¿Por qué soy sacerdote? (III). “La llamada libre y gratuíta”

Inevitablemente cuando pensaba cómo responder a la pregunta de por qué soy sacerdote caí en la cuenta de que han pasado dieciocho años desde aquella tarde lluviosa de abril en la que fui ordenado sacerdote. Con el tiempo veo que las razones son las mismas que tenía cuando descubrí que el Señor me llamaba y entré al Seminario. Con una diferencia. Creo que se han condensado en lo fundamental. Hoy solo puedo responder a esa pregunta diciendo: “porque el Señor me ha llamado”. Hace años quizá hubiera dicho porque quiero anunciar el Evangelio o porque quiero entregarme a los demás como Jesucristo o porque he descubierto que siguiendo a Jesucristo soy profundamente feliz y no quiero vivir ni un minuto de mi vida fuera de su seguimiento o porque descubro que el Señor quiere que sea su signo vivo en medio de la Iglesia y del mundo. Todo eso es verdad, si cabe hoy es más verdad porque el paso del tiempo ha aquilatado todas estas respuestas. Hoy me fijo más en lo previo a todo eso, la llamada libre y gratuita del Señor.
Durante diez años he explicado a los seminaristas del curso introductorio el documento Pastores Dabo Vobis sobre la formación de los futuros sacerdotes. Comenzaba la explicación por el capítulo cuarto donde define la vocación como el inefable diálogo entre la libertad de Dios que llama y la libertad del hombre que responde. Hoy asumo que mi vida es lo que es porque el Señor, en un designio absoluto y libre de amor para conmigo, me ha llamado a seguirle en el ministerio sacerdotal, como colaborador de los sucesores de los apóstoles. Me acuerdo que cuando era un adolescente y descubrí la llamada del Señor en la parroquia San Leandro de los Padres Oblatos me preguntaba: “¿por qué a mí?, en la Parroquia hay chicos más entregados que yo, hay personas que rezan mucho más, que viven con más pasión todas las actividades de la parroquia, que son más valientes que yo a la hora de dar testimonio” Todo eso era verdad pero descubrí también que Dios no me elegía para el sacerdocio por mis méritos o mis virtudes, sino porque Él quería. Esta certeza me ha acompañado hasta el día de hoy y ya han pasado 30 años desde la primera vez que dije a alguien, un sacerdote Oblato, que quería ser sacerdote. En los años de Seminario seguí sostenido por esta certeza y en los destinos apostólicos que he tenido, el Seminario (Mayor y Menor) y en la Parroquia Nuestra Señora de las Angustias lo mismo. Todo lo vivido sería imposible sin la llamada del Señor en mi vida. Es hermoso descubrir que la llamada del Señor se hace nueva cada día, que no te dice una vez “sigúeme” y ya está sino que cada día escuchas la palabra que configura tu existencia. Si no escuchara este “sigúeme” faltaría algo en mi vida. Sorprende que el Señor, que hace nuevas todas las cosas, haga nueva su llamada cada día. Sorprende que su fidelidad se renueve en mi vida cada día en la palabra “sigúeme” que me sigue dirigiendo. En un tiempo en el que hay tantas palabras que se lleva el viento es absolutamente decisivo que pueda descubrir cada día que la Palabra del Señor permanece.
El otro aspecto de la vocación que recoge PDV es la libertad del hombre que responde a la iniciativa amorosa y gratuita de Dios. Cuando yo percibí en mi vida la llamada de Dios descubrí que lo más racional, que lo mejor que podía hacer era responder a esa llamada. Me resulta difícil encontrar palabras para expresar que en la medida que respondo con fidelidad a esa llamada soy feliz. En los casi dieciocho años que llevo viviendo mi sacerdocio constato que soy feliz cuando mi libertad acoge la llamada de Dios, esa llamada que se renueva cada día, y responde a ella. Veo mi pecado como lo que me obstaculiza para responder al Señor con todo mi ser, con todo mi corazón. Mi súplica cada día es que mi libertad esté cada vez más en sintonía con la acción de la gracia, con la acción del Espíritu que me lleva reconocer que Jesucristo es mi único Señor, que me ha llamado y que mi felicidad pasa por seguirle y por seguirle como sacerdote. Cuando esto no se oscurece por mi pecado descubro que mi respuesta pasa por entregar mi vida sin reservas. PDV también dice que la Iglesia tiene derecho a que el sacerdote la ame como Jesucristo la ama, así se concreta mi súplica. Si soy dócil al Espíritu respondo a la llamada del Señor queriendo a la Iglesia como Él la quiere. Entonces merece todo la pena, entonces mi vida tiene la unidad que solo el Señor puede darle, entonces puedo decir, y retomo la pregunta del principio, que soy sacerdote porque soy profundamente feliz acogiendo cada día en mi vida una palabra que no es mía, la llamada del Señor, y dejando que toda mi persona se active, animada por el Espíritu, para responderle con una entrega incondicional. Es el regalo que cada día le pido.