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JESÚS TAMBIÉN LLORA

JESÚS TAMBIÉN LLORA

Bajo este título, nuestro Párroco reflexiona sobre el Evangelio del domingo pasado, que trata de la resurrección de Lázaro, una de las 3 ocasiones en las que la Biblia recoge que Jesús llora.

El domingo pasado leíamos el Evangelio de la resurrección de Lázaro y nos podríamos fijar en muchas cosas, pero quisiera hacerlo especialmente en el llanto de Jesús. Ver llorar a un adulto siempre conmueve, pero si este es el Dios hecho Hombre, nos perturba. ¿Qué es capaz de emocionar a Jesús hasta el punto de hacerle llorar? Llora por la muerte de su amigo Lázaro, pero, por otro lado, Él sabía que eso iba a ocurrir, es más, forma parte de un plan para acrecentar la fe de sus discípulos antes de la prueba de la Pasión. ¿Por qué se conmueve? Cada uno puede sacar sus conclusiones, pero quiero fijarme en su amistad con esa familia.

Las dos hermanas saldrán al encuentro del Señor en cuanto saben de su presencia y ambas dirán que eso no habría sucedido de haber estado El allí. Primero son ellas las que van a buscar el consuelo de Jesús, son ellas las que salen a su encuentro sin esperar que sea El quien se acerque y ambas son conscientes de su poder. ¿También nosotros lo primero que hacemos ante la adversidad es ir a buscar a Jesús o nos quedamos en quejas inútiles? ¿Somos conscientes de su poder o titubeamos? Jesús les ha dicho a los discípulos que la muerte de Lázaro es para dar gloria a Dios y tiene un fin más allá del que puedan imaginar, pero una vez más tampoco le entendieron. No le entienden los más cercanos a Jesús, los que durante tres años le han seguido día y noche y ¿pretendemos nosotros ser más que ellos? A Dios nunca le podremos entender, pero sí podemos fiarnos de Él, sabiendo que lo que permita tendrá una finalidad en su plan de Salvación y nosotros formamos parte de ese plan y si le secundamos se llevará a cabo con éxito.

Pero volvamos al momento en que Jesús llora. Primero nos dice el evangelio que se conmovió al ver llorar a María y a los judíos, y preguntó por el lugar del entierro. Tuvo que soportar críticas de alguno que censuraban que no hubiera hecho nada para evitarlo. Cosa que no nos extraña, ya que los humanos somos muy dados a juzgar de todo sin que nos corresponda ni teniendo todos los datos para emitir un juicio acertado. Jesús al ver el lugar lloró. Realmente, uno se imagina el momento y se le corta la respiración. Jesús que ha sido siempre positivo, alegre, confiado; llora. Es como si tuviera un instante de impotencia, pero es Dios. Percibe las consecuencias del pecado, que es la muerte. Y llora. Ese llanto muestra el amor hacia Lázaro, hacia sus hermanas  y a los amigos que las acompañan, pero también a lo que el pecado realiza en el hombre. Es por eso que su Hora está cerca, de modo que se iniciará la Semana de la Pasión del Señor a los pocos días. Ese llanto es anticipo del sudor de sangre en el Huerto de los Olivos. Está deseoso de vencer al pecado y a la muerte y derrotar al Maligno, que lo conseguirá con el derramamiento de su Sangre en la Cruz como Víctima de propiciación. Resuenan en nuestros oídos aquellas palabras del Salmo, no quieres ni sacrificios ni holocaustos, pero me has dado un cuerpo, oh Padre para hacer tu voluntad.  Jesús es capaz de entender y experimentar el sufrimiento y nos dice con ello: Te entiendo. Pero conmigo vencerás. Yo he vencido. Pero el vencimiento pasa por la Cruz.

Quien quiera apartar la cruz de cada día de su vida no podrá encontrar a Jesús. La vida demasiada cómoda nos impide verle, porque Él está cerca de los atribulados. Jesús, el Hijo de Dios vivo, llora porque no le tenemos. En el Evangelio de Lucas Lc 19,41 vemos que llora sobre Jerusalén porque no le reconoce y en ello ve el sufrimiento del hombre porque no se fía de El, no se quiere acercar y se aleja de Dios, simbolizado en esa Ciudad. Ahora se nos muestra una ocasión más de volver a Él, de no abandonarlo. Cuando en la en la Edad Media se diezmaba la población por la peste recurrían a Él, como hemos visto a través del Crucifijo de la Iglesia de san Marcelo o de tantas historias de nuestro territorio, que narran los mismos acontecimientos. Antes el mundo se volvía a Dios y hoy se vuelve a la ciencia, sin descubrir que la ciencia es creación de Dios.

Volver a Dios no es solo confiar en Él, rezarle e implorarle, incluso con gritos y con lágrimas, como nos dice el salmo 50, sino tratar de ser las manos de Jesús en medio de los hombres, de ser su voz aquí en la tierra dando a conocer su amor por el hombre, para que sintiéndonos amados correspondamos a su amor. Eso es lo que pide nuestra santidad, nuestra identificación con El. Santidad que es  amar a Dios lo primero. A veces, solo le pedimos pero no le decimos que le amamos. ¿Cuántas veces le has dicho hoy a Jesús que le quieres? Y sin embargo, ¿cuántas veces le has pedido cosas? Pero amar a Dios es hacerlo en sus hijos, los hombres. Encontré el otro día una supuesta conversación en la que hacía caer en cosas que nos parecen insignificantes, a las que no damos importancia suficiente, pero son faltas de caridad y por tanto faltas de amor a Dios:

Ella contestó: “¿Y tú crees que desde anoche no has ofendido al Señor? Déjame que Yo te recuerde algunas cosas. Cuando salías para venir aquí, la muchacha que te ayuda se acercó para pedirte algo y como estabas con retraso,  apurada, le contestaste no de muy buena forma. ¿Eso ha sido una falta de caridad de tu parte y dices no haber ofendido a Dios…?”

“De camino hacia acá un autobús se atravesó en tu camino, casi te choca y te expresaste en forma poco conveniente contra ese pobre hombre, en lugar de venir haciendo tus oraciones, preparándote para la Santa Misa. Has faltado a la caridad y has perdido la paz, la paciencia. ¿Y dices no haber lastimado al Señor…?”

“En el último momento llegas, cuando ya la procesión de los celebrantes está saliendo para celebrar la Misa…y vas a participar de ella sin una previa preparación….”.

Nosotros podemos responder a ese lloro de Jesús con nuestra vida entregada y eso sería hacer eficaz su llanto. Cuantos hoy buscan consuelo a su llanto. Gente que fallece o está mal. Pues diles que la iglesia reza por ellos y entre tu oración y la misa encontrarán consuelo. Es la experiencia que me estoy encontrando estos días en el  hospital, donde están solos, sin familia, incluso muriendo solos. Hay que abrir canales para que la gente lo sepa y sepa dónde acudir. Así tú también te sentirás parte activa de la Iglesia y el llanto de Jesús se transformará en consuelo y salvación.

 

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