50 Retazos sacerdotales: José Trujillo García (Ordenado en 1971)
A continuación os ofrecemos el testimonio vocacional de José Trujillo García, Párroco de Nª. Sra. de las Nieves en Mirasierra. “Retazos de mi vida” es el título de su testimonio, que se da a continuación y que está incluido en la página 25 del libro “Alzaré la copa de la salvación”. En este libro 50 sacerdotes de nuestra diócesis nos cuentan su vocación. Se encuentra a vuestra disposición en la Delegación de pastoral vocacional.
Testimonio
Recuerdo cómo José Luis Martín Descalzo comenzaba sus “Relatos de un cura joven”: No, yo no he sido secretario de Hitler, ni he descubierto una isla desconocida, ni he ido a la Luna, ni he atravesado el Atlántico en un cascarón de nuez. He hecho una cosa mucho más difícil y, sobre todo, más importante que ésas: yo he llegado a cura. Casi podría yo decir lo mismo: mi vida, la historia de mi vocación, no ha tenido nada de extraordinario; no ha sido producto de una conversión espectacular tras una vida descarriada ni de un acto de heroicidad.
Nací en el seno de una familia cristiana sencilla y el mejor referente para mí fueron mis padres, su ejemplo, y la fe vivida en casa desde niño con ellos y mis hermanas. La Santísima Virgen aparece desde un primer momento en mi vida. Solía decir mi madre que fue ella la que estuvo presente para que, recién llegada de la procesión de la Virgen del Rosario, yo naciera felizmente.
Si vuelvo la vista hacia atrás no tengo motivos más que para decir “gracias, Señor” y veo mi vida como una muestra constante del cariño, del “mimo” de Dios conmigo: mis años de niño pequeño en Villanueva de la Vera, donde nací a la vida y a la fe. Chapoteos en las regueras de las calles, juegos, cariño por doquier…
Mi vida en otro pequeño pueblo de Cáceres, El Gordo, donde hice la primera comunión y desde donde fui al Seminario; y la cercanía y desvelos de dos personas, sobre todo: D. Ramiro Sánchez Alonso y D. Santos Camacho, el párroco del pueblo y el maestro que tuve. Aún no se me han olvidado aquellas frases mnemotécnicas de la Miranda Podadera que, después de las horas de clase en la escuela, D. Ramiro nos enseñaba en su casa; ni tampoco cómo en aquella moto Guzzi me llevaba, sentado yo en el motor de la gasolina, hasta el vecino Berrocalejo para cantar en los entierros y funerales. Cuando hace dos años volví por allí unos días y suplí al párroco en la misa dominical fui reconocido por personas de aquel entonces y a pesar del tiempo (más de cincuenta años) transcurrido. Aún conservo también la carta que mi maestro, D. Santos, me escribía felicitándome por mi ordenación sacerdotal. Rezumaba gozo y orgullo de que uno de sus alumnos fuera sacerdote. Los años de mi estancia en el Seminario Menor San Joaquín y Santa Ana de Talavera de la Reina (años 1958 a 1961) los recuerdo no sólo sin ningún tipo de trauma, sino como unos años felices, a pesar de la rigidez disciplinar y estar lejos de mi familia. No tengo sino gratitud para aquellos sacerdotes operarios diocesanos, los de Mosén Domingo y Sol, que pasaron por mi vida: D. Pablo Fuster, D. Santos Lorenzana, D. Arnaldo, D. Antolín… todos fueron para mí un ejemplo de vida sacerdotal. Cuando vuelvo por Talavera evoco aquellos paseos los jueves al Campo de fútbol, los domingos a los Fortines, a los Sifones o al campo junto a la Tabacalera y, cómo no, aquellos días de solaz en las Cabañuelas.
Cuando me despedí al terminar el curso 60-61 en Talavera, lo hice pensando en volver. Pero en el mes de septiembre D. Juan Ricote, fue invitado por mi párroco de Aranjuez, D. Paulino Benito, junto con el equipo de formadores del Seminario de Madrid y al enterarse de que yo estaba en Talavera le dijo a D. Paulino que me invitara a venirme al Conciliar, como así lo hice.
Los años de Seminario pasaron volando Los recuerdo también con cariño y sin traumas y en ellos un hueco especial para D. Agustín García-Gasco (Prefecto de Disciplina se decía entonces) y el P. Golfín. Mi gratitud hacia ellos, así como para Alfredo Sanz Escorial, sacerdote dinámico donde los haya y que me honró con su amistad, y con quien, siendo yo aún seminarista, compartí labor pastoral en Pan Bendito, San Sebastián de Carabanchel y posteriormente, estando ya destinado en Madrid, en el mismo Arciprestazgo de San Miguel. Un 20 de mayo de 1971 fui ordenado sacerdote en la Parroquia del Santísimo Cristo de la Victoria por D. Ricardo Blanco ya que D. Casimiro Morcillo estaba muy enfermo (moriría el 30 de ese mismo mes). Los primeros meses de sacerdocio estuve echando una mano en la Parroquia de Alpajés, de Aranjuez (mi parroquia desde que tenía doce años), hasta que un 17 de septiembre comencé mi tarea en la Parroquia de San Juan Bautista, de Rozas de Puerto Real, juntamente con la enseñanza en el Seminario que la Diócesis tenía allí.
Dieciocho años (más cuatro que estuve yendo a dar clase desde Madrid). Años intensos -parroquia, clases, tutorías…- pero años muy felices. Con un equipo de compañeros (Tomás, Fermín, Demetrio y Pablo) así como profesores seglares, con los que la convivencia era fácil y creo que el trabajo fructífero. El cambio a Madrid fue duro. Las tareas eran muy distintas. El primer año daba clase de religión en el Colegio Público, pero aquello sólo duró un año porque materialmente no llegaba a más. En la homilía de mi 1ª Misa el 22 de mayo en Aranjuez, comenzaba con aquellas palabras de la madre de San Juan Bosco, creo, a su hijo: “Hijo, hoy empiezas a sufrir”. Porque también la cruz ha estado presente en momentos puntuales de mi vida. “Por la cruz a la luz, fuente de amor y vida”, dice en una de sus canciones Cesáreo Gabaráin, a quien tuve como colaborador hasta su muerte. Y así es efectivamente. La cruz nos acompaña, pero también la Luz. Cristo ilumina nuestra vida, nuestras sombras, nuestras, a veces, inexplicables situaciones. Y Él ha sido fuerza y Luz. En las primeras palabras que dirigía a los fieles de la actual parroquia en mi presentación me refería a las palabras del Salmo: “El auxilio me viene del Señor que hizo el cielo y la tierra”. En Él he querido apoyarme siempre, tratando –como me decía mi querido y recordado D. Agustín- de sumar y multiplicar en una Parroquia compleja. “Hay diversidad de funciones y ministerios…”.
Yo suelo decir: “Importa, sea de la marca que sea y los kilómetros que tenga, que el coche funcione”. Nuestra vida y nuestra misión, la del sacerdote, es como la del precursor: Hacerle a Él, a Cristo, presente. ¿Lo nuestro? Ser instrumento que posibilite su presencia. ¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Doy gracias a Dios por estos ya casi cuarenta y dos años de ministerio y amor. Y cada día le pido aquello de San Francisco: “Haz, Señor, de mí un instrumento de tu paz”.