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A la Unión Internacional de Superioras Generales. Discurso del santo padre

Papa Francisco Superiores GeneralesDISCURSO DEL SANTO PADRE A LA UNIÓN INTERNACIONAL DE SUPERIORAS GENERALES

Aula Pablo VI, Jueves, 12 de mayo de 2016 (Unos segundos de vídeo, pinchando: AQUÍ )

 

Primera pregunta. Por una mejor inserción de las mujeres en la vida de la Iglesia

Papa Francisco, Usted ha dicho que “el genio femenino es necesario en todas las expresiones de la vida de la Iglesia y de la sociedad”. Sin embargo, las mujeres están excluidas de las tomas de decisión en la Iglesia, sobre todo a los más altos niveles, y de la predicación en la Eucaristía. Un importante impedimento al abrazo pleno de la Iglesia al “genio femenino” es el vínculo que, tantos los procesos de decisión como la predicación, tienen con la ordenación sacerdotal. ¿Ve usted un modo para separar de la ordenación tanto los papeles de liderazgo como la predicación en la Eucaristía, de modo que nuestra Iglesia pueda estar más abierta para recibir el genio de las mujeres, en un futuro muy próximo?

Aquí hay varias cosas que debemos distinguir. La pregunta se refiere a la funcionalidad, está muy unida a la funcionalidad, mientras que el papel de la mujer va más allá. Pero ahora respondo a la pregunta, y luego lo hablamos… He visto que hay otras preguntas que van más allá.

Es verdad que las mujeres están excluidas de las tomas de decisión en la Iglesia: excluidas no, pero es muy débil la inserción de las mujeres ahí, en los procesos de decisión. Debemos avanzar. Por ejemplo —y yo no veo dificultad—, creo que en el Pontificio Consejo de Justicia y Paz la que dirige la secretaría es una mujer, una religiosa. Se ha propuesta otra y yo la he nombrado, pero ella prefirió que no, porque tenía que ir a otro sitio a hacer otros trabajos de su Congregación. Hay que ir más allá, porque en muchos aspectos de la toma de decisiones no es necesaria la ordenación. No es necesaria. En la reforma de la Constitución Apostólica Pastor Bonus, a propósito de los Dicasterios, cuando no es necesaria la jurisdicción que viene de la ordenación —es decir, la jurisdicción pastoral—, no se ve escrito que pueda ser una mujer, no sé si jefe del dicasterio, pero… Por ejemplo para los inmigrantes: en el dicasterio para los inmigrantes podría ser una mujer. Y cuando sea necesite —ahora que los inmigrantes entran en un dicasterio— la jurisdicción, será el Prefecto quien dé el permiso. Pero, en lo ordinario puede ser, en la ejecución de la toma de decisiones. Para mí es muy importante la elaboración de las decisiones: no solo la ejecución, sino también la elaboración, es decir, que las mujeres, tanto consagradas como laicas, estén en la reflexión del proceso y en la discusión. Porque la mujer mira la vida con otros ojos, y los hombres no podemos verla así. El modo de ver un problema, de ver cualquier cosa, en una mujer es distinto al del hombre. Deben ser complementarios, y en las consultas es importante que haya mujeres.

En Buenos Aires tuve la experiencia de un problema: viéndolo con el Consejo presbiteral —es decir, todos hombres— estaba bien tratado; luego, al verlo con un grupo de mujeres religiosas y laicas lo enriquecieron tanto, mucho, y mejoró la decisión con una visión complementaria. Es necesario, esto es necesario. Y pienso que debemos avanzar, y luego ya vendrá la toma de decisiones.

Luego está el problema de la predicación en la Celebración Eucarística. No hay ningún problema para que una mujer —una religiosa o una laica— haga la prédica en un Liturgia de la Palabra. No hay problema. Pero en la Celebración Eucarística hay un problema litúrgico-dogmático, porque la celebración es una —la Liturgia de la Palabra y la Liturgia Eucarística es una unidad—, y quien la preside es Jesucristo. El sacerdote o el obispo que preside lo hace en la persona de Jesucristo. Es una realidad teológico-litúrgica. En esa situación, no existiendo la ordenación de las mujeres, no pueden presidir. Pero se puede estudiar más y explicar mejor esto que, muy velozmente y un poco simplemente, he dicho ahora.

En cambio, en el liderazgo no hay problema: en esto debemos avanzar, con prudencia, pero buscando soluciones…

Hay dos tentaciones aquí, de las cuales debemos cuidarnos. La primera es el feminismo: el papel de la mujer en la Iglesia no es feminismo, ¡es derecho! Es un derecho de bautizada con los carismas y los dones que el Espíritu le ha dado. No hay que caer en el feminismo, porque eso reduciría la importancia de una mujer. Yo no veo, en este momento, un gran peligro de esto en las religiosas. No lo veo. Quizá antes, pero no, en general no lo hay.

El otro peligro, que es una tentación muy fuerte y de la que he hablado bastante, es el clericalismo. Y esto es muy fuerte. Pensemos que hay más del 60% de las parroquias —de las diócesis no lo sé, pero solo un poco menos— no tienen ni consejo de los asuntos económicos ni consejo pastoral. ¿Qué quiere decir esto? Que esa parroquia y esa diócesis está guiada con un espíritu clerical, solo por el cura, que no vive la sinodalidad parroquial, la sinodalidad diocesana, que no es una novedad de este Papa. ¡No! Está en el Derecho Canónico, es una obligación que tiene el párroco de tener el consejo de los laicos, por y con laicos, laicas y religiosas, para la pastoral y para los asuntos económicos. Y eso no lo hacen. Es el peligro del clericalismo hoy en la Iglesia. Debemos avanzar y quitar ese peligro, porque el sacerdote es un servidor de la comunidad, el obispo es un servidor de la comunidad, pero no es el jefe de una tienda. ¡No! Esto es importante. En América Latina, por ejemplo, el clericalismo es muy fuerte, muy marcado. Los laicos no saben qué hacer si no preguntan al cura… Es muy fuerte. Y por eso, la conciencia del papel de los laicos en América Latina está muy atrasada. Se ha salvado un poco de esto solo en la piedad popular: porque el protagonista es el pueblo, y el pueblo ha hecho las cosas como venían; y a los curas ese aspecto no les interesaba tanto, y alguno no veía con buenos ojos este fenómeno de la piedad popular. Pero el clericalismo es una actitud negativa. Y es cómplice, porque lo hacen entre dos, como el Tango que se baila entre dos… O sea, el sacerdote que quiere clericalizar al laico, a la laica, al religioso y a la religiosa; y el laico que pide por favor ser clericalizado, porque es más cómodo. Es curioso esto. Yo, en Buenos Aires, tuve esta experiencia tres o cuatro veces: un buen párroco que viene y me dice: “Sabe, tengo un laico buenísimo en la parroquia: hace esto y lo otro, sabe organizar, trabaja, es de verdad un hombre valioso… ¿Lo hacemos diácono?”. Es decir, ¿lo “clericalizamos?”. “¡No! Déjalo que sea laico. No lo hagas diácono”. Esto es importante. A vosotras os pasa esto, que el clericalismo tantas veces os frena en vuestro lícito desarrollo.

Yo pediré —y quizá se lo haga llegar a la Presidenta— a la Congregación para el Culto que explique bien, de modo profundo, lo que he dicho un poco a la ligera sobre la predicación en la Celebración Eucarística. Porque no tengo la teología y la claridad suficiente para explicarlo ahora. Pero hay que distinguir bien: una cosa es la predicación en una Liturgia de la Palabra, y eso se puede hacer; y otra cosa es la Celebración eucarística, aquí hay otro misterio. Es el Misterio de Cristo presente y el sacerdote o el obispo que celebran in persona Christi.

Para el liderazgo está claro… Sí, creo que esta puede ser mi respuesta en general a la primera pregunta. Veamos la segunda.

Segunda pregunta. El papel de las mujeres consagradas en la Iglesia

Las mujeres consagradas trabajan ya mucho con los pobres y con los marginados, dan catequesis, acompañan a los enfermos y moribundos, distribuyen la comunión, en muchos países dirigen las oraciones comunes en ausencia de sacerdotes y, en esas circunstancias, pronuncian la homilía. En la Iglesia está el oficio del diaconado permanente, pero solo está abierto a los hombres, casados o no. ¿Qué impide a la Iglesia incluir a las mujeres entre los diáconos permanentes, como pasó en la Iglesia primitiva? ¿Por qué no constituir una comisión oficial que pueda estudiar la cuestión? ¿Nos puede poner algún ejemplo de dónde ve Usted la posibilidad de una mejor inserción de las mujeres y de las mujeres consagradas en la vida de la Iglesia?

Esta pregunta va en el sentido del “hacer”: las mujeres consagradas ya trabajan mucho con los pobres, hacen tantas cosas…; en el “hacer”. Y toca el problema del diaconado permanente. Alguno podrá decir que las “diaconisas permanentes” en la vida de la Iglesia son las suegras [ríe, y se ríen]. En efecto, eso fue en la antigüedad: fue al inicio… Recuerdo que era un tema que me interesaba bastante cuando vine a Roma para las reuniones, y me alojaba en la Domus Pablo VI; había allí un teólogo sirio, muy bueno, que hizo la edición crítica y la traducción de los Himnos de Efrén el Sirio. Y un día le pregunté sobre esto, y me explicó que en los primeros tiempos de la Iglesia había algunas “diaconisas”. ¿Pero qué son esas diaconisas? ¿Tenían la ordenación o no? Lo trata el Concilio di Calcedonia (451), pero es un poco oscuro. ¿Cuál era el papel de las diaconisas en aquellos tiempos? Parece —me decía aquel hombre, que ya ha muerto, y era un buen profesor, sabio, erudito— que el papel de las diaconisas era ayudar en el bautismo de las mujeres, la inmersión, las bautizaban ellas, por decoro, también para hacer las unciones en el cuerpo de las mujeres en el bautismo. Y también una cosa curiosa: cuando había un juicio matrimonial porque el marido pegaba a la mujer y ésta iba al obispo a quejarse, las diaconisas eran las encargadas de ver los moratones dejados en el cuerpo de la mujer por los golpes del marido e informar al obispo. Esto es lo que recuerdo. Hay algunas publicaciones sobre el diaconado en la Iglesia, pero no está claro cómo era. Creo que pediré a la Congregación para la Doctrina de la Fe que me informen sobre los estudios de este tema, porque yo os he respondido solo según lo que escuché de ese sacerdote que era un investigador erudito y válido, sobre el diaconato permanente. Y además quisiera constituir una comisión oficial que pueda estudiar la cuestión: creo que hará bien a la Iglesia aclarar este punto; estoy de acuerdo, y hablaré para hacer algo al respecto.

Luego decís: “Estamos de acuerdo con Usted, Santo Padre, que muchas veces ha repetido la necesidad de un papel más incisivo de las mujeres en las tomas de decisión en la Iglesia”. Esto está claro. ¿Nos puede poner algún ejemplo de dónde ve Usted la posibilidad de una mejor inserción de las mujeres y de las mujeres consagradas en la vida de la Iglesia?”. Diré una cosa que viene después, porque he visto que hay una pregunta general. A las consultas de la Congregación para los religiosos, a las asambleas, las consagradas deben ir: esto es seguro. A las consultas sobre tantos problemas que se presentan, las consagradas deben ir. Otra cosa: una mejor inserción. En este momento no me vienen a la mente cosas concretas, pero siempre lo que he dicho antes: buscar el juicio de la mujer consagrada, porque la mujer ve las cosas con una originalidad distinta de la de los hombres, y eso enriquece: tanto en la consulta, como en la decisión, como a la hora de concretar.

Esas tareas que hacéis con los pobres, los marginados, enseñar la catequesis, acompañar a los enfermos y moribundos, son trabajos muy “maternos”, donde la maternidad de la Iglesia se puede expresar más. Pero hay hombres que hacen lo mismo, y bien: consagrados, órdenes hospitalarias… Y eso es importante.

Así pues, sobre el diaconado, sí, acepto y me parece útil una comisión que aclare bien esto, sobre todo respecto a los primeros tiempos de la Iglesia.

Respecto a la mejor inserción, repito lo que he dicho antes.

Si hay algo que concretar, preguntadlo ahora: sobre lo que he dicho, ¿hay alguna pregunta más, que me ayude a pensar? Adelante…

Tercera pregunta. El papel de la Unión Internacional de las Superioras Generales

¿Qué papel podría tener la Unión Internacional de las Superioras Generales, de modo que pueda tener una palabra en el pensamiento de la Iglesia, una palabra que sea escuchada, teniendo en cuenta que representa la voz de dos mil institutos de religiosas? ¿Cómo es posible que muy a menudo seamos olvidadas y no hachas partícipes, por ejemplo de la asamblea general de la Congregación de los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vita Apostólica, donde se habla de la vida consagrada? ¿Puede la Iglesia permitirse seguir hablando de nosotras, en vez de hablar con nosotras?

Sor Teresina tenga un poco de paciencia, porque se me ha venido a la mente lo que ha salido en otra pregunta sobre “¿qué puede hacer la vida consagrada femenina?”. Es un criterio que vosotras debéis revisar, y que también la Iglesia debe revisar. Vuestro trabajo, el mío y el de todos nosotros, es de servicio. Pero yo, muchas veces, encuentro mujeres consagradas que hacen un trabajo servil y no de servicio. Es un poco difícil de explicar, porque no quisiera que se pensase en casos concretos, que quizá sería un mal pensamiento, porque nadie conoce bien las circunstancias. Pero pensemos en un párroco, un párroco que, por seguridad, dice: “No, no, mi casa está en manos de dos monjas”. – “¿Y ellas son las que la gestionan?”. – “Sí, sí”. – “¿Y qué hacen de apostolado, de catequesis?”. – “No, no, solo eso”. ¡No! ¡Eso es servilismo! Dígame, señor párroco, si en su ciudad no hay buenas mujeres, que necesiten trabajo. Pues contrata a una o dos que hagan ese servicio. Y esas dos monjas que vayan a las escuelas, a los barrios, con los enfermos, con los pobres. Ese es el criterio: ¡trabajo de servicio y no servil! Y cuando, a vosotras Superioras, os pidan una cosa que es más servilismo que servicio, sed valientes al decir “no”. Este es un criterio que ayuda bastante, porque cuando se quiere que una consagrada haga un trabajo servil, se devalúa la vida y la dignidad de aquella mujer. Su vocación es el servicio: servicio a la Iglesia, donde sea. ¡Pero no servilismo!

Y ahora respondo a Teresina: “¿Cuál es, según Usted, el lugar de la vida religiosa apostólica femenina dentro de la Iglesia? ¿Qué faltaría a la Iglesia si no hubiese religiosas?”. ¡Faltaría María el día de Pentecostés! ¡No hay Iglesia sin María! ¡No hay Pentecostés sin María! Pero María estaba allí, quizá no hablaba… Esto ya lo he dicho, pero me gusta repetirlo. La mujer consagrada es una imagen de la Iglesia, es una imagen de María. El cura, el sacerdote, no es imagen de la Iglesia; no es imagen de María: Es imagen de los apóstoles, de los discípulos que son enviados a predicar. Pero no de la Iglesia ni de María. Cuando digo esto, quiero haceros pensar que “la” Iglesia es femenino; la Iglesia es mujer: no es “el” Iglesia, es “la” Iglesia. Pero es una mujer casada con Jesucristo, tiene su Esposo, que es Jesucristo. Y cuando un obispo es elegido para una diócesis, el obispo —en nombre de Cristo— desposa esa Iglesia particular. ¡La Iglesia es mujer! Y la consagración de una mujer la hace imagen precisamente de la Iglesia e imagen de la Virgen. Y eso los hombres no podemos hacerlo. Esto os ayudará a profundizar, desde esta raíz teológica, un papel grande en la Iglesia. Y esto me gustaría que no se os olvide.

Estoy totalmente de acuerdo [con la conclusión de la tercera pregunta]. La Iglesia: la Iglesia sois vosotras, somos todos. La jerarquía —decimos— de la Iglesia debe hablar de vosotras, pero ¡antes debe hablar con vosotras! Eso es seguro. En la Asamblea de la Congregación de los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vita Apostólica debéis estar presentes. ¡Sí, sí! Esto se lo diré al Prefecto: en la Asamblea vosotras debéis estar presentes. Está claro, porque hablar de un ausente no es ni siquiera evangélico: debe poder oír, escuchar lo que se piensa, y luego trabajamos juntos. Estoy de acuerdo. No me imaginaba tanto distanciamiento, de verdad. Y gracias por haberlo dicho tan valientemente y con esa sonrisa.

Me permito una broma. Usted lo ha hecho con esa sonrisa, que en Piamonte se dice cara de mosquita muerta[1]. ¡Bien! Sí, tenéis razón en eso. Creo que sea fácil reformarlo. Hablaré con el Prefecto. “Pero esa Asamblea general no hablará de las monjas, hablará de otra cosa…”. – “Es necesario oír a las monjas porque tienen otra visión del asunto”. Es lo que he dicho antes: es importante que estéis siempre dentro… Os agradezco la pregunta.

¿Alguna aclaración al respecto? ¿Algo más? ¿Está claro?

Recordad bien esto: ¿qué le faltaría a la Iglesia si las religiosas no existieran? Faltaría María el día de Pentecostés. La religiosa es imagen de la Iglesia y de María; y la Iglesia es femenino, casada con Jesucristo.

Cuarta pregunta. Obstáculos que encontramos las mujeres consagradas en la Iglesia.

Queridísimo Santo Padre, muchos institutos están afrontando el desafío de hacer novedades en la forma de vida y en las estructuras, revisando las Constituciones. Esto está siendo difícil, porque nos encontramos bloqueadas por el Derecho Canónico. ¿Prevé Usted cambios en el Derecho Canónico, para facilitar esta novedad? Además, los jóvenes de hoy tienen dificultad para pensar en un compromiso permanente, tanto en el matrimonio como en la vida religiosa. ¿Podríamos estar abiertas a compromisos temporales? Y otro aspecto: realizando nuestro ministerio en solidaridad con los pobres y los marginados, a menudo somos erróneamente consideradas como activistas sociales o como si asumiésemos posiciones políticas. Algunas autoridades eclesiales querrían que fuésemos más místicas y menos apostólicas. ¿Qué valor se da a la vida consagrada apostólica y, en particular, a las mujeres, por alguna parte de la jerarquía de la Iglesia?

Lo primero: los cambios que se deben hacer para asumir los nuevos desafíos. Usted ha hablado de novedades, novedades en el sentido positivo, si he entendido bien, cosas nuevas que llegan… Y la Iglesia es maestra en esto, porque ha tenido que cambiar tanto, tanto, tanto en la historia. Pero en cada cambio hace falta el discernimiento, y no se puede hacer discernimiento sin oración. ¿Cómo se hace el discernimiento? La oración, el dialogo, y luego el discernimiento en común. Hay que pedir el don del discernimiento, de saber discernir. Por ejemplo, un empresario debe hacer cambios en su negocio: valora lo concreto, y lo que su conciencia le dice, lo hace. En nuestra vida, entra otro personaje: el Espíritu Santo. Y para hacer un cambio, debemos valorar todas las circunstancias concretas, eso es verdad, pero para entrar en un proceso de discernimiento con el Espíritu Santo hace falta oración, diálogo y discernimiento en común. Creo que en este punto no estamos bien formados —cuando digo esto hablo también de los sacerdotes—, en el discernimiento de las situaciones, y debemos procurar tener experiencia y también buscar alguna persona que nos explique bien cómo se hace el discernimiento: un buen padre espiritual que conozca bien esas cosas y nos explique, que no es un simple “pros y contras”, hacer la suma, y adelante. No, es algo más. Cada cambio que haya que hacer requiere entrar en este proceso de discernimiento. Y esto os dará más libertad, ¡más libertad! El Derecho Canónico: pero no hay ningún problema. El Derecho Canónico en el siglo pasado cambió –si no me equivoco– dos veces: en 1917 y luego con san Juan Pablo II. Pequeños cambios se pueden hacer, se hacen. Esos, en cambio, fueron dos cambios de todo el Código. El Código es una ayuda disciplinar, una ayuda para la salvación de las almas, para todo eso: es la ayudad jurídica de la Iglesia para los procesos, tantas cosas, pero que en el siglo pasado dos veces fue totalmente cambiado, rehecho. Y así se pueden cambiar partes. Hace dos meses llegó una petición de cambiar un canon, no recuerdo bien… Lo he hecho estudiar y el Secretario de Estado hizo las consultas pertinentes y todos estaban de acuerdo en que sí, que se debía cambiar por un bien mayo, y se ha cambiado. El Código es un instrumento, esto es muy importante. Pero insisto: nunca hacer un cambio sin hacer un proceso de discernimiento, personal y comunitario. Y esto os dará libertad, porque es meter ahí, en el cambio, al Espíritu Santo. Es lo que hizo san Pablo, san Pedro mismo, cuando sintió que el Señor le empujaba a bautizar a los paganos. Cuando leemos el libro de los Hechos de los Apóstoles, nos asombramos de tanto cambio… ¡Es el Espíritu! Interesante, esto: en el libro de los Hechos de los Apóstoles, los protagonistas no son los apóstoles, es el Espíritu. “El Espíritu obliga a hacer eso”; “el Espíritu dijo a Felipe: ve allá y encuentra al ministro de economía y bautízalo”; “El Espíritu hace”, “el Espíritu dice: no, aquí no vengáis”… Es el Espíritu. Es el Espíritu quien dio el valor a los apóstoles para hacer ese cambio revolucionario de bautizar a los paganos sin hacer el camino de la catequesis hebrea o de las praxis judías. Es interesante: en los primeros capítulos está la Carta que los apóstoles, tras el Concilio de Jerusalén, envían a los paganos conversos. Cuentan todo lo que ha hecho: “Nos ha parecido al Espíritu Santo y a nosotros…”. Es un ejemplo del discernimiento que hicieron. Todo cambio, hacedlo así, con el Espíritu Santo. O sea: discernimiento, oración y también valoración concreta de las situaciones.

Y por el Código no hay problema; es un instrumento.

Respecto al compromiso permanente de los jóvenes. Vivimos en una “cultura de lo provisional”. Me contaba un obispo, hace tiempo, que acudió a él un joven universitario, que había terminado la universidad, con 23 o 24 años, y le había dicho: “Me gustaría ser sacerdote, pero solo durante diez años”. Es la cultura de lo provisional. En los casos matrimoniales es así. “Yo me caso hasta que dure el amor y luego adiós”. Es el amor entendido en sentido hedonista, en el sentido de esta cultura de hoy. Obviamente, esos matrimonios son nulos, no son válidos. No tienen conciencia de la perpetuidad de un compromiso. En los matrimonios es así. En la Exhortación apostólica Amoris laetitia leed la problemática, está en los primeros capítulos, y leed cómo preparar el matrimonio. Me decía una persona: “Eso no lo entiendo: para ser cura tenéis que estudiar, prepararse durante ocho años, más o menos. Y luego, si la cosa no va, o si te enamoras de una chica bonita, la Iglesia te los permite: ve, cásate, comienza otra vida. Para casarse —que es para toda la vida, que es “para” la vida— la preparación en tantas diócesis son tres, cuatro charlas…”. ¡Eso no puede ser! ¿Cómo puede un párroco firmar que estos están preparados para el matrimonio, con esta cultura de lo provisional, con solo cuatro clases? Es un problema muy serio. En la vida consagrada, siempre me ha llamado la atención —positivamente— la intuición de san Vicente de Paúl: vio que las Hermanas de la Caridad tenían que hacer un trabajo tan fuerte, tan “peligroso”, precisamente de frontera, que cada año tenían que renovar los votos. Solo por un año. Pero lo hizo como carisma, no como cultura de lo provisional: para dar libertad. Yo creo que en la vita consagrada los votos temporales facilitan esto. Y, no sé, velo vosotras, pero yo sería más bien favorable quizá a prolongar un poco los votos temporales, por esta cultura de lo provisional que tienen los jóvenes de hoy: es… ¡prolongar el noviazgo antes del matrimonio! Esto es importante.

[Ahora el Papa responde a una parte de la pregunta que no fue leída pero estaba escrita]

Las colectas de dinero en nuestras iglesias locales. El problema del dinero es un problema muy importante, tanto en la vida consagrada como en la Iglesia diocesana. Nunca debemos olvidar que el diablo entra “por los bolsillos”: ya sea por los bolsillos del obispo, ya sea por los bolsillos de la Congregación. Esto toca el problema de la pobreza, que hablaré después. Pero la avidez de dinero es el primer escalón para la corrupción de una parroquia, de una diócesis, de una Congregación de vida consagrada, es el primes peldaño. Creo que fue a este propósito: el pago por los sacramentos. Mirad, si alguno os pide eso, denunciadlo. La salvación es gratuita. Dios nos ha enviado gratuitamente; la salvación es como un “derroche de gratuidad”. No hay salvación de pago, no hay sacramentos de pago. ¿Está claro esto? Conozco, he visto en mi vida la corrupción en esto. Recuerdo un caso, apenas nombrado obispo, tenía la zona más pobre de Buenos Aires: está dividida en cuatro vicariatos. Allí había muchos emigrantes de países americanos, y pasaba que, cuando venían a casarse, los párrocos decían: “Esta gente no tiene el certificado de bautismo”. Y cuando lo pedían en su país les decían: “Sí, pero manda antes 100 dólares —recuerdo un caso— y luego te la envío”. Hablé con el cardenal, el cardenal habló con el obispo del lugar… Y mientras tanto la gente podía casarse sin el certificado de bautismo, con el juramento de los padres o padrinos. Y eso es el pago, no solo del sacramento sino de los certificados. Recuerdo una vez en Buenos Aires que fue un joven, que tenía que casarse, a la parroquia para pedir el nulla obstat para casarse en otra: es algo sencillo. Le dijo la secretaria: “Sí, pase mañana, venga mañana que ya estará, y cuesta tanto”: una bonita suma. Pero si es un servicio: es solo constatar los datos y rellenarlos. Y él —es abogado, joven, bueno, muy devoto, muy buen católico— vino a mí: “¿Ahora qué hago?” – “Ve mañana y dile que has enviado el cheque al arzobispo, y que el arzobispado le dará el cheque”. El comercio del dinero.

Aquí tocamos un problema serio, que es el problema de la pobreza. Yo os digo una cosa: cuando un instituto religioso —y esto vale también para otras situaciones—, cuando un instituto religioso se siente morir, siente que no tiene capacidad de atraer nuevos elementos, siente que quizá ha pasado el tiempo para el que el Señor había elegido aquella Congregación, la tentación es la avidez. ¿Por qué? Porque piensan: “Al menos tendremos dinero para la vejez”. Esto es grave. ¿Y cuál es la solución que da la Iglesia? La unión de varios institutos con carismas que se parecen, y seguir adelante. Pero nunca, jamás el dinero es una solución para los problemas espirituales. Es una ayuda necesaria, pero no tanto. San Ignacio decía, sobre la pobreza, que es “madre” y “muro” de la vida religiosa. Nos hace crecer en la vida religiosa como madre, y la protege. Pero comienza la decadencia cuando falta la pobreza. Recuerdo, en la otra diócesis, cuando un colegio de monjas muy importante tenía que rehacer la casa de las monjas porque era vieja, había que rehacerla; e hicieron un buen trabajo. Hicieron un bonito trabajo. Pero en aquellos tiempos —estoy hablando del año 93 o 94, más o menos— decían: “Hagamos todas las comodidades, la habitación con baño privado, y todo, hasta televisión…”. En aquel colegio, que era tan importante, desde las 2 a las 4 de la tarde no encontraba a una monja en el colegio: ¡estaban todas en su habitación viendo la telenovela! Porque es falta de pobreza, y esto te lleva a la vida cómoda, a las fantasías… Es un ejemplo, quizá es el único en el mundo, pero para entender el peligro de la demasiada comodidad, de la falta de pobreza o de una cierta austeridad.

[Otra parte de la pregunta no leída sino escrita]

“Las religiosas no reciben estipendios por los servicios que hacen, como lo reciben los curas. ¿Cómo podemos demostrar un rostro atractivo de nuestra subsistencia? ¿Cómo podemos hallar los recursos financieros necesarios para realizar nuestra misión?”.

Os diré dos cosas. Primera: ver cómo es el carisma, todo vuestro carisma —cada uno tiene es suyo— y cuál es el lugar de la pobreza, porque hay congregaciones que exigen una vida de pobreza muy, muy fuerte; otras, no tanto, pero todas aprobadas por la Iglesia. Buscar la pobreza según el carisma. Luego: los ahorros. Es prudencia tener unos ahorros; es prudencia llevar una buena administración, quizá con alguna inversión, eso es prudente: par las casas de formación, para sacar adelante las obras pobres, sacar adelante escuelas para pobres, llevar a cabo labores apostólicas… Una fundación de la propia congregación: eso se debe hacer. Y como la riqueza puede hacer daño y corromper la vocación, la miseria también. Si la pobreza se vuelve miseria, también eso hace daño. Ahí se ve la prudencia espiritual de la comunidad en el discernimiento común: la ecónoma informa, todos hablan: “sí es demasiado…, no es demasiado…”. Esa prudencia materna. Pero por favor, no os dejéis engañar por los amigos de la congregación, que luego os “despluman” y os quitan todo. He visto tantos casos, o me han contado otros, de monjas que han perdido todo porque se fiaron de tal o cual… “muy amigo de la congregación”. Hay mucho listillo, muchos astutos. La prudencia es no consultare nunca a una sola persona: cuando lo necesitéis, consultad a varias personas, distintas. La administración de los bienes es una responsabilidad muy grande, muy grande, en la vida consagrada. Si no tenéis lo necesario para vivir, decidlo al obispo. Decid a Dios: “Danos hoy nuestro pan”, el de verdad. Pero hablad con el obispo, con la Superiora general, con la Congregación para religiosos. Para lo necesario, porque la vida religiosa es un camino de pobreza, ¡pero no es un suicidio! Y esa es la sana prudencia. ¿Está esto claro?

Y luego, donde haya conflictos por lo que las iglesias locales os pidan, hay que rezar, discernir y tener el valor, cuando sea necesario, de decir “no”; y tener la generosidad, cuando se preciso, de decir “sí”. ¡Veis lo necesario que es el discernimiento en cada caso!

Se retoma parte de la cuarta pregunta.

Cuando realizamos nuestro ministerio, somos solidarias con los pobres y marginados, pero a menudo somos erróneamente consideradas como activistas sociales o como si asumiésemos posiciones políticas. Algunas autoridades eclesiales ven negativamente nuestro ministerio, subrayando que deberíamos estar más concentradas en una forma de vida mística. En esas circunstancias, ¿cómo podemos vivir nuestra vocación profética…?

Sí. Todas las religiosas, todas las consagradas deben vivir místicamente, porque lo vuestro es un desposorio; la vuestra es una vocación de maternidad, es una vocación de estar en el lugar de la Madre Iglesia y de la Madre María. Pero aquellos que os dicen eso, piensan que ser místico es ser una momia, siempre así rezando… No, no. Hay que rezar y trabajar según el propio carisma; y cuando el carisma te lleva a ir con los refugiados, con los pobres, tienes que hacerlo, y te llamarán “comunista”: es lo menos que te dirán. Pero tienes que hacerlo. Porque el carisma te lleva a eso. En Argentina, recuerdo a una monja: fue provincial de su congregación. Una mujer valiente, y todavía trabaja… tiene casi mi edad, sí. Y trabaja contra los traficantes de jóvenes, de personas. Recuerdo que el gobierno militar de Argentina quería mandarla a la cárcel, y presionaban al arzobispo y a la superiora provincial, antes de que ella misma llegase a ser provincial, “porque esa mujer es comunista”. ¡Y esa mujer salvó a tantas chicas, a muchas chicas! Sí, es la cruz. ¿De Jesús qué dijeron? Que era Belcebú, que tenía el poder de Belcebú. La calumnia, estad preparadas. Si hacéis el bien, con oración, ante Dios, asumiendo todas las consecuencias de vuestro carisma y seguís adelante, preparaos para la difamación y la calumnia, ¡porque el Señor eligió ese camino para sí! Y nosotros, obispos, debemos proteger a estas mujeres que son imagen de la Iglesia, cuando hacen cosas difíciles y son calumniadas, y son perseguidas. Ser perseguidas es la última de las Bienaventuranzas. El Señor nos dijo: “Bienaventurados seréis cuando os persigan, os insulten” y todas esas cosas. Pero aquí el peligro puede ser: “Yo voy a lo mío”. No, no: si sientes eso y te persiguen, habla con tu comunidad, con tu superiora, habla con todos, busca consejo, discierne: otra vez la palabra. Y esta religiosa de la que hablaba ahora, un día la encontré llorando, y me decía: “Mire la carta que he recibido de Roma —no diré de dónde—: ¿qué hago?”. – “¿Tú eres hija de la Iglesia?”. – “¡Sí!”. –“¿Tú quieres obedecer a la Iglesia?”. – “¡Sí!”. – “Responde que serás obediente a la Iglesia, y luego ve la tu superiora, ve a tu comunidad, ve a tu obispo —que era yo—, y la Iglesia dirá lo que debes hacer. Pero no una carta que viene de 12.000 km”. Porque ahí un amigo de los enemigos de la monja había escrito, había sido calumniada. Valientes, pero con humildad, discernimiento, oración, diálogo.

Conclusión.

Una palabra de ánimo a nosotras, Superioras, que soportamos el peso del día.

¡Pues, tomaos un respiro! El descanso, porque muchas enfermedades vienen de la falta de un sano descanso, descanso en familia… Esto es importante para soportar el peso del día.

Mencionáis aquí también a las monjas ancianas y enfermas. Pues estas monjas son la memoria del instituto, esas monjas son las que sembraron y trabajaron, y ahora están paralíticas o muy enfermas o dejadas a parte. Esas monjas rezan por el Instituto. Esto es muy importante, que se sientan involucradas en la oración por el Instituto. Esas mojas tienen también una experiencia tan grande: quien más, quien menos. ¡Escuchadlas! Id a ellas: “Dígame, hermana, ¡qué piensa usted de esto, de esto?”. Que se sientan consultadas, y de su sabiduría saldrá un buen consejo. Estad seguras.

Esto es lo que se me ocurre deciros. Sé que siempre me repito y digo las mismas cosas, pero la vida es así… Me gusta oír las preguntas, porque me hacen pensar y me siento como el portero, que está ahí, esperando de dónde viene el balón… Esto es bueno y es lo que hacéis también vosotras en el diálogo.

Estas cosas que he prometido hacer, las haré. Y rezad por mí, yo rezo por vosotros. Y vamos adelante. Nuestra vida es para el Señor, para la Iglesia y para la gente, que sufre tanto y necesita la caricia del Padre, a través de vosotras. Gracias.

Os propongo una cosa: terminemos con la Madre. Cada una de vosotras, en su lengua, rece el Avemaría. Yo la rezaré en español. Avemaría… [Bendición].

Y rezad por mí, para que pueda servir bien a la Iglesia.

[1] La expresión original es “mugna quacia”, que no se puede traducir literalmente, pero viene a ser poner carita de ángel, ingenua, como de no haber roto un plato en su vida. He traducido “cara de mosquita muerta”, que viene a ser un equivalente en castellano (ndt).