o por algún otro motivo están alejados de El, no quieren saber nada de El. Y esos jóvenes no quieren desentenderse de esos otros amigos o compañeros, sino atraerles suave y eficazmente al Señor, con el ejemplo de su vida, su amistad, y su oración.

También he visto gente, inicialmente indiferente ante la JMJ, que ante el espectáculo de alegría, de fe y de explosiva juventud, se ha sentido removida… y se han acercado de nuevo a los sacramentos.

Y, en fin, he visto, contra toda lógica meramente humana, miles de chicos y chicas que ante la invitación a seguir al Señor, han dicho que sí, que están dispuestos a entregarle la vida entera…

Estas son algunas de las cosas que he visto estos días, por las que hay que dar tantas gracias a Dios, y al Papa. Las que he “oído” son también muchas (en las homilías y discursos del Papa). Pero de estas se puede hablar en otro artículo.

Juan Moya