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¿Por qué soy sacerdote? (II). “Quería vivir aquello que escuchaba”

Juan Briones

Me llamo Juan y fui ordenado en el año 2003. En primer lugar, decirte que doy gracias al Señor por la llamada que un día me hizo a seguirle con toda mi persona como lo hizo con sus apóstoles y doy gracias por haberme regalado la vocación al ministerio sacerdotal dentro de su iglesia.

Te manifiesto mi alegría de saber y experimentar que el Señor es quien dirige mi vida, y que confío y estoy seguro de que Él buscará el modo más perfecto de hacerme feliz con esta vocación.

De vez en cuando, me pregunto qué verá el Señor en mi persona para que se fije en ella. Yo, que continuamente me pongo en su pre­sencia y solo puedo ofrecer mi pobre vida.

El Señor me concede la paz y la alegría que llena plenamente el corazón. En esta vocación que me ha concedido, el Señor me regala el poder estar unido a él íntimamente, adentrarme en su amor hacia mí y hacia los hombres.

Al mirar hacia atrás y ver como el Señor me eligió no puedo más que quedar admirado y sorprendido de cómo actuó el Señor.

Recuerdo el pequeño rato de oración que pasaba delante de él, después de la eucaristía. Recuerdo con mucho cariño las celebracio­nes dominicales en la parroquia junto con todos los otros niños de catcquesis y alrededor del sacerdote.

Escuchaba el Evangelio y me queda entusiasmado de lo que decía y hacía Jesús. Yo quería vivir aquello que escuchaba; oía cómo Jesús había entregado su vida por mí y desde este momento mi vida que­daba referida en todo a Jesús. Él me escuchaba, él me comprendía, él me miraba, él me hacía feliz. Sin duda alguna, el Señor fue pre­parando mi corazón para que pudiera decir un día “si”.

Pero el Señor quiso valerse de otros, no olvido la tarde en que el párroco me propuso empezar una aventura tremenda, ir a un cam­pamento del seminario menor. Que valiente y decidido fue este hom­bre al proponerme esta invitación. Que fuerza me dio el Señor, sin yo saberlo, para aceptar esta invitación.

Tanto en el seminario menor como en el mayor, Cristo ha ido ga­nándome para él, hasta poder decir abiertamente sin temor ni ver­güenza: “Te amo”. En ellos he podido ir conociendo más a Jesucristo y escuchar su voz que me decía “Ven y sigúeme”. He podido experi­mentar su amor y su cuidado por mí; saber que él es el buen Pastor y percibir su llamada a entregar mi vida y todo lo que soy y tengo para su servicio y el de la Iglesia, para siempre. Pido al Señor, cons­tantemente, que siga alimentando el deseo de mi corazón de anun­ciar su Buena Noticia a todos los hombres.

Después del trabajo del día, del cansancio, de no comprender aquello que me pasa… el amor de Cristo llena mi corazón y me basta. Todo cobra sentido. Jesús es el Señor de mi vida y de mi historia.