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¿Por qué soy sacerdote? (IV) Quiero ser cura

Fernando del Mora Achal

“Tú eres sacerdote para siempre”, estas palabras del salmo 109 resonaron con fuerza en mi interior cuando el 7 de mayo de 2011 recibí la ordenación sacerdotal. A cuatro días de cumplir los veinticinco años me convertía para siempre en sacerdote de Jesucristo.

En los Ejercicios espirituales previos a la ordenación aproveché para volver la mi­rada atrás y ver lo que el Señor había hecho en mi vida. Las preguntas ¿por qué yo? O ¿por qué sacerdote? se fueron transformando en esos días en la pregunta ¿para qué? Ante la llamada de Dios creo que no cabe pedir explicaciones sino que se precisa dar una respuesta.

Desde pequeño atisbé que el Señor me llamaba al sacerdocio, sin saber muy bien lo que significaba. Cuando me preguntaban sobre qué quería ser de mayor yo respondía con naturalidad: “quiero ser cura”, no sabía lo que había que hacer pero estaba con­vencido. Nacido en una familia creyente y educado en un colegio religioso me enseña­ron a tratar al Señor y también a descubrir la importancia de María en la vida de todo cristiano. A la vuelta de los años reconozco que tengo mucho que agradecer a mi fami­lia, a los Colegios donde he estudiado, a la Parroquia, a los catequistas y sobre todo, a mis amigos, porque nunca me cuestionaron y en ellos siempre encontré, como en mis padres, apoyo e impulso para responder a lo que Dios pedía de mí.

Pero no fue hasta los quince años cuando comencé a “ponerle patas” a aquella in­quietud infantil, fue entonces cuando descubrí que no hacía falta ser viejo para res­ponder a la llamada del Señor. Conocí por aquellos años la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz, un grupo de sacerdotes y seminaristas que con su ejemplo y palabras me animaron a seguir al Señor más de cerca. De esta época reconozco el valor de la direc­ción espiritual a través de la cual fue concretando la Voluntad de Dios.

Mientras cursaba 2° de Bachillerato hice el curso de Introductorio en el Seminario de Madrid donde entré en el mes de septiembre de 2004. En aquella casa de las Vistillas he pasado siete años de mi vida, siete años donde he disfrutado, he hecho un montón de amigos y los más importante donde me han enseñado a ser sacerdote. En estos años de Seminario he vivido momentos de todo tipo pero gracias a Dios nunca dudé de mi vocación, ni perdí la alegría. Recuerdo cómo uno de los momentos más esperados en la vida del Seminario era la ordenación sacerdotal de tus compañeros, interiormente pensabas: “una menos” y cuando te llega la hora te das cuenta la desproporción exis­tente entre el ministerio que se te encomienda y tu propia respuesta. Al celebrar por primera vez la Santa Misa es cuando de verdad descubres el porqué de ser sacerdote.

A la pregunta para qué soy sacerdote intenté responder con mi lema sacerdotal to­mado del capítulo 17 de San Juan: “por ellos yo me santifico, para que sean santifica­dos a la verdad”. Para poner a los hombres cara a cara con Jesucristo, para hacer que le conozcan y de esta manera posibilitar que le sigan, cada uno en el camino que Dios le indique, para eso me he ordenado sacerdote, respondiendo a la llamada de Dios.

Una cosa que descubrí también hace tiempo es la necesidad que hay en la Iglesia de pedir por los sacerdotes, por su santidad y fidelidad, y por el aumento de vocaciones. Una vez me dieron un sabio consejo: “cuando te ordenes busca una vocación que te sustituya, mejor dos por si falla una, en definitiva, busca tres” Cuando uno está con­tento con su vocación eso se nota y hace que muchos a tu alrededor se cuestiones lo que Dios pide de ellos