Karol, el santo que yo conocí
Ante el gigante que fue Karol Woytila uno no puede sino inclinarse con respeto y emoción. Ante esta figura extraordinaria –especialmente desde el punto de vista humano-palidecen todas las miserias humanas, todos los despojos de la condición y todo el detritus del quehacer diario.
He seguido, profundamente conmovido, todo lo relativo a la beatificación del Papa Juan Pablo II, quizá la más decisiva figura del siglo XX.
No he podido retraerme a 1982 cuando recién elegido Sumo Pontífice visitó a la España de Felipe González y el representante de Cristo en la tierra nos reunió a los jóvenes en el estadio Santiago Bernabeu. Yo asistí con mi mujer y mi hijo Alberto de escasos meses.
Era entonces Karol un lider extraordinario, pletórico de juventud, poderoso en su imagen, firme en sus convicciones como legado de Jesuscristo. Una figura atractiva que chocaba, sin embargo, con aquella España que empezaba a escorarse anticatólicamente de forma ostensible. Woytila nunca se escondió. Era precisamente lo que atraía de ese cura eslavo que poco después fue portada en la revista TIME con el expresivo título de WOYTYLA, SUPERSTAR.
Es lo que fue durante sus 23 años de pontificado. Una estrella. Pero una estrella empujada por Jesús de Nazareht. Una poderosa fuerza anticoyuntura más fuerte que el viento que sopló que en el Lago de Tiberiades cuando los discípulos de Cristo entendieron que capotaban.
Recuerdo que sobre el césped del Estadio Bernabeu, en aquel acto organizado milimétricamente por el Opus Dei bajo el lema “Totus Tuus” apareció una figura majestuosa, envuelta en su capa roja, que predicaba el Evangelio con la misma natura y sencillez con la que reía y lloraba con todos.
Aquel encuentro con jóvenes en el coliseum futbolístico blanco no lo olvidaré mientras viva. He recordado muchas veces el mismo a lo largo de mi vida. Embutido en su capa de Sumo Sacerdote, con un perfil que transcendía, con aquella sonrisa extraordinaria y su mirada penetrante y amigable.
Luego, le he visto envejecer con dignidad, con dolor, sembrando mensajes de amor y espirituales en medio de un mundo materializado y vacuo. Murió como vió: como un atleta de Dios, dando ejemplo.
El Papa Woytyla cambió el mundo. Sin pretenderlo; simplemente con su cayado de Pedro y con el Evangelio –que no es nada fácil de practicarlo- en bandolera. Millones y millones de seres humanos fueron tocados por la fé, la caridad y el extraordinario carisma del hombre que siempre llevaba en sus labios el “Alabado sea Jesucristo”. Recuerdo también poco después de aquel inolvidable akelarre cristiano en Madrid, el Papa se reunió con miles de jóvenes en el mítico Madison Square Garden de Nueva York. Pedí a mis jefes en la agencia EFE que me dejaran asistir al cónclave en Nueva York. Quería ver al Papa polaco en medio de la Gran Manzana. Woytyla, fiel a si mismo, se produjo como la gran estrella que era en la tierra de las estrellas mediáticas. Les dijo lo que no querían oír, pero le oyeron.
El Papa de las multitudes; el Papa de la espiritualidad; el Papa más difícil y el Papa más grandioso de la historia de la Iglesia. El Papa con el que un humilde cristiano se sentía amplia y orgullosamente representado.
El resto de la andadura terrenal de aquel cura de la aldea global. es conocida hasta en sus últimos detalles por todo el mundo.
Simplemente dejar constancia. A mi también me cambió la vida.
El más allá y el más acá están muy cerca..
Ante el gigante que fue Karol Woytila uno no puede sino inclinarse con respeto y emoción. Ante esta figura extraordinaria –especialmente desde el punto de vista humano-palidecen todas las miserias humanas, todos los despojos de la condición y todo el detritus del quehacer diario.
He seguido, profundamente conmovido, todo lo relativo a la beatificación del Papa Juan Pablo II, quizá la más decisiva figura del siglo XX.
No he podido retraerme a 1982 cuando recién elegido Sumo Pontífice visitó a la España de Felipe González y el representante de Cristo en la tierra nos reunió a los jóvenes en el estadio Santiago Bernabeu. Yo asistí con mi mujer y mi hijo Alberto de escasos meses.
Era entonces Karol un lider extraordinario, pletórico de juventud, poderoso en su imagen, firme en sus convicciones como legado de Jesuscristo. Una figura atractiva que chocaba, sin embargo, con aquella España que empezaba a escorarse anticatólicamente de forma ostensible. Woytila nunca se escondió. Era precisamente lo que atraía de ese cura eslavo que poco después fue portada en la revista TIME con el expresivo título de WOYTYLA, SUPERSTAR.
Es lo que fue durante sus 23 años de pontificado. Una estrella. Pero una estrella empujada por Jesús de Nazareht. Una poderosa fuerza anticoyuntura más fuerte que el viento que sopló que en el Lago de Tiberiades cuando los discípulos de Cristo entendieron que capotaban.
Recuerdo que sobre el césped del Estadio Bernabeu, en aquel acto organizado milimétricamente por el Opus Dei bajo el lema “Totus Tuus” apareció una figura majestuosa, envuelta en su capa roja, que predicaba el Evangelio con la misma natura y sencillez con la que reía y lloraba con todos.
Aquel encuentro con jóvenes en el coliseum futbolístico blanco no lo olvidaré mientras viva. He recordado muchas veces el mismo a lo largo de mi vida. Embutido en su capa de Sumo Sacerdote, con un perfil que transcendía, con aquella sonrisa extraordinaria y su mirada penetrante y amigable.
Luego, le he visto envejecer con dignidad, con dolor, sembrando mensajes de amor y espirituales en medio de un mundo materializado y vacuo. Murió como vió: como un atleta de Dios, dando ejemplo.
El Papa Woytyla cambió el mundo. Sin pretenderlo; simplemente con su cayado de Pedro y con el Evangelio –que no es nada fácil de practicarlo- en bandolera. Millones y millones de seres humanos fueron tocados por la fé, la caridad y el extraordinario carisma del hombre que siempre llevaba en sus labios el “Alabado sea Jesucristo”. Recuerdo también poco después de aquel inolvidable akelarre cristiano en Madrid, el Papa se reunió con miles de jóvenes en el mítico Madison Square Garden de Nueva York. Pedí a mis jefes en la agencia EFE que me dejaran asistir al cónclave en Nueva York. Quería ver al Papa polaco en medio de la Gran Manzana. Woytyla, fiel a si mismo, se produjo como la gran estrella que era en la tierra de las estrellas mediáticas. Les dijo lo que no querían oír, pero le oyeron.
El Papa de las multitudes; el Papa de la espiritualidad; el Papa más difícil y el Papa más grandioso de la historia de la Iglesia. El Papa con el que un humilde cristiano se sentía amplia y orgullosamente representado.
El resto de la andadura terrenal de aquel cura de la aldea global. es conocida hasta en sus últimos detalles por todo el mundo.
Simplemente dejar constancia. A mi también me cambió la vida.
El más allá y el más acá están muy cerca.
Periodista Digital/ Graciano Palomo