Francisco al completo
Según se reconoce por consenso, el cardenal Jorge Mario Bergoglio ganó el papado gracias a una intervención suya en una de las Congregaciones Generales previas al cónclave de 2013.
Continuidad conciliar y postconciliar
El arzobispo de Buenos Aires habló de forma sencilla pero apasionada de una Iglesia que sale de sí misma hacia las periferias, tanto económicas como existenciales, para llevar la Buena Noticia de Jesucristo. Los cardenales, cansados de los escándalos que asolaron al Papa Benedicto XVI en los últimos años de su pontificado y deseosos de un soplo de aire fresco, se dirigieron a este hombre que hablaba con tanta claridad y confianza.
El elocuente discurso del cardenal Bergoglio señaló la continuidad con los instintos más profundos de los padres del Concilio Vaticano II, con las enseñanzas del Papa Pablo VI, con el rico y complejo magisterio del Papa Juan Pablo II y con el testimonio del Papa Benedicto XVI. Creo que sus hermanos cardenales percibieron correctamente en su oratoria lo mejor del impulso conciliar y posconciliar.
Iglesia en salida y hospital de campaña
Y creo, además, que el Papa Francisco sí hizo de llevar el Evangelio al resto del mundo el leit motiv de su papado. Durante la visita ad limina de los obispos de California a principios de 2020, oí decir a Francisco que Evangelii Gaudium, su exhortación apostólica sobre la nueva evangelización, era “la clave para entender” su magisterio. Ese texto, cuyo título combina ingeniosamente la Evangelii Nuntiandi de Pablo VI y la Gaudium et Spes del Vaticano II, habla de una Iglesia en misión permanente, siempre en actitud de alegre extraversión.
Una y otra vez, en sus sermones y presentaciones populares, el Papa Francisco instó a los sacerdotes a “salir de las sacristías” y a las calles, a ensuciarse las manos y, lo más famoso, a “oler a oveja“, las ovejas a las que sirven. Al principio de su pontificado, le preguntaron si le molestaba ver a los sacerdotes vestidos con sotana. Su respuesta fue: “Mientras se arremanguen y se pongan a trabajar, me da igual cómo vayan vestidos”. En una memorable homilía para la Misa Crismal hace algunos años, el Papa dijo a los sacerdotes que el aceite de su ordenación debe correr por sus cabezas, sobre sus vestiduras y, finalmente, fuera de sus vestiduras hacia el mundo. Si este flujo se interrumpe, dijo, el aceite sagrado se vuelve rancio.
Todo ello es congruente con una imagen de la Iglesia que empleó en los primeros meses de su papado, la del hospital de campaña. Un aspecto esencial del alcance misionero de la Iglesia es el de aquellos que han sido gravemente heridos en el espacio cultural devastado de la posmodernidad. Es importante señalar que los hospitales de campaña, al borde de los campos de batalla, no son lugares donde se atienden heridas menores; son para la atención más urgente posible.
Las periferias existenciales
En este sentido, creo que se ha infravalorado la referencia de Francisco en su discurso de la Congregación General a las periferias “existenciales”. Estaba dando a entender que el esfuerzo misionero de la Iglesia no se limita a los económicamente pobres y políticamente privados de derechos, sino también a los que son pobres intelectual, cultural y espiritualmente.
En los últimos treinta años, más o menos, hemos sido testigos de la desafiliación masiva de los jóvenes occidentales de las iglesias y del aumento simultáneo entre ellos de la depresión, la ansiedad y la ideación suicida. Al describir la misión a las periferias existenciales, Francisco alzó una voz profética. El instinto por las periferias condicionó muchas de las medidas prácticas que tomó el Papa Francisco: la inclusión de más mujeres en el gobierno de la Iglesia, el aumento espectacular del perfil del limosnero vaticano, la defensa de los inmigrantes y, lo que es más notable, la elección de cardenales de los confines del mundo, incluso de diócesis minúsculas que nunca antes habían sido consideradas sedes cardenalicias.
Francisco o la sencillez
Quizá la marca más evidente del papado de Francisco sea la sencillez. Formado profundamente por la disciplina ignaciana del desprendimiento, Francisco trató de encarnar la pobreza de espíritu que deseaba para toda la Iglesia. Como es bien sabido, pocos días después de su elección a la Cátedra de Pedro, regresó a la humilde residencia clerical donde se había alojado antes del cónclave y pagó su factura en persona. Eligió vivir, no en el palacio papal, sino en tres habitaciones básicas de la Casa Santa Marta, la casa de huéspedes del Vaticano. (Me alojé allí una vez para la asistencia a una conferencia y puedo dar fe de que es cualquier cosa menos elegante.)
Iba en un Fiat casi cómicamente diminuto. Recuerdo estar en la escalinata de la catedral de San Mateo de Washington con mis hermanos obispos con motivo de la visita de Francisco a Estados Unidos. Una flota de vehículos de lujo se detuvo uno tras otro, llevando a presidentes, primeros ministros y otros dignatarios, y luego llegó el minúsculo coche papal: la incongruencia provocó una risotada de los transeúntes.
Durante los años de Francisco, los atuendos clericales ostentosos estaban fuera de moda (y los de Gamarelli eran objeto de críticas habituales), y Castel Gandolfo, el encantador retiro papal en las colinas de las afueras de Roma, cayó en desuso. Cuando Francisco asumió el pontificado, la Iglesia estaba inmersa en una terrible oleada de escándalos financieros y de abusos sexuales por parte de clérigos. La adopción por parte del nuevo papa de un estilo de vida más pobre y evangélico atrajo a muchos en todo el mundo y sirvió para cambiar el debate, al menos durante un tiempo.
Un ecologismo no al uso
Otro tema clave del papado de Francisco ha sido el cuidado de la Tierra. Comprendo que, al hacer esta observación, pueda dar la impresión de que el papa Francisco era poco más que un ecologista de euroizquierda al uso, pero esto sería un craso error de interpretación. Cuando apareció su encíclica Laudato Si’, muchos pensaron en ella como la carta del “calentamiento global”, pero esto es pasar por alto de forma bastante espectacular el sustento bíblico y filosófico del texto. Al hacer un llamamiento a la Iglesia para que volviera a preocuparse por la Tierra, que se había convertido, según la memorable frase del Papa, en “un montón de porquería”, apelaba a una sensibilidad bíblica y premoderna que situaba a la humanidad en el marco más amplio de la Creación de Dios.
Uno de los inspiradores de Laudato Si’ fue, por supuesto, San Francisco de Asís, pero también lo fue Romano Guardini, el teólogo del siglo XX de gran influencia que fue objeto de la investigación doctoral del joven Jorge Bergoglio. En varios textos, pero sobre todo en sus Cartas del lago de Como, Guardini había criticado duramente el modo en que la filosofía moderna -antropocéntrica y tecnocrática- había provocado, a la larga, un abuso de la naturaleza. Lamentaba la decadencia de la arquitectura antigua en torno al lago de Como, que se ajustaba a los patrones y ritmos de la naturaleza, frente a los nuevos edificios que se imponían agresivamente al entorno.
Bajo la influencia de Guardini, el Papa Francisco despreció un racionalismo cartesiano que “dominaría la naturaleza” y un cientificismo baconiano que “pondría a la naturaleza en el potro de tortura” para obligarla a revelar sus secretos. La preferencia del Papa por una perspectiva premoderna de la relación entre los seres humanos y el medio ambiente le acercaba a las perspectivas de Tomás de Aquino y del autor del Génesis. Cabe señalar también que, en este sentido, el pensamiento de Francisco se asemeja mucho al de Benedicto XVI, conocido como “el papa ecológico”.
¿Marxista o tomista?
No cabe duda de que Francisco se ha dedicado a toda la gama de cuestiones que clasificamos bajo el epígrafe de “justicia social“, lo que le sitúa en la línea de prácticamente todos sus predecesores desde León XIII. Su preocupación por estas cuestiones encontró una expresión dramática en su visita a los refugiados de Lampedusa, en su condena del capitalismo desenfrenado como “una economía que mata” y en su insistencia en acoger al inmigrante.
Una novedad de la doctrina social de Francisco fue la extrapolación de la ética individual a las obligaciones éticas que deben existir entre las naciones.
En su encíclica Fratelli Tutti, el Papa apeló a la doctrina católica clásica sobre el destino universal de los bienes. Esta doctrina, que hunde sus raíces en la Biblia, los Padres de la Iglesia y, especialmente, Tomás de Aquino, sostiene que, aunque la propiedad privada es moralmente permisible, el uso de lo que se posee debe regirse principalmente por la preocupación por el bien común. En la Rerum Novarum, León XIII se basó en esta enseñanza cuando comentó: “Una vez satisfechas las exigencias de la necesidad y la propiedad, el resto que uno posee pertenece a los pobres”.
Francisco aplicó el mismo principio a las relaciones internacionales, insistiendo en que los países más ricos, aunque ciertamente pueden poseer sus propias propiedades y bienes económicos, tienen la obligación moral de ayudar a las naciones más pobres. Por sus posiciones, Francisco fue calificado -incluso por algunos católicos devotos- de marxista, aunque “tomista” habría sido una descripción mucho más justa. Con especial brío, Francisco puso de relieve un tema muy querido por Juan Pablo II, a saber: que la economía de mercado no debe dejarse a su aire, sino que debe estar circunscrita por una sensibilidad moral.
La frustración de los progresistas
Lo que más me intriga del Papa Francisco es lo que no ha hecho. En los primeros días después de su elección, el rumor era que era un “conservador”, un autoritario al que los jesuitas habían exiliado después de años difíciles en la administración. Pero muy pronto, cuando quedó claro que Francisco en realidad se inclinaba hacia el lado de babor del espectro ideológico, muchos en la izquierda católica comenzaron a verlo como el salvador liberal largamente esperado, el que reviviría el sueño posconciliar que había sido perforado por Juan Pablo II y Benedicto XVI. Francisco, estaban convencidos, nos traería por fin sacerdotes casados, mujeres sacerdotes y matrimonio homosexual, una liberalización de las enseñanzas de la Iglesia sobre el aborto, la homosexualidad, la transexualidad y el control de la natalidad.
Pues bien, no cumplió nada de eso. La gran rendición católica a las demandas de la cultura no se produjo bajo su mandato, y fue muy divertido ver cómo los medios católicos progresistas intentaban aceptarlo. De hecho, el aborto no tuvo un oponente más fuerte que Francisco, que lo comparó frecuentemente con la “contratación de un sicario“. Y fue un enérgico crítico de lo que a menudo llamó “ideología de género”, cuya imposición a las naciones en desarrollo calificó de “colonización ideológica“.
Puedo atestiguar que en la visita ad limina de los obispos de California, el Papa Francisco nos instó, mientras abandonábamos la sala, a luchar con todas nuestras fuerzas contra la ideología de género que, dijo, repugna a la Biblia y a la enseñanza de la Iglesia. En cuanto al clero casado y femenino, Francisco permitió que el tema de las mujeres en el diaconado saliera a la luz en el Sínodo sobre la Sinodalidad, pero luego lo remitió a un grupo de estudio cuyos resultados aparecerían en algún momento indefinido en el futuro. Se podría perdonar a quien considerara que estaba dando largas al asunto.
El Papa de la confusión
A pesar de su estilo a veces desenfadado y su forma imprecisa de hablar, el Papa Francisco mantuvo la línea, demostrando así la misteriosa guía del Espíritu Santo sobre la enseñanza doctrinal y moral de la Iglesia. Yo contaría todo lo anterior entre los logros reales del papa Francisco.
Y, sin embargo, lo que se lee en casi todas las evaluaciones del difunto Papa es que era, como mínimo, “controvertido“, “confuso“, “ambiguo“. Algunos comentaristas llegan a decir que era herético, que socavaba las antiguas tradiciones de la Iglesia. No suscribo en absoluto esta última postura, pero simpatizo hasta cierto punto con las primeras caracterizaciones. El Papa Francisco era una figura desconcertante en muchos sentidos, que parecía deleitarse en confundir las expectativas, haciendo zig cuando se pensaba que haría zag. Se hizo famoso cuando dijo a los jóvenes reunidos en la Jornada Mundial de la Juventud en Río de Janeiro que “hicieran lío“, y a veces parecía disfrutar haciendo precisamente eso.
Uno de los momentos más complicados del pontificado de Francisco fue el Sínodo sobre la Familia, que se celebró en dos partes en 2014 y 2015. El hecho de que el cardenal Walter Kasper, defensor desde hace tiempo de que los católicos divorciados y vueltos a casar reciban la comunión, hablara al comienzo de la reunión indicaba con bastante claridad la dirección que el Papa Francisco quería que tomara el sínodo. Pero se encontró con la dura resistencia de los obispos, especialmente de los países en desarrollo, y cuando apareció el documento final, el famoso Amoris Laetitia, la cuestión parecía extrañamente sin resolver, abierta a una variedad de interpretaciones.
Cuando los apologistas del Papa señalaron que una oscura nota a pie de página enterrada en lo más profundo del documento aportaba la claridad necesaria, muchos en la Iglesia se mostraron, como mínimo, incrédulos. Y cuando cuatro cardenales pidieron al Papa que resolviera una serie de enigmas (dubia, en la jerga técnica) que Amoris Laetitia había suscitado en sus mentes, fueron básicamente ignorados.
Unidad: una obligación incumplida
De hecho, Amoris Laetitia contiene muchas ideas hermosas, pero en gran medida se pasaron por alto debido a la controversia y la ambigüedad que acompañaron al documento. De hecho, a raíz de su publicación, se desató una especie de “anarquía doctrinal”, ya que diversas conferencias episcopales dieron al documento distintas interpretaciones, de modo que, por ejemplo, lo que en Polonia seguía siendo pecado mortal parecía permisible en Malta. Si una de las principales responsabilidades del Papa es mantener la unidad en la doctrina y la moral, es difícil ver cómo el Papa Francisco cumplió con esa obligación a lo largo de ese proceso sinodal y sus consecuencias.
Y extrañamente no pareció aprender de esta situación. En 2023, después de la primera ronda del Sínodo sobre la Sinodalidad (más sobre esto más adelante), el jefe doctrinal del Papa Francisco, el cardenal Víctor Manuel Fernández, emitió la declaración Fiducia Supplicans, que permitía la posibilidad de bendecir a las personas en uniones del mismo sexo.
Decir que se desató una tormenta en el mundo católico sería quedarse corto, y la oposición estuvo encabezada, una vez más, por líderes católicos del ámbito no occidental. En una asombrosa muestra de unidad y valentía, los obispos de África dijeron que no aplicarían la doctrina de Fiducia en sus países, y el Papa dio marcha atrás, permitiéndoles disentir del documento. Que todo esto ocurriera inmediatamente después de una reunión de cuatrocientos líderes de todo el mundo católico, a los que nunca se consultó sobre el asunto, resulta simplemente increíble. Una vez más, al Papa le costó mantener la unidad de la Iglesia.
A veces, también, los instintos admirablemente generosos del Papa parecían llevarle a decir cosas doctrinalmente imprecisas o a aprobar comportamientos problemáticos. Un ejemplo de lo primero sería su apoyo, en varias ocasiones, a la proposición de que todas las religiones son caminos legítimos hacia Dios, como lenguas diferentes que hablan la misma verdad. Ahora bien, dado su claro entusiasmo por la evangelización, quiero ser generoso en mi interpretación de sus palabras, interpretándolas quizá en la línea de la afirmación del Concilio Vaticano II de que hay elementos de verdad en todas las religiones. Pero creo que es justo decir que el Papa dio al menos la fuerte impresión de indiferentismo religioso.
Como ejemplo de su aprobación de comportamientos problemáticos, señalaría el tristemente célebre incidente de la Pachamama en el Sínodo sobre la Amazonia en 2019. Aunque sigue habiendo bastante confusión sobre el propósito de la colocación de la estatua de la Pachamama en los Jardines Vaticanos durante una oración con el Papa, sin duda es justo decir que generó mucha controversia y que los diversos intentos de explicarlo solo empeoraron las cosas. Una vez más, el Papa se encontró en medio de una polémica totalmente innecesaria, y el hombre que se supone que garantiza la unidad, al menos implícitamente, la socavó.
Un “veneno retórico” unidireccional
Nadie duda de que el Papa Francisco tenía dotes retóricas, no a la manera académica de Juan Pablo II o Benedicto XVI, por supuesto, sino a la manera de un párroco experto en homilías populares. Y su discurso tenía a menudo un toque de humor. He aquí algunas de sus joyas: “Sr. y Sra. Quejica”; “cristiano líquido”; “cristiano con cara de pepinillos en vinagre”; “débil hasta la podredumbre”; “Iglesia que es más solterona que madre”. Y creo que es justo decir que su veneno retórico iba dirigido, la mayoría de las veces, a los católicos conservadores. He aquí algunos comentarios más: “el esclavo cerrado y legalista de su propia rigidez”; “¡doctores de la letra!”; “la rigidez oculta el llevar una doble vida, algo patológico”; “¡profesionales de lo sagrado!”; “reaccionarios”; y, el más famoso, “retrógrados [indiestristas]”.
Sé que estas críticas mordaces a menudo desanimaban profundamente a los católicos ortodoxos, especialmente a los jóvenes sacerdotes y seminaristas, a los que el Papa se refirió una vez como “pequeños monstruos”. En una ocasión, durante la primera sesión del Sínodo sobre la Sinodalidad, el pontífice habló a los delegados reunidos. Este tipo de intervención papal directa fue extremadamente rara, ya que -lo que le honra- el Papa no quiso influir ni dominar excesivamente el debate. Habló, en tono sarcástico, de los jóvenes clérigos de Roma que pasan demasiado tiempo en las mercerías clericales, probándose sombreros, alzacuellos y sotanas. Puede que haya sacerdotes y estudiantes inmaduros preocupados por estas cosas, pero me pareció muy extraño que el Papa eligiera este tema para dirigirse a algunos de los principales dirigentes de la Iglesia.
Para mí, indicaba una curiosa fijación y demonización de los más conservadores. Y lo que hace las cosas aún más desconcertantes es que Francisco tenía que saber que la Iglesia está floreciendo precisamente entre sus miembros más conservadores. Mientras la famosa iglesia progresista de Alemania se marchita en la vid, la iglesia conservadora y sobrenatural de Nigeria está explotando en número. Y en Occidente, las partes vivas de la Iglesia son, sin duda, las que abrazan una ortodoxia vibrante, más que las que se acomodan a la cultura secularista. Muchas de las expresiones y anécdotas del Papa fueron ciertamente divertidas, pero difícilmente se podrían calificar de invitaciones al diálogo con interlocutores conservadores.
Sinodalidad: discutir sin zanjar nunca la discusión
A modo de conclusión, me gustaría decir unas palabras sobre la sinodalidad, que creo que el propio Francisco identificaría como su tema emblemático. Tuve el privilegio de ser delegado electo en las dos sesiones del Sínodo sobre la Sinodalidad. Durante dos meses, escuché y hablé con representantes de todo el mundo, y aprendí mucho sobre cómo los católicos responden a los desafíos en entornos culturales notablemente diversos. Disfruté mucho de las conversaciones, tanto de los intercambios formales en torno a la mesa como, más aún, de las charlas informales durante las pausas para el café. Llegué a comprender el proceso de discernimiento orante del Papa, inspirado por los jesuitas.
Debo admitir que también llegué a apreciar los límites de la sinodalidad. Aunque todos los diálogos eran animados e informativos, muy pocos avanzaban hacia la decisión, el juicio o la resolución. La mayoría se quedó atascada en lo que Bernard Lonergan llamaría la segunda etapa del proceso epistémico, es decir, ser inteligente o tener ideas brillantes. No pasaron al tercer nivel de Lonergan, que es el acto de emitir un juicio, y mucho menos a su cuarto estadio, que es el de la acción responsable. Éramos tan respetuosos con el “proceso” de la conversación que casi teníamos fobia a tomar decisiones.
Este es un problema fatal para los cristianos a los que se ha confiado el mandato evangélico de anunciar a Cristo al mundo. El resultado es algo que creo que repugna a lo que el Papa Francisco ha dicho constantemente que quiere que sea la Iglesia: extrovertida, orientada a la misión, no encerrada en la sacristía. Me pregunté a veces durante las dos rondas del sínodo si la sinodalidad representaba una tensión dentro de la mente y el corazón del propio Francisco.
Amable, divertido, accesible… y espiritual
De todos los Papas de mi vida, Francisco es, con diferencia, al que mejor he conocido. Estuve con él durante tres octubres: los dos ya mencionados, y un tercero para el Sínodo sobre los jóvenes de 2018. Durante esos maravillosos meses, lo vi prácticamente todos los días y tuve algunas ocasiones de hablar con él. También me encontré con él en una visita ad limina y en un puñado de otras audiencias. Siempre me pareció amable, divertido y accesible; una vez mantuvimos una breve pero intensa conversación espiritual. Le consideraba mi padre espiritual y lamento sinceramente su fallecimiento. Requiescat in pace.
Publicado en First Things (los ladillos son de ReL).
Traducción de Helena Faccia Serrano.
ReligionenLibertad, 04-05-2025