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Juan Pablo II, visto por sus amigos y colaboradores

Captura de pantalla 2014-05-28 a la(s) 19.12.14Sobre Juan Pablo II se han escrito biografías, obras de historia, estudios… Pero los amigos y colaboradores que estuvieron junto él, en un pontificado que sacudió la Iglesia y el mundo, están en condiciones de ofrecer un testimonio particularmente significativo. Este es el propósito del libro de entrevistas realizadas por Wlodzimierz Redzioch, bajo el título Junto a Juan Pablo II,, publicado en España por la Biblioteca de Autores Cristianos (1).

El libro arranca con un testimonio excepcional, el del Papa emérito Benedicto XVI, que como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe fue un colaborador estrecho de Juan Pablo II en decisiones capitales de aquellos años. Con él toman también la palabra el cardenal Stanislaw Dziwisz, que fue su secretario desde los tiempos de arzobispo de Cracovia; los segundos secretarios; amigos polacos como Deskur, Grygiel, Nagy y Wanda Póltawska; colaboradores del Vaticano, desde el portavoz Navarro-Valls al secretario de Estado Angelo Sodano; el cardenal vicario para la diócesis de Roma, Camilo Ruini, y el prelado del Opus Dei, Javier Echevarría. Y después también el médico (Buzzonetti), el fotógrafo (Mari), uno de los guardias del Papa (Biocca). Tampoco falta el testimonio de las dos mujeres protagonistas de los milagros decisivos para la cononización (Marie Simon Pierre Normad y Florybeth Mora Díaz), y de los instructores de la causa, Mons. Oder y el cardenal Amato. Benedicto XVI: “Que Juan Pablo II fuera un santo, en los años de mi colaboración con él me ha resultado cada vez más claro”

Una liberación que no lo era

Cuando le preguntan al entonces cardenal Ratzinger por los desafíos doctrinales que han afrontado juntos durante su etapa de prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, se refiere en primer lugar a la Teología de la Liberación que se estaba difundiendo en América Latina. Frente a la idea entonces dominante de que se trataba de un apoyo a los pobres y por tanto de una causa que se debía aprobar, Benedicto XVI subraya que “era un error”. “La pobreza y los pobres eran sin duda tematizados por la Teología de la liberación pero con una perspectiva muy específica”. Las soluciones que suponían una ayuda inmediata a los pobres y las reformas que podían mejorar su condición eran rechazadas, porque la única solución era una transformación revolucionaria del sistema. “La fe cristiana era usada como motor para este movimiento revolucionario, transformándola así en una fuerza de tipo político. Las tradiciones religiosas de la fe eran puestas al servicio de la acción política. De este modo la fe era profundamente alienada de sí misma y se debilitaba también el verdadero amor por los pobres”.

Juan Pablo II había experimentado en su patria la esclavitud operada por esa ideología marxista, y que por eso había comprendido que la Iglesia debe actuar a favor de la libertad “no en modo político, sino despertando en los hombres, a través de la fe, las fuerzas de la auténtica liberación. “El papa nos guió para tratar los dos aspectos: por un lado, desenmascarar una falsa idea de liberación; por otro, exponer la auténtica vocación de la Iglesia a la liberación del hombre. Esto es lo que hemos intentado decir en las dos instrucciones sobre la Teología de la liberación”.

Otro tema doctrinal que destaca Benedicto XVI fue el esfuerzo por una correcta comprensión del ecumenismo, cuestión que tiene un doble perfil: “Por un lado se debe afirmar con toda urgencia la tarea de actuar a favor de la unidad y se deben abrir caminos que conduzcan a ella; por otro, Es necesario rechazar falsas concepciones de la unidad”.

Stanislaw Dziwisz: “Toda su actividad estaba imbuida en la oración”

Entre los documentos que tocaron varios aspectos del ecumenismo, Benedicto XVI afirma que “el que suscitó las mayores reacciones fue la declaración Dominus Jesus (2000), que resumió los elementos irrenunciables de la fe católica” en este tema.

A este respecto, cuenta una anécdota sobre el apoyo recibido de Juan Pablo II. Ante las críticas al documento de la Congregación, Juan Pablo II le invitó a escribir un texto para sus palabras del Angelus, en el que quedara claro que el Papa aprobaba el documento. El entonces prefecto preparó un breve discurso: “no pretendía ser demasiado brusco y por ello traté de expresarme con claridad pero sin dureza. Después de leerlo, me dijo: ‘¿Es de verdad suficientemente claro? Yo respondí que sí. Quien conoce a los teólogos no se sorprenderá por el hecho de que hubiera quien sostuvo que el Papa se había distanciado prudentemente de la Dominus Jesus“.

Tres encíclicas para releer

A la pregunta de qué encíclicas de Juan Pablo II considera más importantes, Benedicto XVI menciona tres: la primera encíclica, la Redemptor hominis: “como respuesta a la pregunta sobre cómo se puede ser cristiano hoy y creer como católico, este texto totalmente personal y a la vez totalmente eclesial puede ser de gran ayuda a todos aquellos que están buscando”.

En segundo lugar, la Redemptoris missio, que “pone de manifiesto la importancia permanente de la tarea misionera de la Iglesia”. “Se examina la relación entre el diálogo de las religiones y la tarea misionera y se muestra por qué, también hoy, es importante anunciar la Buena Nueva de Cristo, el Redentor de todos los hombres, a los hombres de todo lugar de la tierra y de toda cultura”.

En tercer lugar, la encíclica sobre los problemas morales, la Veritatis splendor. Tras el Vaticano II, explica Benedicto XVI, se dejó a un lado la orientación prevalentemente iusnaturalista de la teología moral, luego se fue afirmando la opinión de que la Biblia no tenía una moral propia que anunciar. “Y dado que no se podía reconocer ni un fundamento metafísico ni uno cristológico de la moral, se recurrió a soluciones pragmáticas: una moral fundada sobre el principio del equilibrio de bienes, en la cual no existe ya lo que está verdaderamente mal o verdaderamente bien, sino solo aquello que, desde el punto de vista de la eficacia, es mejor o peor”.

Navarro-Valls: “Juan Pablo II fue un hombre excepcional que ha tenido también la generosidad de abrirse a la confidencia, a la familiaridad y al puro afecto” “La gran tarea que el Papa tuvo en esta encíclica fue la de recuperar nuevamente un fundamento metafísico en la antropología, como también una concreción cristiana en la nueva imagen del hombre de la Sagrada Escritura.

Estudiar y asimilar esta encíclica sigue siendo un gran e importante deber”.

También destaca Benedicto XVI la encíclica Fides et ratio, en la que Juan Pablo II se esfuerza por ofrecer una nueva visión de la relación entre fe cristiana y razón filosófica, y la Evangelium vitae, sobre la dignidad intangible de la vida humana desde el momento de la concepción.

La intensidad de su oración

Como características sobresalientes de la espiritualidad de su predecesor, Benedicto XVI señala: “La espiritualidad del Papa estaba caracterizada sobre todo por la intensidad de su oración y por estar profundamente arraigada en la celebración de la Santa Eucaristía y era practicada junto con toda la Iglesia mediante el rezo del Breviario. En su libro autobiográfico Don y misterio es posible ver cómo el sacramento del sacerdocio determinó su vida y su pensamiento. Así, su devoción no podía ser nunca puramente individual, sino que estaba también siempre llena de solicitud por la Iglesia y por los hombres. La tarea de llevar a Cristo a los demás estaba arraigada en el centro de su piedad. Todos nosotros hemos conocido su gran amor por la madre de Dios. Donarse del todo a María significó ser, con ella, totalmente para el Señor”.

“Que Juan Pablo II fuera un santo, en los años de mi colaboración con él me ha resultado cada vez más claro”, confiesa el Papa emérito. “Hay que tener en cuenta ante todo naturalmente su intensa relación con Dios, ese estar inmerso en la comunión con el Señor. De aquí venía su alegría en medio de las grandes fatigas que tenía que soportar, y la valentía con la que asumió su tarea en un tiempo realmente difícil. Juan Pablo II no pedía aplausos, ni ha mirado nunca alrededor preocupado por cómo eran acogidas sus decisiones. Él ha actuado a partir de su fe y de sus convicciones y estaba también dispuesto a sufrir golpes. La valentía de la verdad es, a mi modo de ver, un criterio de primer orden de la santidad. Solo a partir de su relación con Dios es posible entender también su

indefectible empeño pastoral”.

También el hoy cardenal Stanislaw Dziwisz, testimonia que Juan Pablo II buscaba su inspiración y su fuerza en la vida de oración. “Toda su actividad (sus encuentros con la gente, las decisiones a tomar, las visitas pastorales, el anuncio de la palabra de Dios, las actividades académicas) estaba imbuida en la oración”. Recuerda que en Cracovia había hecho poner dentro de la capilla una mesita que le servía como escritorio, cerca del sagrario.

“Este encuentro con Jesús le infundía también esa gran paz y esa alegría espiritual que eran evidentes para todos, y le daba la energía que necesitaba para el servicio a la comunidad de la que era pastor. Y, a pesar de todas las obligaciones, encontraba también tiempo para cultivar la amistad, y para tener momentos de descanso, para salir a la montaña, para esquiar…”.

El nuevo santo visto por su secretario, Loris Capovilla

“Mis años con el Papa Juan XXIII” Juan XXIII es conocido como “el papa bueno”, querido y recordado por su cordialidad y capacidad de diálogo; así como por la inesperada iniciativa de convocar un Concilio universal. En este libro de Loris F. Capovilla, secretario particular de Juan XXIII desde 1953 hasta el fallecimiento de este papa, se nos da una visión profunda y cercana de la vida de Angelo Giuseppe Roncalli, como hombre y como romano pontífice. Esta obra es fruto de conversaciones entre el autor y Ezio Bolis, sacerdote y director de la Fundación Papa Juan XXIII.

Siembra de paz basada en la doctrina

Algunos de los rasgos que destacan en la vida de Roncalli son la fortaleza y la exigencia. Capovilla, amigo y confidente de Juan XXIII, se dirige a él de esta manera: “os han llamado ‘papa bueno’. Erais bueno, es cierto, pero no por ello acomodaticio ni débil. En vos la bondad se conjugaba con una decidida profesión de fe, con el respeto de la tradición, con la confianza de poder atraer a las almas hacia el territorio de Dios”. El autor recuerda a Roncalli como “el joven clérigo que apuntaba en su diario las severas disposiciones conciliares en materia de vestimenta y conducta, el capellán que atiende y consuela a los heridos de la Gran Guerra, el sacerdote que afronta con entusiasmo la aspereza de la posguerra, el obispo cosmopolita que gestiona con competencia las tensas relaciones diplomáticas de una Europa profundamente turbada por la Segunda Guerra Mundial, el pontífice sonriente y al mismo tiempo consciente de los males del mundo”. Por otra parte, la vida privada del papa manifestaba una profunda piedad, de la que el libro nos ofrece algunos detalles como este: “Angelo Giuseppe Roncalli solía confesarse con una obstinada regularidad y una extremada delicadeza”.

La traumática primera mitad del siglo XX y la posterior Guerra fría son indispensables para entender el afán de Roncalli por el diálogo, la reconciliación y la fraternidad entre los pueblos. Una materialización de esta búsqueda fue su encíclica Pacem in terris, promulgada el 11 de abril de 1963. Un documento que Ezio Bolis sintetiza así: “la paz entre los hombres exige la verdad como fundamento, la justicia como norma, el amor como motor, la libertad como clima”.

Juan XXIII y Juan Pablo II

Haciendo memoria del cónclave que eligió el 28 de octubre de 1958 a Juan XXIII, Capovilla sostiene que “ Roncalli poseía las únicas dotes que permiten superar cualquier obstáculo e innovar la realidad condicionada por el pecado: una ilimitada confianza en Dios, una extraordinaria disponibilidad a dejarse guiar por el Espíritu. Igual que entonces, puede que todavía hoy a muchos les resulte difícil admitir que en Juan XXIII salía a relucir la sencillez, y no la simpleza, la misericordia, y no la mansedumbre, la disponibilidad, y no la credulidad, el candor, y no la ingenuidad, la espontaneidad, y no la impulsividad, el abandono a la Providencia y no al fatalismo, la valentía intrépida y no la temeridad, la esperanza inquebrantable y no la ilusión”.

Las guerras mundiales socavaron profundamente los principios de convivencia cimentados en el cristianismo.

Para Ezio Bolis “entre la posguerra y finales de los años cincuenta, el mundo asiste a una fortísima y rápida transformación en distintos ámbitos”. Juan XXIII aplicó la doctrina cristiana de siempre a aquella situación.

Este papa, sin ruptura con el Magisterio anterior, “supo captar la velocidad de nuestra época y volver a poner en circulación de forma más acentuada el lenguaje de Cristo”, explica Capovilla. El anuncio del Concilio, prosigue el autor, “invitó a que abriéramos los ojos a una preocupante realidad, a la que había que atender con remedios radicales”.

El 25 de enero de 1959 Juan XXIII anunció el Concilio Vaticano II. Ante las preguntas e inquietudes que suscitó el Concilio, Capovilla afirma: “(…) creo que la demostración de la eficacia de aquella experiencia trascendental se halla, aún más que en los textos laboriosamente preparados durante aquellos días, en el testimonio de los papas que sucedieron a Juan XXIII, en el impulso ecuménico y misionero de sus pontificados”.

Respecto a Karol Wojtyla, el futuro papa polaco, se nos recuerda que fue uno de los primeros obispos que apoyó la causa de canonización de Roncalli. El autor relata un significativo suceso de Juan Pablo II, del que fue testigo: “acudió a las Grutas vaticanas para rendir homenaje a los restos mortales de sus predecesores (…) Al llegar ante la tumba de Juan XXIII, Juan Pablo II apartó el reclinatorio y se arrodilló obre el suelo desnudo, con la cabeza y las manos apoyados en el sepulcro. Aquel singular gesto de veneración y gratitud se me quedó grabado. Es como si lo hubiera hecho adrede para recordarnos el error que tantas y tantos habían cometido, veinte años atrás, al no recibir con fe intrépida a aquél maestro inesperado”. Ahora, ambos papas son canonizados juntos.

A finales del verano de 1962, Juan XXIII dio los primeros síntomas de un cáncer de estómago. Su salud fue empeorando, sin que disminuyera su ritmo de trabajo. Ante las peticiones que se le hacían para que descansara más, el papa reafirmó su deseo de mantener su plan de actividades en estos términos: “Aunque tuviera que morir por el camino. Bienaventurados los sacerdotes que mueren al pie del altar”. El libro revela una queja del papa en la última fase de su enfermedad, cuando estaba muy imposibilitado: “me da pena no decir misa”. Murió el 3 de junio de 1963.

Capovilla nos cuenta que Roncalli le dijo en una ocasión: “¡Tan solo podrás considerarte un hombre libre cuando pongas tu yo bajo tus pies!”. Juan XXIII, el papa bueno y misericordioso, fue también un papa de profunda oración, exigente en la disciplina y magnánimo en el afán apostólico.

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Juan Pablo II, visto por sus amigos y colaboradores JUNTO A JUAN PABLO II. Sus amigos y colaboradores nos hablan de él

Accanto a Giovanni Paolo II

Autor: Wlodzimierz Redzioch (ed.) BAC.