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Proteger la vida humana, un deber grave de los gobernantes

Con motivo de las próximas elecciones, la actitud ante el aborto de los diversos representantes políticos vuelve a ser un tema frecuente en los medios de comunicación. Por muchos años que llevemos padeciendo los abortos, ninguna persona, dedicada a la política o no, debería acostumbrarse a que cada año se acabe con la vida de unos cien mil hijos, cuyo corazón late ya en el seno de sus madres.  Objetivamente es la mayor tragedia nacional (por no hablar de otros países), con diferencia sobre cualquier otra por el número de muertos, aunque se silencie para no intranquilizar las conciencias.

Es aún más grave que la violación de otros derechos humanos, pues el primer derecho humano es el derecho a nacer. ¿Se puede hablar de respetar los derechos humanos si no se respeta el derecho a nacer del concebido no nacido? ¿Es admisible biológicamente negar la condición de ser humano al embrión o al feto para justificar la posibilidad de acabar con su vida?

Aunque el número de abortos sea considerable -uno solo ya sería grave, como lo es la muerte de un inocente-, la gran mayoría de las mujeres no han abortado ni desean abortar. Es un deber de los gobernantes estudiar la manera de reducir los abortos, pues esta lacra solo es deseable para el que se mancha las manos haciendo negocio con ella.

La sociedad no mejora con los abortos. La mujer que aborta no se siente mejor ni es más feliz por abortar: aunque haya llegado hasta allí habría deseado no tener que hacerlo (lo que no quiere decir que esté justificado). Los gobiernos tampoco parece que puedan esgrimir entre sus logros haber aumentado el número de abortos: es como si presumieran del número de enfermos que no consiguen curar, o del número de muertos por causas diversas que tampoco consiguen evitar; o del aumento de la drogadicción y el alcoholismo; o del número de personas que por no vivir responsablemente su sexualidad acaban en embarazos no deseados (y de ahí provienen el mayor número de abortos).  

Por el contrario los gobiernos pueden considerar un buena política la que, aunque exista la posibilidad de abortar, consigue por medidas lícitas y eficaces de diverso tipo que los abortos disminuyan año tras año, fomentando la cultura de la vida: con medidas que ayuden a adquirir desde la adolescencia una educación sexual responsable; medidas que sirvan para mejorar el respeto a la mujer; que disminuyan la pornografía y la prostitución; que ayuden a una vida sana y equilibrada: interés por el estudio, por el deporte, por la cultura, por el arte… Medidas que faciliten entregar en adopción al hijo que no se pueda mantener o se desee renunciar a él. Medidas que protejan la maternidad… La verdadera liberación de la mujer es liberarla de todo lo que dificulte vivir con la dignidad y el respeto que toda mujer se merece; lo contrario no libera, sino que esclaviza.

Proteger la vida humana no es una cuestión de izquierdas o derechas, sino de todos, como lo es evitar la corrupción, el fraude, la violencia en el trato… Protegemos los bosques para evitar incendios, y los ríos y lagos para que no se contaminen, y los animales para que no se les maltrate y no sufran…, ¿y no vamos a proteger la vida humana…?

Es un deber primario, básico e irrenunciable, y asumirlo como algo propio debe ser un compromiso serio para todo representante político. Por eso no se entiende que alguien pueda dudar de asumir claramente ese deber. Sería vergonzoso no comprometerse a proteger la vida humana desde su concepción; perdería toda credibilidad moral el que se oponga a ello. Lo que debe ser rechazado ampliamente en las urnas es no apoyar esta protección.

Juan Moya

Doctor en Medicina