¿Por qué soy sacerdote? (X): ¿Y de San Blas puede salir algo bueno?

Pues, al menos, algunas vocaciones. Quién lo iba a decir. José Francisco, Enrique, yo mismo y muchas más. Entre los años de nuestra adolescencia y juventud, veíamos como la reina droga esclavizaba a casi todos nuestros amigos, eran los años 80 y 90. En mi calle, entre todos los portales, prácticamente de todos los chicos y chicas de mi generación, sólo unos pocos quedamos vivos. Es curioso, pero todos los que nos vimos lejos de aquella “epidemia” estuvimos cerca de las parroquias del barrio. Nosotros, sí podemos afirmar con un contenido preciso, que “Cristo nos ha salvado”. Es decir, con su llamada también nos ha protegido, cuidado, refugiado…
A veces pienso que mi vocación sacerdotal ha sido Su fantástica manera de atarme en corto, para no separarme jamás de su lado, para ayudarme a ser más yo mismo. Su divina amistad ha llenado desde muy temprano mi vida. Una noche, cuando tenía 12 años, lleno de pánico al pensar en la muerte, me preguntaba si todo aquello que me habían transmitido sobre Dios era mentira. Entonces una luz grande disipó mis temores. Jesús, Hijo de Dios, había estado aquí, era un hombre real y su voz había sido real. Y lleno de esperanza le dije: “hazme ver tus obras, hazme escuchar tu voz”… ¡Y vaya si lo ha hecho! Qué cantidad de “casualidades sorprendentes” se han dado en mi historia desde entonces, cuántos pequeños milagros a mi alrededor, cuántas palabras acertadas dichas por las personas más inverosímiles, cuántos dones recibidos, cuánta suerte por haber nacido con unos padres fieles a la misa y un hermano que se convirtió en mi propio padrino de confirmación o por haber encontrado en un pobre rincón de Madrid unos sacerdotes llenos de vida y de amor de Dios. La voz del Señor ha sido clara y sus obras magníficas…
El 7 de Diciembre de 1992, en el año de la selectividad, en medio de una preciosa vigilia de la Inmaculada, una voz-emoción intimísima tambaleó mi corazón: “Óscar, tú también puedes ser virgen como María, tú también puedes dar a Jesús al mundo como mi Madre. Vente conmiso, ofrécete en el altar, no te niegues, te quiero también a ti, di que Sí”. Y así fue. Se lo comuniqué a mis sacerdotes y ellos me animaron a ir al introductorio al año siguiente. Aún así pensaba que a lo mejor había sido una autosugestión mía o del momento. Quería ponerme a prueba, esperar para ver si era verdad. Terminar primero la carrera. La selectividad me había salido bien y tenía nota suficiente para hacer medicina, lo que yo quería. Al hacer la solicitud de la carrera puse medicina en primer lugar -obvio- y luego se me ocurrió poner aeronáutica, tercero fisioterapeuta, etc. Daba igual, estaba seguro que podría entrar en Medicina. Una noche, a la espera de mi admisión en la facultad, volví a pedir que se me manifestase y recé: “Jesús, si quieres que entre en introductorio no me des medicina, pero si me das medicina, supondré que he de esperar y que mi llamada no fue tal”. A la mañana siguiente bajé temprano de casa a comprar el pan y abrí el buzón, me encontré propaganda, y una carta oficial dirigida a mí. La abrí con rapidez sin salir del portal y empecé a leer: “D. Óscar, bienvenido a la Universidad Politécnica de Madrid, ha sido admitido en la Escuela de Ingeniería Técnica de Aeronáutica…”‘. Al punto, levanté los ojos y dije: “Vale Señor, vale, recibido… alto y claro”.
Después de hacer dos años de ingeniería entré en el seminario. Y allí he pasado mi juventud de los 20 años, en virginidad, con una inmensa alegría, no sin múltiples dificultades. Y me lo pasé… genial. Llevo once años de sacerdote y sé que soy un rayo de sol entre muchos otros, un servidor más de esta viña, un centinela más de su verdad,… pero hoy me hace sentir, como decían los escritores antiguos, “un ángel de su presencia”. Jesucristo quiere estar en medio de nosotros, y de eso doy testimonio.