Blog

SAPERE AUDE (Atrévete a saber)

En los primeros días de agosto, Andrés Ollero publicó en El Ideal de Granada un interesante artículo que intentaba poner en su sitio dos vocablos de moda: mos referimos a Laicidad y Laicismo.

Lo hacía Andrés Ollero con ese gracejo andaluz que le caracteriza, con esa sal fina que a nadie puede ofender, pero que expresa a través de ella verdades como puños. Además, lo del tono humorístico es secundario, lo verdaderamente impactante son los certeros, ágiles y breves razonamientos, en unas pocas líneas, que es lo correcto en un buen artículo periodístico.
Uno de los temas que más llamaba la atención es, según él, la extraña esquizofrenia de los políticos católicos españoles que no exhiben su condición de tales, no vaya a ser que su manera de pensar sea tachada de fundamentalista. Craso error, porque un católico honrado, como cristiano que es, es un ciudadano más, y actúa como le da la gana en la vida política y privada. ¿O es que no son libres? Pues hay complejo de ser cristiano y además católico. Ya es hora de batirse el cobre señores y no echar a la Conferencia Episcopal a los pies de los caballos, obligándola a meterse en asuntos que ustedes y no ellos debieran defender, que para eso les han votado y puesto ahí. Si es que parece que una vez trincado el cargo, se olvidan (estos y los otros) que se deben a los ciudadanos, sin engaños ni gestos de imagen para liderar las estadísticas.

En fin que, desgraciadamente, no les hace falta a los no creyentes empujar mucho para reducir a un político católico a la esfera de lo privado. Ellos solos se encharcan en su desconcierto.

Y muchas cosas más. Les dejo en sus manos este trabajo del Profesor Ollero.

 

 

 


“A nadie podrá extrañarle que los toros de embestida más boyante y alegre procedan en esta sección de afamadas ganaderías alimentadas por humoristas. Casi nada lo que cáusticamente nos plantea el digno sucesor de Chumy Chumez: cuál es el papel de los obispos en una democrática sociedad plural y en qué medida la ciencia puede suplantar a la conciencia.El primero es un problema muy hispano; ni por asomo se lo plantearía un norteamericano. A John Rawls, por lo menos, no le suscita mayor dificultad:«En una sociedad democrática, el poder ejercido por la autoridad de la iglesia sobre sus feligreses, es aceptado libremente, políticamente hablando. Dadas la libertad de culto y la libertad de pensamiento, no puede decirse sino que nos imponemos esas doctrinas a nosotros mismos». Si, entre nosotros esto en los últimos tiempos se complica es, como detectó en lúcida jornada el extremeño Rodríguez Ibarra, porque el PSOE parece empeñado en tratar al catolicismo como si fuera la religión verdadera. Si los obispos están tan a por uvas como encargan transmitir a la señora Aído, no se entiende muy bien por qué les preocupa tanto lo que digan o dejen de decir.

Hay que reconocer, que aparte de estas incoherencias laicistas, el asunto mejoraría bastante si la Iglesia Católica no siguiera experimentando un preocupante déficit de laicidad. El problema no es que los obispos digan esto o lo otro, sino que —piadosos ellos— son los únicos que pían. Si los laicos, suficientemente ilustrados por la mitra, asumieran el debate público, en vez de darse por expresados por los portavoces de la jerarquía, como si estos fueran sus públicos representantes, la cosa iría bastante mejor.

Por si sirve de ejemplo: el otro día, en un coloquio, un ciudadano bienpensanteme participó su malestar porque Rajoy se había atrevido a afirmar que él estaba contra el aborto, pero no porque lo hubieran dicho los obispos. Por lo que se ve, hay laicos católicos que consideran que para decir públicamente que no se debe matar, ni siquiera poquito, hay que pedirle permiso al cura; así nos va…

Lo del ginecólogo tampoco deja de tener su enjundia. La pobre ciencia no gana para sustos. Se comenzó admitiendo que hay seres humanos que, al menos durante una temporada, no son personas; asunto que parecía haber quedado archivado desde la abolición de la esclavitud. Como el asunto era de difícil digestión, bien pronto se volvió la oración por pasiva: sólo quienes son personas son seres humanos. Para legitimar la pirueta se decidió cargar el muerto (nunca mejor dicho) a los biólogos. Por lo visto (¿en qué revista habría sido?) se les atribuye haber descubierto que hasta la semana catorce (o la que vaya tocando) no hay un ser humano.

Le endilgaron una vez más el papelón a la señora Aído. Mi viejo colega Pepiño Blanco —que ocupó en su día (antes de tener derecho a moqueta) el despacho que dejé libre en el Congreso— se ha liberado felizmente de ser el vocero de la tontería de cada día; ahora habla feliz de autovías y del AVE. Desde entonces a la señora Aído, sin duda por experta en carnavales, le vienen encargando que transmita la cotidiana ocurrencia monclovita.

Un estudiante de biología de primer curso, con instrumental aceptable, podría certificar que un tempranero embrión humano no es un ratón ni un simio.

No habrá, sin embargo problema. El ministro Gabilondo, metafísico en mejores tiempos, admitirá que es vida humana, pero para sugerir que vaya usted a saber si es o no un ser. Por lo visto en nuestra era post-metafísica que algo sea o no sea dependerá de lo que se vaya decidiendo. Hay que reconocer que la situación, aun no siendo de chiste, acaba resultando embarazosa.”
 

 

arguments