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JUEVES SANTO

JUEVES SANTO

Para el Jueves Santo nuestro Párroco nos trae el mensaje del Papa para este tiempo, y su propia meditación.

Comenzamos hoy el Triduo Pascual con la celebración de la Cena del Señor. Será una experiencia rara, triste si cabe. No podremos reunirnos en el Templo, ni realizar el Lavatorio de los pies ni trasladar al Señor al Monumento ni realizar las Visitas al mismo ni tener las Procesiones. Es una Semana Santa que no nos lo parece. Y sin embargo la Iglesia sigue conmemorando los mismos Misterios y beneficiándose de este tiempo de gracia y salvación. Muchos lo verán por televisión, tal vez, estando más cercanos al Papa viendo las retransmisiones desde el Vaticano. Pero concluimos que no es lo mismo. Y es verdad, no es lo mismo. Sin embargo, algo nos querrá decir el Señor. Yo no me atrevo a hablar en su nombre, pues yo mismo estoy desconcertado, pero si de algo estoy seguro y con certeza absoluta es que algo quiere que veamos y aprendamos. Como el trato de Dios con nosotros es personal cada uno habrá de hacerle la pregunta y estar atento a su respuesta.

Hoy conmemoramos la institución de la Ultima Cena, el sacerdocio, el Mandato nuevo del Amor fraterno y el Lavatorio de los pies que equivale a nuestra tarea del servicio a los demás. Podían parecernos cosas distintas, pero tienen tal nexo en común que por ello se celebran juntas. Sacerdocio y Eucaristía van intrínsecamente unidos, de modo que son instituidas en la misma celebración por el Señor. No se pueden entender por separado, pero además, cada una necesita a la otra. Sin sacerdocio no hay Eucaristía, pero sin Eucaristía no puede pervivir el sacerdocio. Ambas son fruto del amor de Dios al hombre, de ahí que el relato evangélico de hoy comienza con estas palabras: Sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. La explicación no puede ser más clara y la concreción de ese amor, además del sacerdocio y sobre todo la Eucaristía, es el servicio humilde a los demás, que se significó en el Lavatorio de los pies.

Este tiempo de prueba, confío, nos ayude a valorar más esos medios sobrenaturales que nos da el Señor y que la Iglesia como Madre nos distribuye. Que apreciemos el inmenso don de recibir el Cuerpo de Cristo como alimento del alma y signo de vida eterna. Que te hayas sentido triste de no recibirle sacramentalmente y haberte contentado con las comuniones espirituales frecuentes; que hayas buscado mentalmente el Sagrario más cercano a tu casa o lugar de trabajo, que hayas hecho ese recorrido para ponerte delante del Señor en el Sagrario desde tu casa; que tengas el propósito de recibirle, cuando puedas, con mejor preparación y más cariño; que incluso se te salten lágrimas por haber desaprovechado tantas ocasiones de cariño hacia Él cuando le recibías; que des gracias a Dios por quedarse tan cerca de nosotros; que desees tener más presente a quién está en el Sagrario cuando entres en el templo; que tengas más ganas de tratarle en la Eucaristía y de acudir al templo a rezar.

Si alguna de estas cosas salta en tu corazón, te diría que Dios se ha hecho hoy, jueves santo, presente en tu vida y estás celebrando  con fruto este día.

Cuando uno ve la prensa o escucha la televisión se dan las gracias a tantas personas y trabajos necesarios que es de agradecer pero, quizás por deformación profesional, echo en falta que se acuerden de los sacerdotes y de la gente, que en nombre de Jesucristo lleva paz y consuelo a quien sufre. Casi no aparece. Es como si la dimensión espiritual del hombre se desvaneciera, aunque luego en las conversaciones personales y sobre todo en el Hospital te reclaman más que nunca. Cierto que la Iglesia no trabaja para ponerse medallas ni hacerse valer, pero me apena que la sociedad haya perdido ese punto de referencia que es la Iglesia como sacramento de salvación. Lógicamente, esto no sucede en ninguno de los que me estáis escuchando, pero si fuera de nuestro entorno, por ello tenemos una gran tarea, sobre todo los fieles laicos, de hacer visible esa dimensión espiritual del hombre, que es la única que proporciona la felicidad. Que todos quieren ser felices y luchan por conseguirlo no lo dudo, es más, creo que nos afanamos como nunca en alcanzarla. Pero esto no basta, hay que saber en qué dirección buscarla y aquí es donde la Iglesia tiene un papel primordial: mostrar a quien es el Camino, la Verdad y la Vida para que puedan alcanzarla. Es tarea del sacerdote, del que ha sido ordenado como tal por el Obispo y del que ha recibido por el bautismo el sacerdocio real. Es tarea de la Iglesia en su conjunto. Hemos de mostrar al mundo nuevamente quién es la fuente de la auténtica felicidad.

No hemos de descuidar rezar por la santidad de los sacerdotes ni por las vocaciones sacerdotales y a la  vida consagrada. De la oración saldrá la llamada que Dios hace a los hombres y de la oración saldrá la generosa respuesta a darle el Sí.

Con el lavatorio de los pies el Señor se muestra como Maestro, como quien enseña algo importante en la vida que tendrán que cuidar de modo especial. Se lo ha dicho antes muchas veces: el que quiera ser el primero entre vosotros sea vuestro servidor; el que quiera ser el más importante sea vuestro esclavo, etc. Pero se ve que hacían caso omiso, quizás porque esa es tarea de siervos o esclavos. Pero hoy el Señor ha querido dejárselo muy claro. O lo hacéis o no podéis ser discípulos míos. Pedro se escandaliza y no es para menos, pero el significado que Jesús le da es más profundo de lo que Pedro puede entender, va más allá de los mismos hechos. Se trata de estar dispuestos a entregar la vida por el otro. Jesús, que va a dar su vida en rescate por todos, muestra que el lavar los pies en una minucia. Para quien da el todo la partecita es nimiedad. Servir es un anticipo de entregar todo, primero al Señor y después al prójimo. Por eso cuesta, porque tras el primer servicio vienen los demás. Si viéramos así el mensaje del Señor, tal vez estaríamos más contentos con hacerlo, eso sí, has de estar dispuesto a entregar tu vida por esa persona. Esto no ocurrirá en el sentido literal del término, pero sí en tu corazón. Si no ¿por qué cuestan esos actos de servicio entre los esposos, los amigos, los hermanos o los compañeros de trabajo? Porque no son actos puntuales sino la manifestación de lo que debería ser. En cambio quien ya lo ha entregado todo no le cuesta servir a los demás. Servicio que se traduce en detalles pequeños: ¡Cariño que puedo hacer para que descanses un poco! ¡No te preocupes esto ya lo hago yo! ¡Siéntate, voy yo! Etc. Cada día deberíamos comenzar dando gracias a Dios por dejarnos un día más para amarle y acostarnos pensando a quién hoy le he hecho un poco más feliz. Y descubrir que te ha costado, que has tenido que dejar tu comodidad o deseo de descanso e incluso que así uno se va dejando la vida poco a poco. De ser así vas por buen camino.

El Señor le dirá a Pedro: si no te dejas lavar los pies no podrás tener parte conmigo. Hemos de dejar que Jesús haga su parte en nuestra vida. Hemos de dejar que nos limpie a menudo por el sacramento de la confesión, hemos de dejar que nos alimente con su fuerza a través de la Eucaristía, hemos de dejar que nos corrija escuchado su Palabra, hemos de tratar al prójimo como nuestro verdadero hermano y alegrarnos de su existencia, incluso cuando se   muestra como enemigo. Solo así podremos ser sus discípulos, participar de su Vida. Me dirás: eso es para los santos, para gente especial, eso no es para Mí. Pero te equivocas, lo que Dios pide es alcanzable para cualquiera, la única condición es dejarte ayudar por Dios y aquí sí que tienes que doblegar tu orgullo. Tú solo no puedes, pero para Dios nada hay imposible ¿crees esto? Si la respuesta es negativa, apaga y vámonos, no hay nada que hacer, pero si la respuesta es positiva habrás comenzado una nueva andadura en tu vida: la de dejarte transformar por Dios y convertirte en imagen de su Hijo amado.

Dios te Bendiga.

 

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