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50 Retazos sacerdotales: José Cobo Cano (Ordenado en 1994)

Captura de pantalla 2014-01-09 a la(s) 17.51.04A continuación os ofrecemos el testimonio vocacional de José Cobo Cano, párroco de S. Alfonso Mª. De Ligorio en Aluche. “Porque Dios quiere” es el título de su testimonio, que se da a continuación y que está  incluido en la página 87 del libro “Alzaré la copa de la salvación”. En este libro 50 sacerdotes de nuestra diócesis nos cuentan su vocación. Se encuentra a vuestra disposición en la Delegación de pastoral vocacional.

Testimonio

Con esa ingenuidad de los pequeños, cierto día, un chaval llega a la parroquia,  cuando le digo que soy “el cura”, me pregunta curioso: “Y tú, ¿qué es lo que curas?”. Me vino a la memoria el eco de la  cura de almas que los sacerdotes más mayores me transmitieron desde sus vidas entregadas. No se si atiné a responder que, simplificando para el crío y con mi vida como sello, soy cura para vivir día a día la posibilidad de ser pobre signo de curación de esa Salud total que Cristo nos ofrece, hasta que la misión se cuele en lo más hondo del ser. Confesé feliz. Pero el chaval endilgó: “¿Y por qué?”. – “Porque Dios quiere”-, respondí, de forma refleja.

Pertenezco a esa generación intermedia de curas, bisagra entre la experiencia acrisolada en la velocidad de los cambios de los mayores, y la viveza de las nuevas maneras de los más jóvenes. Desde la perspectiva que me dan estos diecisiete años de recorrido, solo me atrevo a decir que  soy cura porque Dios quiere. Y lo hago con la serenidad que da la pequeña respuesta al proyecto que Dios pone ante mis ojos y en mi corazón. Dios quiso y se esmeró. Yo solo me he dejado.

Como al pequeño Samuel, pronto escuché, sin nombrarlo, las llamadas que Dios me hacía. Unas veces sonaba  entre las personas y descubrimientos de la parroquia que me acompañó en la adolescencia, o entre  mis amigos, o entre los recovecos  de los años de la facultad de Derecho, o en la tarea en el voluntariado de Caritas donde escuchaba el eco de aquella voz que a cada paso me decía“¿ quién irá por mi?”. Entre este  rumor primero comencé a aprender a orar, a celebrar y a escuchar vitalmente el timbre de Dios. Y no fui yo. La mano de Dios me condujo,  “tirando” de mí,  hasta el momento en el que atiné a decir: “aquí estoy porque me has llamado”. Solo fue el comienzo.

Han pasado los años. Pero no dejo de ser testigo de cómo Dios va moldeando su obra  con el barro del camino, las luces y pobrezas personales y de la Iglesia, las ilusiones, las lágrimas, con la fertilidad de las parroquias donde he vivido, y con el tesoro que siempre aportan los más pobres y débiles, lugar de Cristo.

Soy cura porque Dios quiere, y ahora descubro que, también, para lo que Dios quiere. Un día, una  anciana se acercó a la sacristía. Tímida y sofocada por el esfuerzo de caminar, le ayudo a sentarse. En la conversación, a bocajarro,  me dice: – “Padre, ustedes son un regalo que Dios Padre pone en las manos de Jesús para que seamos su familia y así nosotros lo podamos ver”. Cansada marchó. Aquella noche en la oración brotaron aquellas  palabras para desgranarlas y siguen como eco hasta hoy: ser regalo del Padre a  Cristo. Esto es en lo que me sumerge cada Eucaristía celebrada con mis hermanos, como lugar precioso cotidiano, pozo y hogar, lanzadera  y provocación.

Soy cura porque Dios quiere y, quisiera aprender a decir: a donde El quiera. Cada día me recuerdo que la dirección  está en el servicio en una comunidad concreta para que sea, a su vez, servidora.  Por eso en más de una ocasión me veo como el padre o la madre de familia que han de totalizar y buscar el alma a la vida según llega. Servidor de los sacramentos y de carismas de la casa, del arreglo de lo material, de colocar una bombilla, de atender el teléfono sea la hora que sea, del acompañamiento personal y de ser testigo de los milagros de Dios entre la gente, los pobres… cura las 24 horas en la tensión de servir para que Cristo sirva por medio nuestro. Sigue siendo la llamada.

Y soy cura porque Dios quiere y con quien El quiere.  Al tiempo que se me ha puesto con esta parroquia, me ha dado una compañía desde la que soy sacerdote: son mis compañeros los curas. Ellos son lugar de contraste, tarea y escuela. Somos variados, discípulos, difíciles a veces, pero convocados a caminar juntos. Eso pide dedicación para conocernos y admitirnos.

En fin, que soy cura porque Dios quiere que seamos felices desde el fondo de la vida, y así me veo. Caminado o tropezando con mis hermanos, de la mano del Espíritu Santo en este servicio que recompone la llamada primera  y la hace más expansiva, más honda, y que es un regalo: por eso soy cura.