Blog

¿Por qué soy sacerdote?: Vivir siendo sacerdote

Luis Melchor Sánchez

Simplemente pronunciar esta frase me parecí‚a impensable hace a€ños. Sin embargo hoy, la repito cada vez que despierto. Vivir siendo sacerdote, vivir respondiendo con amor a Aquel que me amó primero, vivir ofreciendo cada instante de mi vida.Y mi vida empezó de la forma má„s sencilla, o quizá„, por desgracia, m„ás comú…n: siendo un joven adolescente que transforma su vida seg…ún los momentos o con quieƒn estéƒ. As‚i, en casa pod‚ía ser el mejor hijo, en el instituto pod‚ía ser el mejor estudiante, en la parroquia pod‚ía ser el mejor monaguillo, y con mis amigos pod‚ía ser el mejor en buscar la forma de hacer el mal. Era una forma muy cómoda de vivir. Pero tambiƒén era una forma de vivir que her‚ía profundamente mi corazón.

Sin casi darme cuenta, me vi envuelto en un mundo en el que la idea de amar a alguien o dejarse amar por alguien significaba mostrar debilidad, flaqueza, fragilidad… Prá„cticamente, quedaba anulada esta realidad. Pero yo no me podíaa conformar con esto: ‹voy a negar lo que estoy viendo cada d‚ía?, ‹voy a negar el amor de aquellos que cada dí‚a me lo demuestran en mi casa, en mi Iglesia?, ‹voy a conformarme con vivir eternamente así‚ de angustiado? Cientos de preguntas como éstas se agolpaban cada noche en mi cabeza. El silencio de meterme en la cama se me hac‚ía una tortura, porque allí‚ de nadie pod‚ía huir, a nadie podí‚a engañ€ar, est„ábamos solos mi corazón y yo. “Basta ya!”, quise decirme una vez. Pero me sent‚ía dƒébil para salir de este mundo. Yo solo no podí‚a. Haber tocado la tristeza y la angustia tan de cerca me habí‚a hecho creer que poder respirar el amor y la libertad a pleno pulmón se me har‚ía imposible. Fue entonces cuando descubrí‚ el gran tesoro en la Iglesia, en aquellos jóvenes con los que tanto compartí‚ en mi parroquia. Poco a poco, fui aprendiendo a rezar, fui aprendiendo a hablar con quien no tení‚a en cuenta mi pecado, sino que me amaba sin condiciones. Al fin y al cabo, poco a poco fui aprendiendo a dejarme amar por el Se€ñor. Habiendo descubierto este gran tesoro, ‹quiƒén podr‚ía ya vivir sin ƒél? Toda mi vida empezó a girar en torno a mi Señ€or. Y con ƒÉl hac‚a mis planes. “Qué quieres de mí. Por qué te has empeñado tanto en mi?” Y me respondí: “Consuela a mi pueblo. Diles que le amo”. Miedo. Solo sentí‚ eso. Todo esto no estaba en mis planes. Pero el camino se me fue abriendo y haciendo f„ácil. Quizᄠno haya tenido que dar grandes pasos en mi vida. Me ha bastado siempre con ir siguiendo dócilmente los pequeñ€os pasos que me ha ido pidiendo al Señ€or. Casi sin darme cuenta, mis noches cambiaron radicalmente. Ahora pod‚ía decir: “en paz me acuesto y en seguida me duermo, porque tú  solo, Señor, me haces vivir tranquilo”. Por eso no me conformo simplemente con ser sacerdote. Quiero vivir siendo sacerdote. Que cada instante de mi vida, cada pensamiento, cada palabra, cada acción estƒén impregnadas de la libertad y el amor que tanto buscaba y que cada dí‚a se me regala. Por todo esto, desde el dí‚a de mi ordenación, cada vez que recibo al Se€ñor repito firmemente convencido esta oración de San Juan Mar‚ía Vianney: “Te amo, oh mi Dios y Señor. Y mi único deseo es amarte hasta el último suspiro de mi vida. Te amo, oh infinitamente amoroso Dios. Y prefiero morir amándote, que vivir un instante sin amarte. Te amo, Señor, y la única gracia que te pido es la de amarte eternamente. Oh mi Dios, si mi lengua no puede decir cada instante que te amo, quiero que mi corazón lo repita cada vez que respiro. Te amo, oh mi Dios Salvador, porque has sido crucificado por mí, y me tienes aquí, crucificado contigo. Dios mío, dame la gracia de morir amándote y sabiendo que te amo. Amén”.