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DOMINGO DE RAMOS

DOMINGO DE RAMOS

Publicamos la meditación de nuestro Párroco sobre el Domingo de Ramos.

Con la celebración del Domingo de Ramos se inicia la Semana Santa. Tiempo de meditación y oración, para descubrir la profundidad de nuestra fe y del Amor del Dios hecho Hombre hacia nosotros sus criaturas.

Dios ha permitido que este año tenga un sabor distinto, amargo incluso, pero esto no resta nada de su importancia, salvo por la manifestación externa, la supresión de los actos de Piedad Popular, que siendo tan importantes pero, a la vez, son secundarios. Es una Semana Santa en la que podemos purificar el sentido de las celebraciones, de la realidad que se conmemora, viviendo con la sobriedad que aconteció en Jerusalén en aquellos días y que ayudarán a palpar la importancia de lo que conmemoramos.

Celebramos hoy la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, aclamado como Hijo de David, como Rey, con la fiesta que eso supuso para aquella multitud y que nosotros recordamos con la Procesión de los Ramos. Hoy, no tenemos esa manifestación exterior de júbilo, ni los ramos bendecidos, pero lo que nadie puede impedir es que mi corazón se una a ese canto ¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en el Cielo! Y sentir que mi alma alaba al Señor y se llena de Júbilo y grita al Rey. Únete a esa alabanza para siempre. Hazte el propósito de vivir ese momento de la Misa en la que alabamos al Señor con el Hosanna en el Cielo. De alabar diariamente a nuestro Salvador. Quiere ser del grupo de seguidores fieles del Señor. Convirtámonos en el resto de Israel: en los anawim.

En hebreo esta palabra “Anawin” quiere decir los “pobres de Yahvéh”, los que esperan todo de Dios y sólo en Él, aún poniendo todo lo posible por su parte. Es también llamado el “resto fiel”, o el “pequeño resto”, que iba a recibir al Mesías Salvador.

Cuando Dios libró al pueblo Hebreo de la esclavitud de Egipto, hizo un pacto con ellos. Dios sería su único Dios y ellos serían su Pueblo. Dios cuidaría de ellos y ellos cumplirían los Mandamientos de la Ley del Sinaí. Y el Pueblo se comprometió, pero la historia nos narra cómo aquello duró poco, a pesar de haber visto los prodigios de Dios en su favor. Por eso Dios se hacía el sordo, en vez de llevarles a la tierra prometida, porque sus corazones no estaban preparados: cuarenta años en el desierto, falta de agua aunque les daba de beber; serpientes venenosas aunque les salvaba de ellas; hambre aunque les alimentó con el maná, etc. pero siempre murmuraban, criticaban a Dios y anhelaban la esclavitud. Pero hubo siempre en Israel un Resto, un porcentaje pequeño, pero grato a Dios, que hacía que Dios siguiera ayudando a su pueblo, a pesar de su terquedad. Hoy los cristianos estamos llamados a vivir como ese Resto de Israel, como aquellos que lo esperan todo de Dios como si nadie pudiera y, a la vez, poniendo todo como si de ellos dependiera todo. Resto que se afana en amar, ante todo a Dios, con lo que conlleva de amar a los hermanos. Un amor que no es la emisión de hermosas palabras, sino de un afecto que sale del corazón y se traduce en actos de caridad con el prójimo.

El profeta Sofonías, se referirá a ellos como al grupo de gente humilde y pobre, pero llenos de fidelidad hacia Dios. Era un pequeño grupo que se mantendría firme a la alianza y permanecería firme en la comunión con Dios, fieles al compromiso de la alianza. Pero siempre se encontraron otros creyentes que sucumbían ante las tentaciones de sus malos dirigentes o preferían la comodidad de la rutina o la mediocridad de una fe sostenida por actos externos.

En todos los tiempos, se encuentran creyentes que pueden ser considerados “el resto de Israel”: a veces serán hasta perseguidos e incomprendidos por quienes se sienten amparados por “las seguridades externas” de lo religioso y del culto. En la época de Jesús, se va a enfrentar a los fariseos, quienes se sentían seguros por su “apego” a la Ley. Junto con otros judíos, van a promover la muerte del Señor, pensando que así se acabaría su influencia. Sin embargo, Jesús sigue adelante, pues para Él lo importante era cumplir la voluntad de su Padre.

Es tiempo, pues, de purificar nuestra fe y nuestras devociones. De no quedarnos en los actos externos o las manifestaciones de piedad, sino ir al fondo de lo que celebramos. Por eso el que hoy no tengamos ni ramos ni procesión, debe quitar un ápice de la importancia de este día, ni de la alabanza y alegría con la que el cristiano celebra el domingo de Ramos. Porque en tu corazón reside el deseo.

La Hora de Jesús se acerca y hoy es su preámbulo, por eso el Evangelio que hemos escuchado es el de la Pasión. Es la hora de la entrega. En varias ocasiones han intentado lapidarlo y se escabulle de quien quiere hacerlo por blasfemo. Por no reconocer sus obras, como veíamos ayer en el Evangelio. Pero el hombre tampoco hoy las reconoce. Muchos decían te seguimos y no lo hacían. La historia se repite. Pero también se repite el resto de Israel.

El Maestro nos va a enseñar quién y cómo se puede ser fiel y por tanto participar en el “nuevo resto de Israel”. Lo hará con las parábolas, como la del hijo pródigo y el buen samaritano; con la del publicano que bajó justificado del templo al contrario del fariseo orgulloso y soberbio; en la aceptación de quienes parecían tener más fe que los del mismo pueblo de Israel; con el pecador arrepentido… Y, a la vez, dio las claves para poder pertenecer a dicho “resto”, que podía ser considerado como su “rebañito”, junto con sus discípulos: la clave la encontramos en la propuesta de las bienaventuranzas.

Ciertamente que hay un elemento que todos quieren compartir: la felicidad. Pero luego hay unas condiciones que sólo van a ser aceptadas por los de mente y corazón abiertos: las bienaventuranzas. Ante el mundo, es incomprensible cómo quien es limpio de corazón, constructor de la paz, pobre de espíritu, misericordioso y manso, podrá ver a Dios y participar de la plenitud de su Reino.

Si dejamos ser Dios a Dios y nosotros intentamos ser de ese nuevo resto de Israel, el Señor seguirá teniendo misericordia de su Pueblo y hará realidad las maravillas de sus promesas. Feliz Semana Santa.

 

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