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Los textos íntegros de la Santa Sede a los Legionarios de Cristo

Vídeo síntesis sobre la crisis en los Legionarios de Cristo, pinchando: Aquí

Sobre el nombramiento de monseñor Velasco De Paolis como delegado pontificio y las modalidades para el cumplimiento de su oficio, amén de una carta y de una homilía de monseñor de Paolis a la Legión de Cristo

1.- Carta de Benedicto XVI a Mons. Velasio De Paolis, S.C., por la que le nombra delegado pontificio para la Congregación de los Legionarios de Cristo. Con fecha de 16 de junio. El nombramiento se hizo público el 9 de julio de 2010.

2.- Carta de Mons. Velasio De Paolis, S.C. a los Legionarios de Cristo fechada a 10 de julio de 2010.

3.-Decreto de modalidades de cumplimiento del oficio del Delegado Pontificio para la Congregación de los Legionarios de Cristo. Con fecha de 9 de julio, se entregó al Consejo General de la Legión de Cristo el 21 de julio. La Legión de Cristo lo distribuye el 23 de julio.

4.- Homilía de Mons. Velasio De Paolis, S.C. a los Legionarios de Cristo, pronunciada en el Centro de Estudios Superiores, Roma, el 10 de julio de 2010.

1.- Carta de Benedicto XVI a Mons. Velasio De Paolis, S.C. , con fecha de 16 de junio. El nombramiento se hizo público el 9 de julio de 2010.

“Con la presente carta, lo nombro Delegado mío para la Congregación de los Legionarios de Cristo”.

Al Venerable Hermano
Velasio De Paolis, C.S.
Arzobispo titular de Telepte

La reciente Visita Apostólica a la Congregación de los Legionarios de Cristo ha puesto de relieve, además del celo sincero y de la fervorosa vida religiosa de un gran número de miembros de la Congregación, la necesidad y urgencia de un camino de profunda revisión del carisma del Instituto. Con el deseo de seguir de cerca, sostener y orientar tal camino, he considerado oportuno proceder al nombramiento de un Delegado personal mío, como testigo tangible de mi cercanía, para que actúe en mi nombre ante esa Familia Religiosa.

Conociendo, venerable y querido hermano, su preparación y experiencia en el ámbito jurídico y eclesial, enriquecidos por un espíritu de servicio, solicitud pastoral y sentido de la vida religiosa, deseo confiarle a usted tal compromiso. Así pues, con la presente carta, lo nombro Delegado mío para la Congregación de los Legionarios de Cristo, confiriéndole el encargo de gobernar en mi nombre tal Instituto Religioso durante el tiempo que sea necesario para completar el camino de renovación y conducirlo a la celebración de un Capítulo General Extraordinario, que tendrá como fin principal llevar a término la revisión de las Constituciones. Algunas modalidades adicionales para el cumplimiento de tal Oficio se indicarán mediante un específico Decreto.

Bien consciente de la importancia de la misión que hoy le confío, como también de la carga de responsabilidad que comporta, le agradezco desde ahora la disponibilidad y la generosidad que sin duda manifestará en este nuevo servicio a la Santa Sede, el cual no dejará de producir abundantes frutos positivos.

Mientras confío su persona, a los queridos religiosos de la Congregación de los Legionarios de Cristo y a los miembros del Movimiento “Regnum Christi” a la celestial protección de la Santa Virgen, Madre de la Iglesia, aseguro a todos mi cercanía espiritual en el afecto y la oración, y les mando de corazón mi especial Bendición Apostólica.

Del Vaticano, 16 de junio de 2010

Benedicto XVI

2.- Carta de Mons. Velasio De Paolis, S.C. a los Legionarios de Cristo

“El Papa, a través de mí, quiere ahora acompañaros en vuestro camino”.

Roma, 10 de julio de 2010

Queridos hermanos en el Señor: Con carta del 16 de junio de 2010, el Santo Padre Benedicto XVI me ha nombrado su “Delegado para la Congregación de los Legionarios de Cristo” y me ha conferido el encargo de gobernar en su nombre vuestro Instituto Religioso “durante el tiempo que sea necesario para completar el camino de renovación y conducirlo a la celebración de un Capítulo General Extraordinario, que tendrá como fin principal llevar a término la revisión de las Constituciones”. El Santo Padre, mientras pone de relieve “la necesidad y urgencia de un camino de profunda revisión del carisma del Instituto”, expresa “el deseo de seguir de cerca, sostener y orientar tal camino”. Para el Papa, el Delegado Pontificio es su Delegado personal. Éste, al cumplir su tarea, debe obrar “como testigo tangible de mi (su) cercanía, para que actúe en mi (su) nombre ante esa Familia Religiosa”. En esa familia, o sea, vuestra congregación, el Papa reconoce la presencia “de un gran número de miembros” que demuestran “celo sincero” y una “fervorosa vida religiosa”. El Papa no baja a más detalles sobre cómo el Delegado cumplirá su tarea, sino que remite para las necesarias concreciones a un decreto posterior, que tendrá que establecer “algunas modalidades adicionales para el cumplimiento de tal Oficio”. En espera de tales modalidades, podemos ya comenzar nuestro camino, sostenidos por la confianza y la oración, y por la bendición del Santo Padre y de tantas almas buenas que os estiman y aprecian vuestro trabajo en la Iglesia.

En este momento me es grato subrayar que la Iglesia, después de haber prestado la necesaria e indispensable atención a los hechos, sucesos y personas —que habrían amenazado de raíz la misma congregación si la misma Iglesia, con su amor lleno de sabiduría, inspirada no en criterios de la carne sino del Espíritu, hubiera omitido intervenir—, ahora la Iglesia, movida por ese mismo amor, contempla la hermosa realidad que sois vosotros, vuestra congregación. El Papa, a través de mí, quiere ahora acompañaros en vuestro camino, para que, sin dejaros descorazonar por los tristes sucesos que quedan a vuestra espalda, podáis alegraros de vuestro presente, del don de la vocación religiosa, sacerdotal y misionera que habéis recibido. Tal vocación viene del Corazón de Jesús, de su amor. Quien ha comenzado su obra en el corazón de cada uno de vosotros, quien os ha preservado de los peligros que os han amenazado, la quiere llevar a cumplimiento. Por tanto, se trata en primer lugar de dar gracias al Señor por la obra que Él ha realizado de tantas maneras. Ciertamente, ha sido decisiva la intervención del Señor en vosotros a través del ministerio de la Iglesia y que el mismo Señor quiere continuar ahora por medio de su Iglesia. Os invito por tanto a agradecer al Señor por su bondad, su misericordia y su fidelidad.

Del agradecimiento pasamos a poner en marcha el camino de renovación al que el Santo Padre nos invita. Esto implica tomar claramente conciencia de la situación en que nos encontramos e individuar con nitidez las causas que nos han conducido al malestar y al sufrimiento interior de hoy. El Papa nos indica también el camino: principalmente un retomar en consideración el carisma del instituto, y más concretamente las normas constitucionales que son su expresión y protección. La meta que el Santo Padre nos indica es la celebración de un Capítulo Extraordinario de la Congregación, en el que será aprobado el nuevo texto de las Constituciones. Será un camino individual y comunitario, sostenido por una postura de humildad, de intenso compromiso espiritual y de fortalecimiento de la vocación. Deseamos que el camino se concluya con un renovado compromiso de fidelidad al Señor en la vida religiosa y sacerdotal, con un pacto que renueve la alianza de amor entre vosotros y el Señor, de modo que a la fidelidad eterna del Señor corresponda en cada uno de vosotros la propia fidelidad, con un nuevo compromiso con Él para siempre, para toda la vida, al servicio de su reino. Quiero pensar que os encontráis entre los que el Santo Padre llama “el gran número de miembros” llenos de celo y fervor.

El camino de renovación no es para poner en entredicho la propia vocación, sino para volverla a considerar a fondo y renovar con un nuevo espíritu y una más intensa participación la propia adhesión a ella.

Se puede entender que algunos estén pasando por momentos difíciles, que algunos hayan pensado ya en otros caminos, y otros quizá los estén considerando. La vocación es algo demasiado serio para que se pueda tomar una decisión sobre ella en un momento de desorientación. Es preciso reencontrar la serenidad del espíritu y del alma, porque la decisión hay que tomarla delante de Dios, en la fidelidad a Jesucristo, que vosotros habéis escogido como rey de vuestra vida. Tengamos paciencia. Recorramos con humildad y fe el camino de renovación; consideremos juntos de nuevo la consagración religiosa a la luz del carisma de la congregación; releamos las constituciones sobre las que habéis comprometido vuestra vida. Se trata, estoy seguro, de liberarlas de elementos que puedan ofuscar vuestro carisma, de modo que la vocación en la profesión de los consejos evangélicos resplandezca plenamente en toda su belleza, para reforzar en vuestra vida la realeza de Cristo, que se ha manifestado en plenitud en el misterio de su Pascua. Siguiendo a Jesús que, en su camino de amor, se ofrece libremente al Padre y a los hermanos para crear en su cuerpo de Resucitado la nueva criatura. Vuestra vocación, como vuestra congregación, se encuentra en vuestras manos, se confía a vuestra responsabilidad. La Iglesia os acompaña; el Señor es misericordioso y generoso: ¡dona su Espíritu sin medida! Su gracia os precede, os acompaña y os lleva a la meta.

En este camino ayudémonos mutuamente en la oración, sobre todo ante el altar del Señor, y animémonos unos a otros para sostenernos en la fidelidad a Jesús, Rey de Reyes, Señor de Señores: el Todo de nuestra vida.

Me complace confiaros a todos vosotros al corazón de la Santísima Madre de Dios y de la Iglesia, de cada uno de vosotros personalmente y de toda la Congregación. Ella, que fue constituida por el Señor custodia de su Hijo y de la Iglesia, os proteja y custodie en su amor a todos vosotros y a vuestra congregación. El Señor os bendiga y haga resplandecer sobre vosotros su rostro de paz y amor.

+Velasio De Paolis, c.s.


3.- Decreto de modalidades de cumplimiento del oficio del Delegado Pontificio para la Congregación de los Legionarios de Cristo.

Con fecha de 9 de julio, se entregó al Consejo General de la Legión de Cristo el 21 de julio. La Legión de Cristo lo distribuye el 23 de julio.

I. Vista la carta del 16 de junio de 2010, con la que el Santo Padre Benedicto XVI:

– ha nombrado Delegado para la Congregación de los Legionarios de Cristo a Su Excelencia Reverendísima Mons. Velasio De Paolis, C.S., Arzobispo titular de Telepte, Presidente de la Prefectura para los Asuntos Económicos de la Santa Sede;

– le ha conferido el encargo de gobernar, en su nombre, tal Instituto Religioso “durante el tiempo que sea necesario para completar el camino de renovación y conducirlo a la celebración de un Capítulo General Extraordinario, que tendrá como fin principal llevar a término la revisión de las Constituciones”;

– ha considerado “la necesidad y urgencia de un camino de profunda revisión del carisma del Instituto” y ha expresado el “deseo de seguir de cerca, sostener y orientar tal camino”, a través de un Delegado personal suyo que atestigüe concretamente su cercanía y actúe en su nombre ante aquella Familia Religiosa;

– ha confiado a un Decreto específico la indicación de “algunas ulteriores modalidades de cumplimiento de tal Oficio”;

II. El Cardenal Tarcisio Bertone, Secretario de Estado, con el presente Decreto emana las siguientes precisiones y disposiciones aprobadas por el Sumo Pontífice, acerca de las modalidades de cumplimiento del Oficio del Delegado Pontificio para la Congregación de los Legionarios de Cristo:

1. La autoridad concedida por el Santo Padre al Delegado Pontificio, muy amplia y que se ha de ejercer en nombre del mismo Sumo Pontífice, se extiende a todo el Instituto: a todos los Superiores, a los diversos niveles (dirección general, provincial y local) y a todas las comunidades y a cada religioso. Tal autoridad implica todos los problemas propios del Instituto religioso y puede ser ejercitada siempre que el Delegado lo considere necesario para el bien del Instituto mismo, incluso derogando las Constituciones.

2. Los Superiores del Instituto en todos los niveles ejercitan su autoridad de acuerdo con las Constituciones y bajo la autoridad del mismo Delegado Pontificio. Por tanto, permanecen en sus oficios, ad nutum Sanctae Sedis, mientras no sea necesario proveer de otro modo.

3. Los Superiores del Instituto deben actuar en comunión con el Delegado Pontificio. No sólo debe estar él informado de la vida del Instituto, particularmente de los asuntos más importantes, sino que a él está reservada la aprobación de las decisiones del mismo gobierno general: sea para cuanto tenga relación con las personas (admisión al noviciado, a la profesión, al sacerdocio, nombramientos y traslados de personal) como de las elecciones apostólicas y formativas (seminarios, institutos académicos, escuelas) y las cuestiones de administración extraordinaria o los actos de enajenación de bienes.

4. Si es necesario, el Delegado mismo puede actuar o indicar la decisión a realizar en determinados casos.

5. Todos tienen libre acceso al Delegado y todos pueden tratar personalmente con él; a su vez, el Delegado tiene el poder de intervenir en todo lugar donde estime oportuno, incluso en el mismo gobierno interno del Instituto, a todos los niveles.

6. El Delegado, en el cumplimiento de su misión, está acompañado por cuatro consejeros personales, que lo asisten en la realización de su trabajo, según las circunstancias y las posibilidades y que pueden ser encargados para tareas específicas, particularmente para visitas ad referendum. Con su ayuda, el Delegado Pontificio individúa los temas principales, los discute, los aclara a medida que se presentan en el camino que él ha sido llamado a conducir.

7. Si en alguna ocasión se revelase la necesidad de estudiar y profundizar determinados temas, sea de personas o de cosas, el Delegado Pontificio podrá constituir comisiones de estudio con personal interno de la Congregación de los Legionarios o con personas competentes externas.

8. A su juicio, donde se muestre oportuno o necesario, podrá individuar alguna persona, fuera de sus consejeros, para el estudio o para la visita ad referendum.

9. La tarea principal del Delegado Pontificio es la de encaminar, acompañar y realizar la revisión de las Constituciones. Esto implica un conocimiento profundo de la Congregación de los Legionarios, de su historia y de su desarrollo. A la revisión de las Constituciones deben colaborar todos los miembros del Instituto, sea a nivel individual como comunitario, según un proyecto que desde el inicio se tendrá que elaborar y poner en acto. Por tanto, se ha de constituir lo más pronto posible una Comisión para la revisión de las Constituciones, en los diversos niveles del Instituto, con la participación sobre todo de los miembros del mismo Instituto, que se han de sentir responsables de la revisión y reelaboración del propio proyecto de vida evangélica, siempre en armonía con la enseñanza de la Iglesia. De la Comisión central para la revisión de las Constituciones será presidente el mismo Delegado Pontificio.

10. El Delegado Pontificio coordina la Visita Apostólica del Movimiento “Regnum Christi”, según las indicaciones de la Santa Sede.

11. Posibles recursos contra los actos de los Superiores del Instituto serán presentados al Delegado Pontificio mismo; contra los actos del Delegado Pontificio será posible recurrir al Santo Padre.

Desde el Vaticano, 9 de julio de 2010

Cardenal Tarcisio Bertone

Secretario de Estado


4.- Homilía de Mons. Velasio De Paolis, C.S. a los Legionarios de Cristo

«El Papa manda a su Delegado para decirles

que él los ama y que está cercano a ustedes» (10 de julio de 2010)

En estas semanas he vivido en un estado de agitación, desde que el Secretario de Estado, primero, y luego el Santo Padre, me han hablado de esta misión de ser Delegado Pontificio para la congregación de los Legionarios de Cristo.

Ayer se ha hecho la comunicación oficial, y en este momento, mi emoción interior ha crecido todavía más, sintiendo a tantos decirme: «Bien, felicidades por tu encargo, pero será un encargo difícil», y al mismo tiempo, me han asegurado todos su oración, porque este encargo, al menos se puede intuir la dificultad desde la oración, es un encargo que con la gracia del Señor se puede y se debe realizar.

Yo, al hablar aquí hoy, estoy todavía un poco emocionado. Pero, viendo este espectáculo de todos estos sacerdotes y estudiantes que llenan hoy esta capilla, me siento más tranquilo conmigo mismo y con el encargo que debo cumplir. He hablado ya con sus superiores, aquellos que están en el vértice de la congregación. Les he presentado la carta con la cual el Santo Padre me ha dado este mandato, y les he entregado también una carta mía, para que comuniquen mis sentimientos y también mis exhortaciones para ustedes al inicio de este encargo.

No creo que sea necesario y oportuno repetir estas cosas, porque sus superiores tendrán modo de transmitirlo mejor y también de ayudarles a entenderlas. Se trata del encargo del Delegado Pontificio. El Papa dice que – frente a la situación–, ha creído, por una parte, urgente iniciar un camino de reflexión que él mismo, el Santo Padre, quiere acompañar. La Iglesia que, en un primer momento, les ha ayudado al enviar sus Visitadores para hacer un primer discernimiento, la misma Iglesia, en la misma persona del Santo Padre, hoy les envía su Delegado. Un Delegado que –como el Papa dice en la carta– tiene la tarea de testimoniar la cercanía del Papa a todos ustedes. Y es todavía en el gozo de que estamos en la Iglesia y tenemos la tarea de realizar el proyecto de Dios, que tenemos esta misión nuestra, esta tarea.

Ustedes mismos, con su presencia, son un testimonio que invita a la esperanza y que nos infunde ánimo. El Papa manda a su Delegado para decirles que él los ama y que está cercano a ustedes. Él, al mismo tiempo, constata –lo dice él en la carta– un gran número de miembros de esta congregación que tienen un gran celo y viven con gran fervor.

La presencia de ustedes es testimonio de una realidad que nos supera: es su vocación, con la cual hoy celebran esta Eucaristía. Ustedes han recibido la vocación de parte del Señor de ser miembros de esta congregación. El Señor ha suscitado esta vocación dentro de ustedes, les ha acompañado hasta hoy, y las obras del Señor –se sabe– no se quedan nunca sin cumplir. San Pablo nos dice: «Aquel que ha iniciado en vosotros su obra, la llevará a cumplimiento».

Es el misterio de Cristo que nosotros celebramos en este momento con la presencia de ustedes. Es el misterio de su amor, de su misericordia, de su gracia que nunca nos abandona. Y es todavía el momento del adiós, de un examen de conciencia, porque tenemos necesidad de vez en cuando de hacer un alto para realizar un examen de conciencia. Pero no para reflexionar continuamente sobre un pasado, sino para constatar nuestro presente, darnos cuenta de nuestra situación, dando, primero que todo, gracias al Señor. La primera palabra que debería nacer de la profundidad de nuestro corazón es la palabra de «gracias». Gracias a Dios que nos ha llamado, los ha llamado a la vocación sacerdotal y religiosa en este instituto. Gracias a Dios que les ha acompañado. Gracias a Dios que puede llevar a cumplimiento su obra. Gracias a Dios y gracias a la Iglesia, porque el Señor resucitado vive en su Iglesia y cumple su obra a través del ministerio de la Iglesia. Y esta Iglesia que ha cumplido una primera obra de discernimiento, hoy quiere cumplir la obra –a través del Delegado Pontificio– de reconstrucción, de restructuración, o mejor, de un nuevo compromiso en nuestro camino espiritual.

Se sabe que en los momentos críticos tantos pensamientos pasan por nuestra mente; algunas veces anidan incluso en nuestro corazón. Y en la confusión que algunas veces nos sucede, estamos tentados a tomar decisiones aceleradas, a tomar decisiones sin consultar en el momento de oscuridad. En el momento de la confusión, sólo necesitamos serenarnos, necesitamos descubrir la presencia de Dios, de creer de un modo nuevo en su amor y de entonces retomar el camino de la fidelidad. Nosotros, con nuestra presencia, celebramos la eterna fidelidad del amor de Dios. Dios nunca falla a su amor. Aquel que les ha llamado, continúa aún llamándoles y espera una respuesta nueva, pero profunda en el camino de la fidelidad. A la fidelidad eterna del Señor, debe responder nuestro «Sí», nuestra fidelidad.

Estamos llamados a recorrer un camino, nos dice el Papa, un camino de renovación particularmente de las normas con las que regimos nuestra vida para llegar después renovados y con nuevo entendimiento, con nueva conciencia y con nuevas fuerzas, a la celebración de un capítulo extraordinario, en el cual reconfirmaremos nuestra fidelidad al Señor, donde reconfirmaremos nuestro compromiso de seguir a Cristo en la profesión de los consejos evangélicos; donde reconfirmaremos que el Señor es nuestro todo. Por Él hemos entregado nuestra vida, y queremos que esta vida le pertenezca a Él totalmente y para siempre a Él; es éste mi deseo al inicio de este camino que queremos recorrer. Nos encontraremos más seguros, más serenos, más llenos de confianza, si renovamos nuestro pacto de alianza con el Señor; y dado que el Señor es siempre fiel, y nunca falla, así también nosotros encontraremos la valentía de nuestra fidelidad, de nuestra entrega y de nuestra total dedicación al Señor.

Queremos recordar hoy sábado, día dedicado a la Bienaventurada Virgen María, la misma presencia de María junto al misterio de Jesús. El domingo recordamos el misterio de la gloriosa Resurrección del Señor y la nueva creación. El Viernes Santo recordamos el día de la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo. Y el sábado es el día del silencio, es el día siempre de las tinieblas, es el día en el cual la tierra entera calla ante el misterio de la muerte y de la sepultura de nuestro Señor Jesucristo. Pero también aquel sábado había aún un corazón, al menos uno en el cual el creyente, la tradición cristiana, ha querido representarnos la imagen de María que en el silencio del sábado conserva intacta su fe y su amor hacia Cristo, su Hijo. Ella sabe que la muerte no puede ser la última palabra, ella sabe que su Hijo vive, ella sabe que su Hijo ha triunfado sobre las tinieblas, y ha triunfado sobre la muerte; y la tradición cristiana quiere representarnos a Jesús que, después de resucitar, se aparece primero que nada a la Santísima Virgen María.

Para celebrar bien el Domingo, debemos pasar no sólo a través del Viernes, sino también a través del silencio del Sábado Santo, conservando intacta la fe en la presencia de Jesús entre nosotros y en medio de cualquier circunstancia de la vida, pero con la certeza de que la última palabra es el triunfo de nuestro Señor Jesucristo, que la última palabra es el triunfo de la vida sobre la muerte, que la última palabra es el misterio del amor de Dios que transforma nuestro corazón, y con su gracia lo hace capaz de responder con el mismo amor a nuestro Señor Jesucristo. Superemos las tinieblas que a veces pueden oprimirnos; superemos las dificultades también de nuestra fragilidad y debilidad humana, porque el misterio de Dios es mayor que toda debilidad humana.

Es el misterio de Dios que, cuando entra en nuestra vida, nos hace capaces de lo imposible: la vocación de Isaías, cuya narración hemos escuchado. Todo hombre es una vocación, nos lo dice el Papa en la encíclica Caritas in veritate; tiene una vocación. ¿Por qué? Porque el hombre es por naturaleza un ser que escucha, un ser donado; antes de él hay otro que da sentido a su vida. Venimos al mundo porque hay alguno que nos ha amado primero: al inicio está siempre el amor, está el don, y cuando nosotros nos consideramos a nosotros mismos, nos damos cuenta de que sentimos la necesidad de rehacernos hacia la fuente de la cual venimos. Venimos del eterno amor de Dios.

Y cuando entramos en el misterio del amor de Dios, sentimos casi un miedo, un estremecimiento, como el profeta Isaías. Contemplando el misterio de Dios, nos parece casi que morimos, porque sentimos toda nuestra fragilidad y toda nuestra debilidad; pero cuando el misterio de Dios entra incluso en nuestra fragilidad, en nuestra debilidad, nos purifica. No entra Dios en nuestras vidas para aniquilarnos, sino que entra para liberarnos y para permitir que la vida se manifieste en su plenitud. Y purificados por Dios, descubrimos dentro de nosotros energías insospechables, y entonces si el hombre solo no puede hacer nada, el hombre con Dios puede hacerlo todo. Para Dios nada es imposible y nosotros estamos llamados cada día, nosotros seres creados, nosotros que tenemos una vocación, estamos llamados cada día a redescubrir el eterno misterio de Dios; a constatar nuestra debilidad y fragilidad y, al mismo tiempo, a hacer la experiencia de la gracia misericordiosa y renovadora de Dios. Y al lado de Dios, bajo la protección de la Bienaventurada Virgen María, con Jesús que ha resucitado y nos ha llamado sus amigos y sus hermanos, podemos realizar grandes cosas, estar al servicio de su Reino, y hacer triunfar el Reino de Dios primero en nosotros mismos y luego por el testimonio de vida que queremos dar.

Con la gracia todo es posible, y la gracia de Dios ha triunfado en nosotros, en vosotros hasta hoy, y triunfará de nuevo hoy y también mañana hasta que sea revelado plenamente el misterio de Dios. Con esta confianza, queremos comprometernos en la oración, en la humildad, en la conciencia de nuestros límites, pero sobretodo en la certeza del amor infinito y misericordioso de Dios. El Señor tiene grandes proyectos para cada uno de nosotros, el Señor tiene una misión para cada uno de nosotros. No abandonemos al Señor, Él siempre es fiel; que también nosotros permanezcamos fieles en el encuentro con el Señor en este momento, particularmente en esta Eucaristía. Él nos nutre con su palabra, Él se vuelve nuestro cuerpo y sangre, Él se vuelve nuestra vida y con la vida del Señor en nosotros, nos volvemos personas transfiguradas, capaces de dar siempre testimonio del misterio del amor de Dios que camina en el tiempo.

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