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50 Retazos sacerdotales: Jesús Mateos Rodríguez (Ordenado en 1999)

Captura de pantalla 2014-01-23 a la(s) 18.09.45A continuación os ofrecemos el testimonio vocacional de Jesús Mateos Rodríguez, párroco de Santiago Apóstol en Colmenarejo. “Te basta mi gracia” es el título de su testimonio, que se da a continuación y que está  incluido en la página 99 del libro “Alzaré la copa de la salvación”. En este libro 50 sacerdotes de nuestra diócesis nos cuentan su vocación. Se encuentra a vuestra disposición en la Delegación de pastoral vocacional.

Testimonio

Mi historia, no es mi historia, sino la historia de un joven matrimonio que inesperadamente se convierten en padres por cuarta vez. Los médicos les avisan de que es un embarazo de riesgo a pesar de la juventud de la madre. Y el padre, lleno de fe, acude a la Virgen de Guadalupe a pedir por esa criatura. Allí en la intimidad de su oración le dice a Nuestra Señora: -si lo sacas adelante será para tí- y vuelve a su casa confortado. Al llegar le dice a su mujer: “si es un niño se llamará Jesús”. Y no le dice más. Ese niño crece, no sin incontables problemas de salud, en una familia cristiana sabiendo que su nombre es un empeño de su padre y poco más. Cuando a los catorce años comenta en casa que quiere ser sacerdote escucha de sus padres que les parece muy bien y que si es su decisión la respetarán. Tendrá que esperar cuatro años de intensa vida cristiana en su colegio y acompañado por un sacerdote del Opus Dei que le haría conocer la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz hasta entrar en el seminario.

El día de la acogida solemne, ante el cardenal don Ángel Suquía, que acaba de celebrar la Misa, ese padre le cuenta la historia que ahora todos conocéis de aquella oración escuchada. Lo había callado tantos años por respeto a la libertad de su hijo. Tanto lo había guardado que su mujer se enteró poco antes que tú, que ahora lo estás leyendo.

En el seno materno tú me sostenías, dice el salmo 70, y puedo dar fe de ello.

¿Por qué soy sacerdote? Me lo han preguntado muchas veces, y yo también lo he hecho y hasta ahora -respetando el misterio de lo que es mi vida- la respuesta más satisfactoria es porque Dios quiso.

No negaré que el ambiente en el que me he criado era propicio para escuchar a Dios; una familia en la que se rezaba y se reía. El ejemplo de una vida entregada de los padres y los hermanos mayores. Como tampoco negaré que ser sacerdote era lo que menos ilusión podía hacerme en la vida. Entonces me parecían gente distinta que vivía una vida distinta. ¡Qué equivocado estaba!

El colegio Retamar en el que me formé, también humanamente, me ayudó a tener confianza con los sacerdotes para abrirles el alma y sus inquietudes.

Pero la pregunta no vino de sus labios. Un día de San José asistiendo a Misa en mi parroquia, en el local que teníamos cedido mientras se construía el templo, el sacerdote empezó a interrogar a los niños sentados en los primeros bancos qué querían ser de mayores. En aquella época los niños aún querían ser futbolistas. Después les preguntó si habían pensado en ser sacerdotes y -la verdad- ninguno. Yo escuchaba la escena desde el fondo y sólo me pregunté: “¿y yo, por qué no?” ¡Qué pregunta tan inocente!, ¿verdad? No necesité más. Si Dios lo quiere…

Los años del seminario fueron verdaderamente apasionantes. Años para enamorarse del Señor y para aprender a querer a la Iglesia y a servirla tal  como quiere ser servida.

El día de mi ordenación me preguntaban “¡qué tal, qué tal!” Y recuerdo decirles: “me han engañado” y ante su sorpresa explicarles que me habían engañado porque ser sacerdote –después de la primera Misa- ya me parecía mucho mejor de lo que me habían contado y había podido aprender en el seminario.

Entonces empezó mi tarea en la parroquia de Santa María Magdalena de Húmera, con un sacerdote venerable que se había desgastado por la Iglesia, pero mi paso por allí fue verdaderamente efímero. A los pocos meses me enviaron a la parroquia del Buen Suceso en la que pase cinco años maravillosos dedicado, básicamente, a la dirección espiritual y a la confesión con jóvenes y universitarios. Una verdadera luna de miel.

En el seminario con dos de mis mejores amigos comentábamos la inquietud por la Misión, pero queríamos ir cuando tuviéramos más experiencia. Cinco años, decíamos. Y a los cinco años un obispo de América me pidió que fuera a servir a su diócesis. Le contesté que se lo pidiera a mi obispo y entonces el vicario me preguntó: “¿tú qué quieres hacer?” “Obedecer” contesté yo. Y entonces me encomendaron como párroco la parroquia de Santiago Apóstol de Colmenarejo. No era lo esperado pero si lo que Dios quería.

Aquí estoy disfrutando aún más si cabe. ¡Es tan auténtica la vida de un sacerdote en un pueblo! Es tan fácil entender a San Pablo cuando dice “me he hecho todo para todos con tal de ganar a algunos” (I Cor 9, 22)