¿Por qué soy sacerdote? (VIII): ‘Era Él el que más lo quería

Me piden que escriba unas líneas explicando por qué soy sacerdote. Es una buena pregunta, pero creo que la respuesta, más que yo, la tendría que dar el Señor. El convencimiento al que llegué la tarde anterior a mi ordenación era que el Señor estaba empeñado en que yo fuera sacerdote, era Él el que más lo quería.
Antes de seguir, una pequeña presentación. Me llamo Mario y soy sacerdote de la diócesis de Madrid, ordenado en mayo de 1999 y desde ese mismo año, es decir, desde el siglo pasado, estoy de sacerdote en la parroquia del Bautismo del Señor.
Hace unas semanas, una encuesta realizada en Canadá concluyo que el sacerdocio es la profesión más feliz. Dicha encuesta parte, creo yo. de un pequeño error; el sacerdocio no es una profesión sino una vocación, una vocación a la que el Señor llama y en la respuesta a esta iniciativa de Dios y la fidelidad a esta llamada se juega la felicidad de uno. Igual que sucede en cualquier vocación a la que el Señor llama: vocación a la vida consagrada, al matrimonio, … El sí a Dios y la fidelidad a esa llamada es, siempre, camino de felicidad.
San Pablo dice en la carta a los Filipenses: “estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres. El Señor está cerca” (Flp 4, 4-5). Aquí radica el motivo de toda alegría y, por supuesto, la alegría y la felicidad que vivimos los sacerdotes. Decía Santo Tomás de Aquino que “la alegría es el fruto del amor” de saberse amado. Cuando te aman, estás alegre, cuando te odian, estás triste. Pero cuando uno sabe que Dios le ama, está alegre y feliz. Para mí, la felicidad como sacerdote radica en esa cercanía que uno tiene con Dios. Ser sacerdote supone estar muy cerca de Dios, y lo que es aún más importante, acercar a los demás a Cristo. Llevo doce de años de sacerdote y cada vez me impresiona más lo que supone actuar en nombre de Cristo y ser no sólo “otro Cristo”, sino “el mismo Cristo” cuando uno dice al celebrar la Eucaristía: “Este es mi Cuerpo, esta es mi Sangre” en el momento de la consagración o “yo te absuelvo de tus pecados en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo…” en el momento de perdonar los pecados en el sacramento de la Reconciliación, es algo realmente impresionante.
Que alguien te abra su corazón, su alma y se sienta liberado de todos sus pecados que le esclavizan y le quitan la paz y la alegría, poder ayudar a alguien a ver un poco de luz y esperanza en medio de la oscuridad y la desesperación, realmente llena de gozo y de felicidad a uno. El sacerdote es protagonista privilegiado de las maravillas, de los milagros que el Señor realiza en las personas, en las almas. En medio muchas veces del dolor, del sufrimiento, de la contradicción, Dios obra milagros y lo hace, en muchas ocasiones, en la Iglesia a través de la persona del sacerdote. El sacerdote ejerce su ministerio como servicio a Dios y a los hombres. Por eso se le llama ministro de Dios. Por eso, si tú que estás leyendo estas líneas piensas que el Señor te está llamando para ser sacerdote, no te lo pienses y de cabeza dile que sí y podrás experimentar en tu propia vida que el sacerdocio es la profesión más feliz. No podemos olvidar que la felicidad no consiste en cómo yo ser feliz; eso es puro egoísmo y al final el egoísmo, el mirarse uno tanto, nos lleva a ver también nuestras limitaciones, nuestras miserias, a no valorar lo que uno tiene y estar más pendiente de lo que le falta y, en definitiva, el egoísmo es la fuente de tantas tristezas y amarguras. La felicidad consiste en cómo yo puedo hacer felices a los demás. Y no hay mayor felicidad que acercar a los demás a la fuente de la felicidad, de la alegría, de la paz y de la esperanza: CRISTO. Por eso, creo yo, y estoy convencido, que el sacerdocio es la profesión, mejor dicho, la vocación más feliz y por eso yo doy gracias a Dios cada día de haberme llamado para ser SACERDOTE.