¿Por qué soy sacerdote?. Respetó mis tiempos

A casi dos años de estar ordenado Sacerdote, solo puedo dar Gracias a Dios, por este gran regalo, por llamarme a servirle en mis hermanos, por llamarme para hacer más cercano su amor y su misericordia a tanta gente que busca, que necesita, que ama a Dios y muchos no lo saben. Es así como vivo mi ministerio, como servidor no sólo de Dios sino por él y para él servidor de mis hermanos, aquellos que me rodean, aquellos que la Iglesia a puesto en mi camino sin yo merecer.
Ser sacerdote para mí siempre ha sido mi felicidad, mi vida. Ya desde bien pequeño, quise ser sacerdote, no sé si como todos los niños que pensamos en distintas profesiones: futbolista, bombero… a mi si me preguntaban que quería ser de mayor la respuesta era: sacerdote, lo que de verdad deseaba mi corazón, era escuchar repicar las campanas de mi pueblo para ir corriendo a la Iglesia y allí sin entender mucho ir a la novena o el rosario o lo que tocara. Dejaba corriendo la bicicleta y sin pereza ninguna allá que me iba…
Después con la adolescencia pensaba que era mejor hacer mi voluntad que la suya, por mucho que lo rezara en el Padre Nuestro, y es así como traté de acallar esa llamada a ser sacerdote, a ser feliz y trataba de autoconvencerme de lo bueno que es ser un laico comprometido y un buen padre de familia. De ser sacerdote solo veía todo lo negativo que otros decían y yo me lo apuntaba en mi lista de excusas.
Entre excusas y excusas yo seguía en mi parroquia con mis amigos, me lo pasaba bien, y en ella trabajaba no sé si para acallar mi conciencia o no. En ella encontré un forma de vivir sencilla y feliz, en la que Dios tenía mucho que de decir, sobre todo durante los veranos, en los que hacíamos otras actividades. Una de ella fue camino de Santiago. Dios me salió al encuentro en mis compañeros y amigos de Camino, en el dolor de la persona que sufre, en la palabra de consuelo, en la fuerza del que lucha unido a la Vid para llegar a la meta… ese dolor y esa sed que tienen que ser saciados, donde uno encuentra la felicidad dándose y empecé a colaborar con Caritas tocando el dolor de tantas familias y sobre todo niños. Allí recibí tanto amor de Dios, fue muy duro pero precioso.
En otra ocasión nos fuimos a Taizé y allí descubrí el lenguaje común del amor de Dios. Un lenguaje no tiene fronteras. Entre personas de tantos lugares, lenguas y culturas, está Dios en medio nosotros “que allí donde hay dos o tres reunidos en mi nombre estoy yo”. Cambió mi forma de ver mi parroquia ya no era sólo mi parroquia, sino la Iglesia abierta al mundo para que el mundo lo conociera a Él.
Y la llamada ahí seguía. Entre experiencia y experiencia Dios iba hilando mi Sí, igual que en María, me iba dando el tiempo necesario para responder desde el amor dado con generosidad. Tuvo que llegar otro Camino de Santiago para que Dios me tumbara de mi caballo y haciendo oración, y en muchas ocasiones, con amigos, de fiesta… Dios me decía con la parábola de los talentos, “y… ¿sólo has hecho esto?”. Saqué entonces mi plan “b”: hacer mas cosas para demostrarle a Dios todo lo que hacía, parroquia, Caritas, amigos, siempre dispuesto para ayudar, Pero cuanto más hacía, mayor era la pregunta de Dios, ¿sólo has hecho esto? Me hacía preguntarme si realmente era feliz, si me encontraba haciendo lo que Dios quería y lo que yo realmente quería. Hasta que mi Si al Señor fue gereroso, libre, paciente por parte de Dios a mi cabezonería y realmente probado. Hoy no cambio ser sacerdote, entregarme a mis hermanos, servir a Dios ni por todo el oro del mundo. El Señor respetó mis tiempos y fue siempre saliendo a mi encuentro ofertándome mi mayor bien.