Blog

¿Por qué soy sacerdote? (XI): Lo mejor está por venir

Gabriel García Serrano

Recuerdo que unas semanas antes de orde­narme, me asaltó un gran miedo por el paso que iba a dar. En seguida acudí al que había sido mi profesor de Sagrada Escritura, Julián Carrón. Jamás me olvi­daré, la certeza con que me vino a decir: “ío mejor está por venir, llegará un día que tengas que pelliz­carte, para darte cuenta que no estás soñando”.

Estos diez años de sacerdote han sido una au­téntica aventura. Ha habido tentaciones y caídas, incomprensiones y sufrimientos. Pero me siento la persona más feliz del mundo. ¡He visto tantas veces la poderosa mano del Señor! Ni en el mejor de mis sueños podía haber imaginado lo que he vivido: en cuántas eucaristías he llorado, cuántos momentos de gozo auténtico, cuántos amigos con los que hacer un camino, cuántas personas me han abierto sus vidas, cuántas veces he visto cómo la gracia hacía criaturas nuevas por el sacramento del perdón, cuántas obras reales he visto surgir y crecer de modo tan milagroso delante de mis ojos… Sólo puedo dar gracias a Jesucristo, mi Dios, mi her­mano, mi todo. Su entrega cada día por mí no deja de conmoverme hasta las lágrimas.

En medio de mis ajetreos diarios y mis distrac­ciones, siempre sucede algo que me vuelve a colo­car la mirada para darme cuenta que soy Suyo, que sin Él no voy a ninguna parte, no puedo hacer nada en verdad. En el seno de mi madre la Iglesia, por los amigos que me regala, me siento todos los días re­nacer, cada día más joven, más afortunado y entu­siasmado.

Era verdad, lo mejor estaba por venir. Siguiendo ciertas relaciones, abierto a la sorpresa de cada día, no dejo de ir a más. Aunque pese el paso de los años y piense que ya no puedo recibir más, la creatividad del misterio de Dios es siempre más capaz que mis pensamientos. Gracias Padre, porque me das la vida a cada instante; gracias Jesucristo, porque sigues entregándote por amor a mí; gracias Espíritu Santo, que me abres cuando me cierro. Gracias, ¡Santa Madre Iglesia! porque perteneciéndote, siendo parte de tu pueblo, sé que, incluso el día que me muera, lo mejor estará siempre por venir. No per­mitas que jamás me separe de Ti. Quiero entregarte hasta mi último suspiro. ¡Gracias!