¿Por qué soy sacerdote?: Vivir siendo sacerdote

Simplemente pronunciar esta frase me parecía impensable hace años. Sin embargo hoy, la repito cada vez que despierto. Vivir siendo sacerdote, vivir respondiendo con amor a Aquel que me amó primero, vivir ofreciendo cada instante de mi vida.Y mi vida empezó de la forma más sencilla, o quizá, por desgracia, más comú n: siendo un joven adolescente que transforma su vida seg ún los momentos o con quien esté. Asi, en casa podía ser el mejor hijo, en el instituto podía ser el mejor estudiante, en la parroquia podía ser el mejor monaguillo, y con mis amigos podía ser el mejor en buscar la forma de hacer el mal. Era una forma muy cómoda de vivir. Pero también era una forma de vivir que hería profundamente mi corazón.
Sin casi darme cuenta, me vi envuelto en un mundo en el que la idea de amar a alguien o dejarse amar por alguien significaba mostrar debilidad, flaqueza, fragilidad… Prácticamente, quedaba anulada esta realidad. Pero yo no me podíaa conformar con esto: voy a negar lo que estoy viendo cada día?, voy a negar el amor de aquellos que cada día me lo demuestran en mi casa, en mi Iglesia?, voy a conformarme con vivir eternamente así de angustiado? Cientos de preguntas como éstas se agolpaban cada noche en mi cabeza. El silencio de meterme en la cama se me hacía una tortura, porque allí de nadie podía huir, a nadie podía engañar, estábamos solos mi corazón y yo. “Basta ya!”, quise decirme una vez. Pero me sentía débil para salir de este mundo. Yo solo no podía. Haber tocado la tristeza y la angustia tan de cerca me había hecho creer que poder respirar el amor y la libertad a pleno pulmón se me haría imposible. Fue entonces cuando descubrí el gran tesoro en la Iglesia, en aquellos jóvenes con los que tanto compartí en mi parroquia. Poco a poco, fui aprendiendo a rezar, fui aprendiendo a hablar con quien no tenía en cuenta mi pecado, sino que me amaba sin condiciones. Al fin y al cabo, poco a poco fui aprendiendo a dejarme amar por el Señor. Habiendo descubierto este gran tesoro, quién podría ya vivir sin él? Toda mi vida empezó a girar en torno a mi Señor. Y con Él haca mis planes. “Qué quieres de mí. Por qué te has empeñado tanto en mi?” Y me respondí: “Consuela a mi pueblo. Diles que le amo”. Miedo. Solo sentí eso. Todo esto no estaba en mis planes. Pero el camino se me fue abriendo y haciendo fácil. Quizá no haya tenido que dar grandes pasos en mi vida. Me ha bastado siempre con ir siguiendo dócilmente los pequeños pasos que me ha ido pidiendo al Señor. Casi sin darme cuenta, mis noches cambiaron radicalmente. Ahora podía decir: “en paz me acuesto y en seguida me duermo, porque tú solo, Señor, me haces vivir tranquilo”. Por eso no me conformo simplemente con ser sacerdote. Quiero vivir siendo sacerdote. Que cada instante de mi vida, cada pensamiento, cada palabra, cada acción estén impregnadas de la libertad y el amor que tanto buscaba y que cada día se me regala. Por todo esto, desde el día de mi ordenación, cada vez que recibo al Señor repito firmemente convencido esta oración de San Juan María Vianney: “Te amo, oh mi Dios y Señor. Y mi único deseo es amarte hasta el último suspiro de mi vida. Te amo, oh infinitamente amoroso Dios. Y prefiero morir amándote, que vivir un instante sin amarte. Te amo, Señor, y la única gracia que te pido es la de amarte eternamente. Oh mi Dios, si mi lengua no puede decir cada instante que te amo, quiero que mi corazón lo repita cada vez que respiro. Te amo, oh mi Dios Salvador, porque has sido crucificado por mí, y me tienes aquí, crucificado contigo. Dios mío, dame la gracia de morir amándote y sabiendo que te amo. Amén”.