¿Por qué soy sacerdote? (IX): Dios llama cuando cuando quiere y como quiere

Entre en el Seminario con 33 años y fui ordenado sacerdote con 41 años, cuando cuento esto siempre me comentan, entonces tu caso es una vocación tardía, en principio podría ser así, pero en el fondo de mi corazón sé que no ya que cada uno de nosotros tiene una historia personal con el Señor. Tenía 18 años, cuando pasé una Semana Santa con un sacerdote, colaborando con él en la liturgia del Triduo Pascual, durante esos días pude contemplar la felicidad con la que vivía este sacerdote su vocación, fueron unos días muy especiales y fue allí cuando descubrí que el Señor me invitaba a ser sacerdote. Era tal la alegría interior que lo vi con claridad, lo comenté con el sacerdote de mi parroquia y también lo comenté en mi casa incluso fui al Seminario. Algunos opinaban que era muy pronto y que dejase pasar algo de tiempo, y así hice. Pasó el tiempo y no tomé ninguna decisión. Llegué a pensar que sólo había sido fruto de la experiencia tan intensa que había vivido aquella Semana Santa.
Comencé a trabajar más o menos al mismo tiempo y con dinero que no puedo negarlo me proporcionaba cierta libertad comencé a disfrutar de las cosas que el mundo te ofrece y es verdad pensaba que con todas esas cosas era feliz, un buen trabajo, que por cierto me encantaba, poder viajar, tener un coche siendo muy joven, muchos amigos con los que entraba y salía; pero en el fondo de mi corazón sabía que no era feliz y durante ese tiempo en algunas ocasiones me volvía a la cabeza la posibilidad de ser sacerdote, pero hoy me doy cuenta que estaba demasiado instalado en las cosas de este mundo. Nunca me aparté de la vida de la Iglesia, de esto tengo que dar las gracias a mis padres, pero ya no pertenecía a ningún grupo parroquial me conformaba con el cumplimiento de los preceptos, aunque sí recuerdo que la venida del Papa Juan Pablo II a España en el año 1982 la viví con intensidad.
Un domingo, día del Seminario, me acerqué a la Parroquia mas cercana a mi domicilio a misa, y cuando me di cuenta que había alguien que en el momento de la homilía iba a dar un testimonio de su vocación pensé yo me marcho, pero algo me retuvo. Yo ya tenía 33 años y en ese momento el seminarista que daba su testimonio tenía la misma edad que yo cuando el Señor me invitó por primera vez a seguirle. Fue increíble porque al escucharle me reconocí a mí mismo cuando tenía cuando tenía su edad, transmitía una alegría que es muy difícil de describir. Al terminar la misa me quedé un poco bloqueado pensé que había cometido un error muy grande por no responder al Señor y descubrí que aquella alegría era una propuesta que el Señor me hizo y yo rechacé. No podía quitarme de la cabeza sus palabras, más que sus palabras la alegría que transmitía y todo ello era porque había dicho sí al Señor. Decidí volver al Seminario, no tenía claro si quería ser sacerdote, pero sí que tenía que responder al Señor, sabía que tenía que quitarme ese peso de encima, no quería ser sacerdote, estaba demasiado cómodo con la vida que tenía, por qué complicarse, pero tenía que ser la Iglesia quien me lo confirmara, por eso fui y pregunté por un formador, le conté esto mismo que os estoy relatando y me contestó: parece que tienes vocación para el sacerdocio, pero tenemos que discernirlo. Me puse en manos de la Iglesia y comencé el curso de introductorio, en el que recibimos un poco de formación y te acompañan en el discernimiento vocacional.
Todo era muy complicado, pero estaba recuperando la alegría que tuve la primera vez que el Señor me llamó, la misma alegría que transmitía el seminarista cuando dio su testimonio en la Iglesia cercana a mi casa. Y contesté Sí al Señor. No me costó mucho renunciar a las cosas que tenía, miento mi trabajo me encantaba, pero toda vocación exige un poco de sacrificio, pero como el Señor da el ciento por uno se hizo muy llevadero. Por eso cuando me preguntan si mi caso es vocación tardía yo sé que no. El Señor me llamó con 18 años pero durante el tiempo que transcurrió hasta que entré en el Seminario fue preparando mi alma para poder acogerle en totalidad.
Quiero dar las gracias al Seminario de Madrid, por todo lo que me ha cuidado durante el tiempo de formación. Que Dios os bendiga.