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Sacerdotes del siglo XXI

Han pasado cincuenta años del Vaticano II y la Iglesia progresa en su misión evangelizadora. Ha tenido la valentía de hacer una renovación a fondo de sus estructuras y de su misión en el mundo.

Verdadera renovación

No todas las instituciones han sido capaces de empezar tan temprano,  y ahora podemos ver su desconcierto, desde partidos políticos, hasta la judicatura o la universidad. No hablo de cosmética de reformas accidentales ante la opinión pública sino de ética en cuanto se reavivan los planteamientos básicos, las actitudes esenciales, y la eficacia de sus tareas.

Con el Vaticano II la Iglesia hizo sincero examen de conciencia, abriendo las puertas para renovar la atmósfera. En las cuatro sesiones tenidas en otoño de los años 1962 a 1965, cardenales, obispos, teólogos y representantes de los cinco continentes, debatieron con libertad y sin pelos en la lengua las reformas en la colegialidad, el diálogo con el mundo, la liturgia, la libertad en la Iglesia, o la formación de los sacerdotes, entre otras importantes cuestiones.

Los nuevos curas

Aquí me detengo solamente en la nueva generación de sacerdotes que hoy actúan con un fuerte dinamismo apostólico. Muchos chicos jóvenes colaboran estrechamente con ellos y se admiran de su caridad operativa, de su fe audaz, y de su alegría llena de esperanza. Creen en Dios y creen en los hombres, y están encantados con la época que les ha tocado vivir. Son sacerdotes de Jesucristo que trabajan doce horas al día –y por la noche cuando hace falta-, pero sin descuidar la oración, la liturgia de las horas, la propia confesión sacramental, y buscan dirección espiritual. Todo ello porque están convencidos de que nadie da lo que no tiene, y sobre todo de que ser santos no es un ideal bonito sino la realidad de meterse en el corazón de Jesucristo, y participar de sus sentimientos redentores.

Muchas parroquias nuevas y tantas antiguas, con sacerdotes experimentados, cuentan con esta generación de sacerdotes formados con altura intelectual –algunos hacen una licenciatura o doctorado civil-, con un conocimiento serio de la Escritura, la Dogmática, la Moral y la Catequética. Esos dos o tres sacerdotes de la parroquia sirven de imán para atraer a jóvenes, que dejan prejuicios anticlericales, a chicas que se implican a fondo en ayudar a los necesitados de diversa índole, y atraen también a familias que están encantadas con la liturgia bien celebrada, siguiendo las normas y el ejemplo de la Santa Sede.

Algunos podrían recordar que no todos son  así, que hay escándalos, aunque deberían conocer que no se dan en esta nueva generación evangelizadora, puesto que viven con fidelidad sus compromisos año tras año; que cuidan de los fieles en las parroquias, movimientos, y otras realidades eclesiales. Con la ayuda de Dios no faltarán estos ministros en una Iglesia siempre renovada. Esta es la mejor y casi la única nueva evangelización.

Jesús Ortiz López

Doctor en Derecho Canónico