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¿Por qué soy sacerdote? (V): ‘Desde siempre’

Francisco del Pozo Hortal

Es esta una pregunta muy sencilla de formular pero tremendamente compleja de responder. Cada vez que intento responder a alguien que me hace esa cuestión, ter­mino con la impresión de que en realidad no he mostrado la profundidad de lo que esta verdad encierra. En el fondo me acerca al Misterio más profundo de mi vida, a mi ser más íntimo, a ese que, en verdad, no llego a conocer en plenitud ni siquiera yo mismo. Aunque pudiera parecer extraño, no recuerdo ningún momento de mi vida en el que no haya percibido con claridad esa llamada a ser sacerdote, pero siempre de manera sencilla, sin grandes estruendos.

Hace ya treinta y cinco años que el Señor me llamó a la vida y me preparó un sitio en el seno de una familia cristiana; vine a nacer entremedias de dos hermanas, en el barrio madrileño de Oroquieta, cerca de Villaverde Bajo, en la Parroquia de San Clemente Romano. En estas dos coordenadas se movió mi infancia: mi familia y mi parroquia; y fue en estos primeros años de mi vida, y en estos dos lugares, donde el Señor comenzó a mostrarme su Voluntad, como un tenue susurro, apenas percep­tible en muchas ocasiones, pero absolutamente real, que hacía surgir en mí, la ne­cesidad de ponerme en camino.

Hace unos días celebré el décimo aniversario de mi ordenación sacerdotal. Tam­bién en esta ocasión el Señor me tenía preparado el sitio. Los primeros cuatro años en la Parroquia de San Juan Evangelista, y los últimos seis, en el Seminario Menor de Madrid. Diez años preciosos, en los que el Señor me ha permitido contemplar, en­vuelto en mi frágil realidad humana, la grandeza del Ministerio sacerdotal, la alegría de entregarme cada día para que Él haga su obra en mí y a través mío. En aquel mo­mento de mi ordenación, elegí como lema sacerdotal la oración del mismo Cristo que recoge San Juan en el capítulo 17 de su evangelio, y que me ha ido acompañando como un faro en todo mi ministerio: “Por ellos me ofrezco”.

Y ¿qué ocurrió en mi vida durante estos veinticinco años que median entre mi lla­mada a la vida y mi llamada definitiva al sacerdocio? Sencillamente, ha sido un tiempo plagado de personas y de pequeños acontecimientos que me han ido mos­trando la necesidad de hacer mía esa misma oración de Jesús. “Por ellos me ofrezco”.

Con apenas doce años, y después de mucho tiempo deseándolo, entré en el Se­minario Menor de Madrid, y en él permanecí hasta los dieciocho en que pasé al Se­minario Mayor. Durante los años que estuve en el Menor, en los que pude disfrutar como nunca de mi pertenencia a la Iglesia, a la que iba descubriendo poco a poco, me marcó profundamente la figura de San Juan Bosco, con quien me veía tremenda­mente identificado por el gran deseo interior de ofrecer mi pobre vida para que otros jóvenes encontraran Vida, y por la de Juan Pablo II, que fue, durante el tiempo del Menor, y mucho tiempo después también, como un recordatorio vivo y continuo de lo que el Señor me iba pidiendo.

El tiempo del Seminario Mayor, como es natural, fue el momento de la maduración y de la consolidación de la llamada del Señor. Mi paso por distintas parroquias y gru­pos, el estudio de la Teología y la intimidad con Dios en la oración, fue modelando mi corazón, y aumentando el deseo de ser sólo suyo, y en Él de todos y para todos.

Después de estos diez años de sacerdote, y echando la mirada atrás, sólo puedo decir dos palabras con las que resumo mi vida entera: Gracias, Señor.