50 Retazos sacerdotales : Juan Bautista Granada Marín (Ordenado en 2003)
A continuación os ofrecemos el testimonio vocacional de Juan Bautista Granada Marín, vicario parroquial de la Concepción de Nª.Sª. en Goya. “Si quieres arriesgar tu vida por alguien, hazlo por Cristo” es el título de su testimonio, que se da a continuación y que está incluido en la página 111 del libro “Alzaré la copa de la salvación”. En este libro 50 sacerdotes de nuestra diócesis nos cuentan su vocación. Se encuentra a vuestra disposición en la Delegación de pastoral vocacional.
Testimonio
¿Por qué soy sacerdote? Esta pregunta me la he hecho muchas veces a lo largo de mi vida, antes de entrar en el seminario, una vez en él y luego como sacerdote, y después de mucho pensar y reflexionar siempre llego a la misma conclusión: soy sacerdote porque Dios quiere que sea sacerdote. Las palabras que el Señor dirige a Jeremías –“Antes de formarte en el vientre te conocí; antes que salieras del seno te consagré” (Jr 1, 5)- son una realidad en mí y creo que en todos los llamados a compartir la misión de Cristo.
A lo largo de mi vida Jesucristo me ha manifestado su amor de mil maneras y me ha invitado a seguirle a través de personas, acontecimientos y situaciones personales. La propuesta que Cristo hizo a sus apóstoles la sigue haciendo hoy entre nosotros. Recuerdo lugares concretos, de lo más variados, en los que sentí con claridad la llamada del Señor, produciendo en mi un gozo y una alegría increíbles. Se hacía realidad en mí el salmo 4: “Pero Tú, Señor, has puesto en mi corazón más alegría que si abundara en trigo y en vino”. Es la experiencia de san Ignacio de Loyola cuando siente la llamada de Dios: las cosas del mundo ya no le llenaban, sin embargo el pensamiento de entregarse al servicio de Dios le llenaba de paz, gozo y alegría. Dios se vales de todo para manifestarse -aunque sea en la noche oscura de la fe, escribe el Hno. Rafael Arnaiz-, pero sobre todo en el mundo del dolor. Toda mi vida profesional ha estado centrada en la enfermaría, una preciosa profesión que tiene muchísimo de vocación, pues sin ella no se puede llevar a cabo la hermosa tarea del cuidado de los enfermos, sobre todo de los enfermos mentales, aquellos a quien yo cuidaba. Este ambiente me ayudó mucho a descubrir mi vocación y a romper los miedos que me impedían dar el paso definitivo. El Señor a lo largo de mi vida me fue pidiendo más, no solo cuidar el cuerdo, también el alma, como hacía Él. Recuerdo en este tiempo la impresión que me causó una lámina de Juan Pablo II recién nombrado Papa, con esta frase: “Si quieres arriesgar tu vida por alguien, hazlo por Cristo”. Supe que estas palabras iban dirigidas a mí que no acababa de dar el paso. Me sobrecoge que todo un Dios infinito y eterno haya querido dejarse ayudar por el hombre, en particular por mí, finito y pecador, que se fíe y cuente conmigo para esta apasionante misión: llevar a los hombres a Dios.
Mi vocación ha sido y es posible, como no, gracias a la ayuda de la Iglesia que ha ido confirmando y sigue acompañando la llamada inicial del Señor. En efecto, la Iglesia, comunidad cristiana que vive y celebra el misterio de Dios, hace posible que el deseo íntimo de seguirle de cerca sea una realidad en mí. Se hacen comprensibles las palabras de Paul Claudel, en las que este describe su experiencia de encuentro con Dios el día de Navidad de 1866 cuando asistía a los oficios en la catedral de Nôtre Dame de Paris. Escribe: “Tuve la revelación de un Dios que me tendía los brazos… En un instante mi corazón fue tocado y creí… ¡Dios existe, está! ¡Me ama! ¡Me llama! Las lágrimas y los sollozos acudieron a mí y el canto tan tierno del Adeste aumentaba mi emoción”. Efectivamente el encuentro con Dios nos muestra una realidad distinta, nueva y nos invita a adentrarnos totalmente en ella y a entregarnos en cuerpo y alma a esta apasionante labor, sintiendo un gozo que conduce hasta las lágrimas. Por último decir que soy sacerdote porque la gracia de Dios y la oración de la Iglesia lo hacen posible.