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VIERNES SANTO

VIERNES SANTO

Además de la meditación de nuestro Párroco para el Viernes Santo, como siempre en audio y texto, os presentamos una cruz hecha con las frases que Jesús pronunció estando en la cruz.

Celebramos hoy este Viernes Santo, que al igual del resto de la Cuaresma, no lo parece. Son días monótonos que se repiten igual uno tras otro, sin nada que los distinga. Pero la realidad litúrgica no sabe de confinamientos y la Iglesia sigue celebrando sus Misterios de la Salvación, al margen de las situaciones, porque son signos perennes y permanentes de la Redención. Así, la Iglesia conmemora en este día la pasión del Señor, la leemos al completo y terminamos adorando la Cruz y llenando de peticiones la celebración, hoy con una añadida para sostener, consolar y pedir el descanso eterno de los afectados.

Antiguamente se tenía en algunos lugares el Sermón de las siete palabras. Aquellas que Jesús pronunció desde la Cruz. Primero habla al Padre (Dios, Dios mío, porqué me has abandonado) citando el salmo 21; luego parece dejar arregladas algunas cosas de última hora (Padre perdónales porque no saben lo que hacen; hoy estarás conmigo en el paraíso; he ahí a tu madre) y luego se entrega a su misión redentora (tengo sed; todo está cumplido; Padre a tus manos encomiendo mi espíritu). Todo esto tras una Pasión dolorosa, llegando exhausto tras cargar con la Cruz, haber sufrido latigazos y haber sido cosido al madero con clavos, quedar suspendido y faltarle la respiración y las fuerzas tras perder tanta sangre. Pensado así parece repugnante, incluso a los niños pequeños les protegeríamos de ver a alguien así para evitarles pesadillas. Pero este era el panorama, añadiendo que estaba completamente desnudo. Nuestros crucifijos añaden el paño de la vergüenza, pero en el Calvario no existía, ya que formaba parte del suplicio de la cruz privar al hombre de toda su dignidad. Describirlo ya parece aterrador, pero la realidad no podemos edulcorarla porque no nos haríamos ningún favor. La muerte en cruz era un suplicio y una humillación reservado para los estratos más bajos de la sociedad. Que fuera ese el tormento de muerte solicitado por los Sacerdotes y el Sanedrín buscaba erradicar la fama y la autoridad moral y espiritual de Jesús. ¿Cómo seguir a quien terminó así? Durante muchos siglos los cristianos no representaban a Cristo crucificado como lo hacemos nosotros ahora, sino con un Cristo vivo y ataviado con vestiduras y corona de Rey, para vencer esa imagen de suplicio denigrante. Pero era eso: algo denigrante y suplicio de culpables.

Pero para los cristianos la Cruz ya no es suplicio ni venganza sino salvación. San Pablo dirá a los Corintios en su primera Carta: «Los judíos exigen signos, los griegos buscan sabiduría; pero nosotros predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles; pero para los llamados -sean judíos o griegos-, un Cristo que es fuerza de Dios y sabiduría de Dios». Cristo ha conseguido que un instrumento de tortura se vea como algo salvador, pero para ello se necesita verlo con ojos de salvación. Nosotros al ver ahora la Cruz y Cristo en ella no retiramos el rostro, no hacemos ascos a su vista, incluso lo llevamos como adorno identificativo de nuestra fe. Se ha superado su carácter ignominioso para llevarlo con orgullo. Podría este cambio hacer perder su carácter de tormento y no podemos olvidarlo. Las dos cosas son cierta: tormento e instrumento de Salvación. Pero Cristo nos ha cambiado la perspectiva y, mirar con otros ojos las cosas, hace que incluso besemos la Cruz que nos salva, nos redime y nos identifica con El. ¡Esto es ya un milagro por sí solo!

Ese signo de Salvación hemos de venerarlo, no solo en nuestros templos, sino en nuestras casas y en nuestra vida. Que alegría se llevan los enfermos del hospital cuando ven la cruz en la habitación, les ayuda y da fuerza ante el sufrimiento. Y tú ¿tienes un crucifijo en tu habitación? ¿Lo llevas contigo? ¿Te sirve mirarlo cuando el trabajo se hace cansino o tienes tentación de abandonar? Es un recordatorio del tesón del Hijo de Dios por cumplir su Misión a pesar del dolor. De esa mirada se sirve el Espíritu Santo para darte la fortaleza de continuar. Creerás que es fuerza interior tuya, pero es la que te presta el Espíritu Santo que ha comprendido tu petición de ayuda con esa mirada que dirigiste al crucifijo.

Pero la cruz no es solo un símbolo, un pequeño recordatorio, una ayuda sino que Cristo la ha transformado en una forma de vida: Entonces dijo Jesús a sus discípulos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Esta es la propuesta de Jesús, es más, es la condición para ser de los suyos. Puede parecer duro, exigente, pero el premio es la felicidad, ya aquí en la tierra, y luego la Vida Eterna. Y es que la cruz que nos pide Jesús no es la del sufrir por sufrir, sino la de sacrificarse por los demás por amor. La Cruz se ha convertido en la máxima expresión del amor de Cristo a su Padre y a los hombres. Y solo si estamos dispuestos a amar de este modo podremos entender y seguir a Jesús. Recuerdas cómo el Lunes Santo nos proponíamos examinarnos ¿dónde tenemos el eje de nuestra vida? ¿Si giramos entorno al Señor o en torno a nosotros mismos? Pues la respuesta está aquí: ¿hasta dónde estoy dispuestos a sacrificarme por N (nombre concreto de una persona)? Pero N no es solo aquellos cercanos a mí: familia, amigos, compañeros, sino también aquellos que me provocan o buscan mi daño. Porque Cristo ha padecido y muerto por ellos y yo no puedo despreciar a aquellos por quienes Cristo quiso dar su vida. No me haría merecedor de su Gracia. Nos puede parecer duro e imposible de vivir, pero la vida de los santos lo desmiente ¡Se puede! Pero con la ayuda del Señor. ¡Ves cuánto le necesitas! Y a veces no somos conscientes de esa necesidad ni de lo dispuesto que está a ayudarnos. Recordar lo que le dijo al Ladrón arrepentido: Hoy estarás conmigo en el Paraíso. Jesús está siempre pendiente de nuestras necesidades, siempre dispuestos a darnos su ayuda, pero somos nosotros los que le decimos: de momento puedo yo solo y a Él no le queda más que retirarse porque no le dejamos que nos ayude.

¿Alguna vez has intentado ponerte tú en la Cruz en lugar de Jesús? ¿Has ocupado alguna vez su puesto? Podría ser un ejercicio interesante para valorar cuánto le ha costado tu Salvación, porque como nos recuerda la Escritura: Has sido comprado al precio de la Sangre de Cristo. Y esto es una fortuna en las dos acepciones del término: de suerte y de precio. En la Cruz de Cristo uno se encuentra con el amor, mientras en la del suplicio uno se encontraba con el horror.

Las últimas palabras de Jesús en la Cruz se dirigen al Padre: Padre a tus manos encomiendo mi espíritu. Al igual que las primeras que recogen los Evangelios cuando perdido y hallado en el Templo de Jerusalén les dice a María y José que tenía que estar en las cosas de su Padre. Son de confianza hacia el Padre. El santo Papa Juan Pablo II decía que Cristo en la Pasión habré su ser humano angustiado a la acción del Espíritu Santo y Este le dio el impulso necesario para hacer de su muerte una ofrenda perfecta al Padre. Si nosotros seguimos este recorrido de Jesús, también encontraremos el impulso necesario para cumplir la voluntad de nuestro Buen Padre Dios.

Dios te bendiga.

 

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